Símbolo emblemático

Alfredo Ríos Camarena

Vivimos tiempos de rebelión ciudadana contra las ataduras tradicionales de los partidos de las democracias liberales, que han desperdiciado la oportunidad de consolidar sus militancias con políticas de apertura y participación, a cambio de convertirse en centros de poder controlados por minorías, que han sido despreciadas por los votantes, pues su poder lo han construido sobre una base de mezquindad, soberbia y abandono de principios ideológicos.

El caso de Francia también se convierte en un símbolo emblemático de esta deformación de la partidocracia; si bien es cierto que Emmanuel Macron no es un personaje antisistémico, sí es verdad que pudo derrotar los antiguos y poderosos partidos, con un movimiento recién creado y que lleva sus iniciales como símbolo.

Macron, el presidente más joven de Francia —a quien algunos han pretendido ridiculizar por su vida personal, sellada por un romance atípico— ha demostrado una inmensa capacidad de atraer los votos de la derecha y de la izquierda, lo que no es extraño si recorremos el corto camino de su vida pública.

En efecto, como joven financiero fue reconocido por su capacidad con el sobrenombre de “el Mozart de las finanzas”, vinculado a la banca privada y a los grandes millonarios; y, por la otra parte, fue miembro del Partido Socialista, asesor consentido del presidente Hollande y, posteriormente, su ministro de Economía, Finanzas e Industria, y después se lanzó a esta aventura que parecía imposible y que devolvió la tranquilidad a toda Europa, pues, en el fondo del debate estaba la posición derechista de Marine Le Pen, que desde su Frente Nacional ha postulado reformas antimigratorias, racistas y sectarias, que se parecen mucho a los ofrecimientos que hizo el presidente Trump al pueblo estadounidense.

Macron devuelve la serenidad a una Europa que construyó el milagro más completo de la integración comercial, cultural, política y militar; en la Eurozona se acabaron las fronteras, transitan libremente, no solo los bienes y servicios, sino también los ciudadanos europeos; mantiene un Parlamento Europeo y un sistema monetario en la gran mayoría de sus integrantes; ha reforzado las fuerzas militares que representa la OTAN. Esto permitió el progreso de naciones con mayores márgenes de atraso como Portugal y España.

Este fenómeno político tiene que ser analizado en México, con todo el cuidado que requiere, desde la ciencia jurídica, la economía y la política, pues, de alguna manera, está reflejando esa inquietud que va —de una forma u otra— a reflejarse en el proceso electoral de 2018.

No hay un Macron mexicano, no hay un marco jurídico que pueda permitir el triunfo de las candidaturas independientes, pero, sí hay una ciudadanía irritada que requiere planteamientos realmente objetivos y patrióticos; los partidos políticos tienen la oportunidad de autocorregirse abriendo las puertas de sus candidaturas a sus verdaderos militantes, porque el verticalismo y la administración cupular deben terminar.

Naturalmente el régimen constitucional y político francés está inscrito en los principios que dictó la Quinta República, que algunos expertos definen como un sistema que funciona como “presidencial”, cuando el partido de quien gana la presidencia obtiene la mayoría parlamentaria; y como “parlamentario” cuando el partido del ganador a la presidencia no gana los escaños congresionales.

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