Francia

Bernardo González Solano

Emmanuel Macron (Amiens, 1977), es todo un caso por donde se mire. Para empezar, a los 39 años de edad será el Presidente de la V República Francesa (fundada en el mes de octubre de 1958 por el general Charles de Gaulle), más joven de su historia. Sin haber competido nunca antes por un puesto de elección popular, el novel Macron (alumno ejemplar, faltaba menos, en la Escuela Nacional de Administración, cantera en la que abundan presidentes de Francia), profetizó su futuro cuando apenas era un común y corriente inspector de Finanzas.

Alain Minc, un conocido personaje del establishment galo, le preguntó qué haría en 30 años, y el imberbe jovencito respondió, sin nunca haber demostrado mayor interés por la política: “seré presidente de la República”. Baladronada o no, el hecho es que a partir del domingo 14 de mayo –día que aparece esta crónica– Macron es el nuevo mandatario de Francia. Y François Hollande simplemente pasa a retiro. Nadie lo extrañará. Sic transit gloria mundi.

En la lluviosa jornada electoral dominical del 7 de mayo, las encuestas no fallaron, amén de que aseguran los franceses que en su país este tipo de trabajos demoscópicos nunca se equivocan. Habiendo ganado en la primera vuelta, los dos ganadores de la misma: Emmanuel Macron, candidato de En Marche!, y Marine Le Pen, del Frente Nacional, eran los dos únicos competidores en la segunda. El hecho es que con estos comicios el país de la Enciclopedia demuestra que es una nación dividida, fraccionada, políticamente deshecha, con malos partidos tradicionales desgarrados y sometida a varios desafíos en el que están en juego mucho más que la supervivencia de esta gran nación sino el de la Unión Europea y, si se me apura, de buena parte del mundo.

Mientras tanto, la Vieja Europa respiró tranquila, la extrema derecha (FN) no logró el poder en el Elíseo, lo que no quiere decir que desista de hacerlo en fecha posterior. Marine Le Pen ya dio pasos de gigante y en las elecciones legislativas del mes próximo los aprovechará, no dejará que Macron gobierne a su antojo. La lucha política en Francia todavía conocerá muchos episodios muy competidos. El futuro de la patria de Charles de Gaulle, conocerá, en breve, nuevos desafíos democráticos, así como económicos, laborales y tecnológicos. El populismo de extrema derecha francés, dará mucho de qué hablar muy pronto.

Macron tiene la palabra. Podrá agregar nuevos capítulos novelescos a su ya de por sí interesante e irrepetible vida, no solo en su relación sentimental con su antigua maestra Brigitte Trogneux (ahora su esposa que le lleva 23 años de edad), que era una mujer casada, con tres hijos, casi argumento novelístico para Henry Beyle, mejor conocido como Stendhal, Honorato de Balzac o Gustave Flaubert. O su enriquecimiento al trabajar, sagazmente, en la Banca Rotschild, la banca de inversiones, donde cerró un acuerdo multimillonario con la compra de una filial de la farmacéutica Pfizer por Nestlé. Sin que fuera su vocación verdadera hacerse rico, el dinero le llegó muy pronto, ganando con ello la libertad, que ha sido la constante en su vida. Después, saltó a la política, de la mano de Hollande, en el Elíseo y en el Ministerio de Economía. Ahora, en la Presidencia. Todo como en un sueño: filósofo, novelista, banquero, presidencia. Caso raro, muy raro. La realidad sociopolítica francesa marcará la pauta. Los hados pueden cambiar.

Con su derrota, Marine Le Pen consigue un triunfo espectacular: el mejor resultado de la historia de la extrema derecha francesa, instalando al Frente Nacional, fundado por su padre, Jean-Marie, en el corazón político de Francia. Y Macron deberá presentar rápidamente a los 577 candidatos de su partido En Marche!, a la próxima Asamblea Nacional (Parlamento) en las elecciones legislativas del 11 y 18 de junio próximo. Contienda imprevisible e incierta para todas las partes. Muy pronto se verá. Marine tratará de conseguir un grupo parlamentario propio de 30 ó 40 diputados en el siguiente congreso. A su vez, el sucesor de Hollande espera construir “el nuevo orden político nacional”.

