De ganar el PRI

Alejandro Zapata Perogordo

Como se había anticipado en esta columna hace varias semanas, la estrategia del PRI en el Estado de México no tiene nada de extraordinaria: echar mano de su voto duro; fragmentar el voto opositor y provocar abstencionismo en aquellas regiones donde corre el riesgo de perder, así como también echarle toda la carne al asador; total que por recursos no para.

Según algunas encuestas, 52 por ciento de los electores no votaría por el PRI; por lógica, el margen de operación lo concentra en el 48 por ciento restante, circunstancia que limita considerablemente sus expectativas de triunfo, pues en términos reales lo ubica con un porcentaje inferior al 30 por ciento, insuficiente en cualquier otra entidad para ganar, ¡pero en el Estado de México se vale todo!

Más aún, para el Revolucionario está en juego ser opción —aunque sea mínima— en la presidencial del año que entra, pues ni Coahuila ni tampoco Nayarit representan la fuerza de la entidad mexiquense; son bastiones sacrificables, no así la región donde radica la fuerza económica, electoral y, en buena medida, política del país; por lo tanto, la decisión a los más altos niveles es poner a Alfredo del Mazo a como dé lugar. Al poner su resto en una sola canasta, con un candidato débil y poco carismático como Del Mazo, sumado al desgaste del gobierno y su partido, además del voto negativo ganado a pulso, la apuesta es muy alta.

El avance de la oposición, principalmente de Morena y el PAN, a pesar de la coacción y compra descarada de votos, es significativa, y los márgenes de diferencia cada vez son más estrechos, lo que indica que a pesar de ser una elección de Estado, el electorado no está dispuesto a continuar padeciendo las inclemencias de la corrupción, inseguridad y excesos de la autoridad, por lo que se avizoran sorpresas.

El pronóstico es reservado; si gana el candidato del PRI, según las mediciones será con un pequeño margen, producto de una serie de triquiñuelas a ojos vistas desde ahora, dando suficientes motivos para predecir conflictos postelectorales. Por el contrario, si el triunfo se ubica en alguno de los candidatos opositores el descalabro para el PRI sería mayúsculo, en tanto que el mensaje a toda la nación tendría una percepción determinante en su salida de Los Pinos, inercia ya de por sí prevaleciente.

En esa medida, los augurios para el partido oficial son desastrosos, tanto como ha dejado el país en este sexenio, sin embargo, no está manco, se puede esperar de todo, máxime que el Estado de México es la cuna de las imposiciones, las corruptelas, las historias trágicas y las complicidades. En consecuencia, la elección actual no es un simple cambio de gobierno, sino de todo un sistema que se niega a perecer.

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