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Una visita intimidatoria
Jürgen Mossack atravesó las pesadas puertas negras de metal que rodean las oficinas de La Prensa, el principal periódico en la República de Panamá; pasó por el detector de metales que se encuentra en el vestíbulo y subió las escaleras que lo llevaron a la sala de juntas. En su recorrido tropezó con fotografías históricas de un país que lo adoptó en sus primeros años de vida, imágenes que cuentan episodios de la historia patria y de los inicios del diario durante la dictadura militar.
Mossack, uno de los abogados más poderosos del país, iba acompañado por dos de los principales miembros de su bufete; acudía al periódico para una reunión “fuera de registro” solicitada con antelación durante esa misma semana por su socio, Ramón Fonseca. Al igual que en los días de la dictadura, cuando los secuaces de Noriega asistían con regularidad para acosar al personal del periódico y censurar lo que se pretendía publicar, Mossack acudía para, tal vez de una forma más elegante, intimidar al periódico con la finalidad de lograr que se dejase de investigar a su firma.
El día anterior, 15 marzo de 2016, su oficina había sido rodeada por seis equipos internacionales de televisión, causando un gran revuelo en Panamá; con lo que no contaron fue con que los pacientes y empleados de la clínica que se encuentra en la planta baja del edificio donde se ubica la firma publicaran en las redes sociales imágenes de la aglomeración. Sin duda todo el alboroto causó inquietud entre los abogados panameños, y las especulaciones no se hicieron esperar: “Hay una investigación muy grande con la gente de Mossack…”; “Seguro tiene que ver con la investigación de Lava Jato en Brasil”, nos comentaron algunos de nuestros conocidos más cercanos. Lo que hasta entonces se ignoraba era que los periodistas internacionales apostados en la puerta de entrada de Mossack Fonseca formaban parte de la colaboración periodística más grande de la historia, liderada por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, conocido como ICIJ.
Un año antes, en febrero de 2015, el ICIJ había sido contactado por periodistas del Süddeutsche Zeitung, un periódico alemán con sede en Múnich, a quienes les fue filtrada la base de datos completa de la firma; la filtración sin precedentes contenía información desde el año de 1977. Jürgen Mossack no tenía un real conocimiento de la magnitud de la investigación de que era objeto cuando entró a las oficinas de La Prensa, lo único de lo que creía estar seguro era de que el diario tenía algo que ver con los eventos del día anterior, y aunque no podía controlar lo que los medios internacionales informaran sobre su bufete, podía tratar de mantener sometidos a los medios locales.
Ya en la sala de juntas, fueron recibidos por Luis Navarro, presidente de la junta directiva de la corporación; Rolando Rodríguez, director asociado y jefe de la unidad investigativa, y Lourdes de Obaldía, directora de La Prensa. Mossack entró con el aire de superioridad que sólo tienen aquellos acostumbrados a salirse con la suya, lo cual no era de sorprender: el alcance de las operaciones de su bufete pasó de unas modestas oficinas en la ciudad de Panamá a tener presencia en los paraísos fiscales más exóticos del mundo. Entre sus clientes figuraban importantes miembros del jet set internacional, multimillonarios, jefes de Estado, y alguna que otra celebridad del cine y del deporte.
Sin embargo, la reunión prosiguió sin mayor conflicto. Mossack y su equipo expresaron sus ideas y justificaron su negocio, y los directivos del periódico escucharon e hicieron preguntas cuando lo consideraron apropiado. Lejos estaba Mossack de conocer que sus interlocutores conocían perfectamente su pasado, que había nacido en Alemania y era hijo de un ex oficial nazi de las SS; salió de Europa en los años siguientes al final de la Segunda Guerra Mundial y llegó a Panamá, donde no sólo encontró un nuevo país sino una nueva identidad.
Las publicaciones hechas por La Prensa —que por esos días había dado a conocer dos noticias sobre la firma, una que guardaba relación con su hasta entonces supuesta implicación en el caso Lava Jato en Brasil, y la otra con la compra de inmuebles en España a través de sociedades anónimas fantasma— eran un error, alegaba, un esfuerzo de intereses foráneos por hacerle daño a la reputación de su bufete y al país. “No hemos hecho nada malo. De tantas sociedades que hemos vendido, puede ser que algunas terminen en manos de personas que han cometido delitos, como es el caso del dictador sirio Bashar al Ásad. Sin embargo, en casos como ése, la firma no tiene ninguna responsabilidad, más bien es culpa de los intermediarios que abusan de los servicios ofertados por la firma”, era el argumento que el abogado había utilizado varias veces, y siempre le había funcionado; nunca antes la firma enfrentó ninguna investigación criminal en Panamá por su enlace con los escándalos internacionales que involucraran los servicios offshore que ellos habían proporcionado.
Como era de esperar, luego la conversación se tornó más siniestra. “Tenemos conocimiento de que existen periodistas pagados por intereses foráneos para investigar a nuestra firma”, dijo Mossack. “De hecho, sabemos que una periodista de La Prensa es quien está coordinando a los reporteros internacionales.” Finalmente procedió a describir a tal persona, dando la descripción exacta de Rita Vásquez, subdirectora del periódico. “Sabemos quién es ella”, concluyeron.