Al ser oficial el triunfo del “hombre que tiene prisa”, el social reformista Emmanuel Macron (que ha sorprendido a todos por su fulgurante ascenso), hizo un llamamiento a la unidad del país, al tiempo que se comprometió con el proyecto europeo que tanto necesita apuntalarse, sin continuar únicamente bajo la égida de la poderosa canciller alemana Angela Merkel. Todavía la UE es más que Alemania, París cuenta mucho.

Los resultados electorales del domingo 7 dicen mucho: con el 80% de los votos ya contabilizados, Macron había recibido el 63.75% de los sufragios y Le Pen el 36.25%, insuficiente para sus aspiraciones que pensaba sería del 40%, sin embargo llegó más lejos de lo que logró su padre, Jean-Marie, en 2002, abajo de los 18% en la segunda vuelta que disputó a Jacques Chirac. La ultra derecha en Francia ha luchado por el poder denodadamente. El clan Le Pen ya está inscrito en la historia.

Además, la abstención fue la más alta en casi medio siglo, de más del 24%. En tanto que un 12% de las papeletas fueron en blanco y nulos.

Así las cosas, la clara mayoría de Macron supone una reserva política de fondo con la que aspira a establecer un “nuevo orden político nacional”. En su primer discurso como ganador, el sorprendente personaje de la “perfección enigmática” no lanzó las campanas al vuelo, respetuoso para con su adversaria, y con sus votantes, inquietos ante una mundialización percibida como “amenaza”, dijo “comprender el miedo y la angustia de muchos franceses” y enfatizó que su responsabilidad es “escuchar esa angustia social, luchando contra todas las formas de desigualdad, mejorando nuestra seguridad colectiva, garantizando la unidad de la nación”.

En ese momento, al saber que ya estaba en sus manos el poder de la V República Francesa, y a semejanza del fundador de la misma, el legendario general Charles de Gaulle, manifestó: “tomaré lo mejor de la izquierda, lo mejor del centro y de la derecha, para gobernar juntos”. Para la ocasión, estas eran más que palabras y buenos deseos. Ahora, Emmanuel tratará de ganar electoralmente una mayoría parlamentaria propia en el mes de junio. O sea, a la vuelta de la esquina. Nadie sabe si lo logrará. Lo cierto es que esta es parte de las desmesuradas tareas de este “joven tan perfecto” que los franceses llevaron al Palacio del Elíseo en la segunda vuelta de estos disputados comicios.

Francia, hay que reconocerlo, como en los otros países de la Unión Europea, una parte de la sociedad busca canales para expresar su profunda inquietud, incluso su rabia, porque se sienten abandonados en estos momentos de transición hacia un mundo tan incierto. Por desgracia, eso es de lo menos que se habló en la campaña. Ni Macron ni Le Pen. De los nuevos desafíos de la democracia, de las transformaciones económicas, laborales y tecnológicas, de la sostenibilidad del modelo social en el que se basan las sociedades desarrolladas, de la inmigración, de los refugiados (que nadie sabe qué hacer con ellos), en suma del futuro que está en la puerta. Ojalá que los franceses encuentren en Emmanuel Macron el líder que el país ha buscado, infructuosamente, desde hace mucho tiempo.

Sin embargo, hay personajes como Charles Kupchan, que fue asesor del expresidente Barack Obama, que advierte que el triunfo de Macron no es la panacea de los problemas europeos, y dice: “(Cuidado), yo no me precipitaría a darle el alta del hospital a Europa: las fuentes del populismo –crisis migratoria, bajo crecimiento, alto desempleo, inseguridad–, siguen ahí, con apoyo del entorno del 30% en la mayoría de los países”. Y, el sociólogo Norman Birnbaum, advierte: “Si Macron consigue hacer las reformas prometidas… deberá enfrentarse a movilizaciones en la calle, de extrema derecha y extrema izquierda, ese será su examen más importante”.

En otras palabras, “la suerte está echada”, dijera Julio César al cruzar el Rubicón. Macron debe actuar en consecuencia. VALE.

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