Las efemérides de una patria desgarrada

Mireille Roccatti

Este 5 de mayo de 2017, rememoramos los ciento cincuenta y cinco años de la batalla de Puebla, en ocasión de la invasión francesa cuando un ejército mexicano mal armado, sin municiones, cañones ni bastimentos suficientes derrotó al entonces considerado mejor ejército del mundo.

México venía de una larga y cruenta guerra civil, entre liberales federalistas y conservadores monarquistas que nos había costado la pérdida de la mitad de nuestro territorio ante Estados Unidos, ensangrentado la patria toda y la muerte de numerosos y valiosos mexicanos de ambos bandos.

El triunfo solo fue posible, primero, en el sitio de Puebla y, luego, la derrota final del ejército invasor que casi ocupo la totalidad de nuestro territorio, obligándonos a recurrir a la guerra de guerrillas, hasta rehacernos y vencer al efímero imperio franco-austriaco, por la unión de la inmensa mayoría de los mexicanos que, postergando las diferencias naturales que existen en un conglomerado social, se aglutinaron, cohesionaron, amalgamaron en torno al sentimiento de identidad nacional y de patria.

Es cierto que una facción minoritaria se alió a los franceses y apoyó al príncipe Habsburgo, solo que fueron los menos y eran los derrotados de la guerra civil, sin olvidar a la elite clerical, aunque la mayoría de los sacerdotes militaron y apoyaron a los republicanos. En el contexto internacional, el fin de la Guerra de Secesión en Estados Unidos con el triunfo del norte abolicionista sobre el sur esclavista, y el acotamiento de los franceses por Alemania, en Europa, inclinaron el fiel de la balanza, pero los mexicanos después de la larga noche fratricida y del carrusel de gobiernos efímeros, se impusieron militarmente al ejército invasor. Por cierto, con el importante concurso del entonces joven soldado Porfirio Diaz, también presente en la batalla de Puebla que recordamos.

Esta reflexión la estimo muy importante debido a los tiempos que vivimos, desde luego distintos en que nos encontramos. Testimoniamos un enfrentamiento mundial entre un regreso a un nacionalismo, con visos de populismo y estatismo, contra la globalización neoliberal de libre fuerza del mercado. Ambos modelos de desarrollo han demostrado que no resuelven la enorme desigualdad social, que como un cáncer invasivo corroe el cuerpo social. Por otro lado, el socialismo, que muchos se apresuraron en enterrar, resurge como opción para construir vías alternativas.

En nuestro caso concreto, en el México de 2017, estamos siendo agredidos de palabra y en los hechos por el nuevo inquilino de la Casa Blanca, quien esgrime “ocurrencias”, que no ideas, populistas, racistas, xenófobas, y lo más peligroso antimexicanas.

Y nuestra respuesta: encono, división, agresión fratricida, denuestos, injurias entre hermanos. Algunos están más dispuestos a atacar y destruir al Ejecutivo federal, que a unirnos en torno de nuestras instituciones. Se solazan en derruir el Ejercito y la Marina, y obviamos entender el porqué los civiles los sacaron, al margen de la Constitución, de sus cuarteles.

Tampoco se observa que los fenómenos geopolíticos o los cambios de rumbo por procesos electorales, como el español y el francés, estén siendo estudiados, analizados, comprendidos en su dimensión de transformación para insertarnos en ese nuevo entramado internacional.

Por estas y otras razones, duele, lastima y preocupa nuestra división, nuestro desgarramiento interno. Entender nuestra historia podría ayudarnos en estos tiempos difíciles.

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