La amenaza implícita de Mossack no era algo que se pudiese tomar con ligereza. Tanto el periódico como los periodistas involucrados en el proyecto, que para ese entonces se conocía como Prometheus, sabíamos que las publicaciones tocarían las fibras más íntimas del sistema financiero panameño, pero además serían una acusación directa no sólo contra una de las firmas de abogados más grandes y poderosas del país sino contra sus clientes, que además de los perfiles mencionados también incluían narcotraficantes, pedófilos, estafadores de arte, traficantes de armas y terroristas. Seguros estábamos de que ante la posibilidad de que sus vehículos financieros y cuentas bancarias quedaran expuestas ante el mundo entero, era realmente peligroso que en esta etapa los abogados de la firma, en especial, conocieran aunque fuera tan sólo un nombre o una cara detrás de esta investigación.
Por otro lado, la posibilidad de alguna medida cautelar por parte de la firma para impedir las publicaciones también era una amenaza. En Panamá la comunidad legal no es muy grande, la comprenden unos veinticuatro mil abogados y en la mayoría de los casos se conocen: es común que un juez o magistrado tenga “amigos cercanos” o familiares en la práctica privada, por lo que es un secreto a voces que muchos jueces hacen acuerdos económicos con abogados privados que buscan fallos beneficiosos para sus causas. Esta realidad estaba latente en nuestras mentes.
Pero Mossack tenía razón cuando refería que la mujer que describió, Rita, había trabajado con periodistas extranjeros. No obstante, estaba equivocado en cuanto a que ella recibiera algún tipo de pago.
A lo largo de la conversación con Mossack y su equipo, los directores de La Prensa sabían que mentía en relación con las actividades de su bufete; ya habían tenido acceso a un gran número de documentos que lo probaban. Durante los últimos seis meses, el equipo asignado a esta información había comenzado a revisar unos 11 millones de documentos internos de la firma compartidos por el ICIJ con los medios participantes en la investigación periodística global, archivos que mostraron que con frecuencia en Mossack Fonseca tenían conocimiento exacto de que las actividades en las cuales se involucraban no eran éticas y algunas veces eran ilegales. Demostraban además que con frecuencia el bufete tomaba decisiones basándose en el tipo de comportamiento que tolerarían sus clientes y no basados en algún código legal o ético, sino en si podrían o no ser atrapados.
Mossack no tenía conocimiento de que la mujer que había descrito era además una abogada que trabajó en la industria offshore por casi una década, y que se había reunido en secreto con gente del medio, incluidos algunos abogados que trabajaron en Mossack Fonseca. Más importante aún era que Mossack no tenía ni idea de cuál era el alcance de la investigación: ésta no se limitaba a unos cuantos periodistas extranjeros, sino más bien a cuatrocientos periodistas de aproximadamente cien organizaciones de medios de comunicación. En menos de un mes Jürgen Mossack, quien hasta entonces siempre había vivido en la sombra, habría de convertirse en uno de los más famosos abogados del planeta; su nombre se volvería sinónimo de corrupción, tráfico de drogas y evasión de impuestos.
Sin embargo, luego de la reunión se fue convencido de que había logrado su propósito, y hasta invitó a los periodistas de La Prensa a conocer y a realizar un recorrido por sus oficinas para seguir explicando la naturaleza de su negocio.
* * *
A estas alturas el resto de la historia es ya bien conocido. Los archivos de la base de datos de Mossack Fonseca filtrados al Süddeutsche Zeitung databan desde los años setenta, cuando el bufete aún no había sido creado, hasta diciembre de 2015; su examen por cientos de periodistas bajo el paraguas del ICIJ habría de volverse el proyecto de colaboración entre medios de comunicación más grande de la historia.
El bufete Mossack Fonseca se especializaba en la creación de vehículos financieros, tales como compañías internacionales de negocios (IBC), sociedades anónimas (SA), fideicomisos, fundaciones de interés privado, fondos de inversión y compañías de seguros cautivas; éstos se utilizan para mover dinero y activos alrededor del mundo de forma secreta, evitando así el escrutinio de los reguladores gubernamentales, en especial de aquellos cuyo interés es colectar impuestos sobre las ganancias generadas por el llamado “dinero sucio”. La opacidad que ofrecen estas figuras impide que el ojo común y corriente las vea a simple vista. Por ejemplo, la próxima vez que veas una película mira los créditos al final: es posible que los productores hayan creado una compañía fantasma para realizarla. Cuando viajes en alguna aerolínea comercial, podría ser que el avión en que viajas sea de propiedad de alguna empresa fantasma, en lugar de una línea aérea. Y cuando vayas en un crucero, es probable que el mismo esté registrado en un país muy distante de aquél en el que el barco opera.
No obstante, dicha industria tiene un lado más oscuro, y es en éste donde el bufete de abogados Mossack Fonseca prosperó, cobrando enormes tarifas por “mirar hacia otro lado” cuando sus clientes, o los de los intermediarios, utilizaban los servicios de la empresa involucrándose en comportamientos que estarían en los encabezados de los principales medios de comunicación del mundo cuando el proyecto se hizo público el 3 de abril de 2016.
Dentro de estos personajes indeseables se encontraban un pedófilo convicto que hacía negocios con Mossack Fonseca, mientras aún permanecía en la cárcel; la notoria narcotraficante guatemalteca Marllory Dadiana Chacón Rossell, también conocida como La Reina del Sur, cuya pasión por la violencia llegó a igualar y hasta superar la de sus homólogos masculinos, y Rafael Caro Quintero, el capo mexicano de la droga, de quien Jürgen Mossack llegó a decir que hacía que Pablo Escobar “pareciera un bebé”.
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