Tercera llamada comenzamos

BERNARDO GONZALEZ SOLANO

Madrid.- Ni duda. La política es un teatro. Pero, hasta que termina la representación no se sabe si la obra era una comedia, un drama o una tragedia. Esta clásica metáfora viene a cuento cada vez que un político toma posesión del puesto más importante de su país. El estreno de la última obra teatral de este tipo acaba de tener lugar el domingo 14 de mayo en París: prestó juramento el octavo Presidente de la V República Francesa, Emmanuel Jean-Michel Fréderic Macron (Amiens, 21 de diciembre de 1977), el más joven de la historia de esa nación con solo 39 años de edad. El singular personaje ha sido la estrella de Europa desde que ganó, con amplio margen, la elección el domingo 7 en la segunda vuelta.

Contra muchos pronósticos, la llegada del político novel al Elíseo trajo un soplo de aire fresco a la vieja Europa. Truculencias políticas aparte, Macron ha protagonizado una singular historia de amor desde adolescente. Enamorado de su maestra –24 años mayor que él–, consigue casarse con ella, culminando un matrimonio novelesco e inquietante. Dicen sus biógrafos (ya son varios), que esa unión le valió llegar a la presidencia.

La representación apenas comienza. El final es un gran misterio, anclado en una serie de malentendidos. Muchos comentaristas suponían que Macron no iba a ganar. La verdad sea dicha son más bien sus adversarios los que han perdido. En el momento de su toma de posesión, Emmanuel tenía puesta la máscara de la victoria. No era para menos, aunque sabía que la mitad de sus electores en el balotaje confesaron (en sondeos de opinión) que no votaron a favor de él sino en contra de Marine Le Pen. Es decir, la base popular del sucesor de François Hollande es  frágil. El destino en política adopta muchas máscaras, las más desagradables. Es impredecible asegurar que Macron será buen o mal presidente. El destino lo decidirá y los franceses lo aplaudirán o lo abuchearán, dependiendo de si resulta o no ser un gran actor.

El esposo de la maestra Brigitte, el nuevo mandatario francés, no debe olvidar lo que dijo el famoso escritor Raymond Aron hace cuarenta años de otro economista galo que también llegó a residir al Palacio del Elíseo, Valéry Giscard d´Estaing: “No sabe que la historia es trágica”. Mejor lo dicen en sus obras teatrales los clásicos Pierre Corneille y Jean Racine.

La verdad sea dicha, la llegada de Macron a dirigir la V República, fundada por el general Charles de Gaulle en 1958, va de la mano con los vientos de la época. Si alguien cree que el mundo no ha cambiado en 59 años, sería bueno que medite en el hecho de que el nuevo mandatario galo asumió el cargo a los 39 años de edad, exactamente tres décadas menos de las que contaba el Héroe de la Cruz de Lorena cuando hizo lo propio en su momento. ¡Quién lo hubiera dicho!

El domingo 15 de mayo, Macron pronunció su primer discurso como el principal abanderado de Francia, abogando por la unión de los franceses y por el relanzamiento de una Europa “reformada”. Con voz alta, el sucesor de Hollande afirmó: “El mundo y Europa necesitan hoy, más que nunca, de una Francia fuerte y segura de su destino, de una Francia que lleve en alto la voz de la solidaridad, y que sepa inventar el futuro”. El dilema es que ahora hay que convertir ese deseo en política real.

A diferencia de sus siete antecesores en el cargo, Macron los citó uno por uno resaltando lo mejor de cada uno de ellos. Primero el general Charles de Gaulle, por el que Emmanuel siente particular respeto, “que trabajó por enderezar Francia y devolverle su rango en el concierto de naciones”; Georges Pompidou, que hizo de Francia “una gran potencia industrial”; Valéry Giscard d´Estaing que “introdujo Francia y su sociedad en la modernidad”; Mitterrand que supo “reconciliar el “sueño francés y el sueño europeo”; Jacques Chirac que dio a Francia “el rango de una nación que supo decir no a las pretensiones de los belicistas” en referencia  a la invasión de Irak en  2003; Nicolás Sarkozy que “no ahorró energías para resolver la crisis financiera” que había azotado el mundo; y François Hollande “precursor con el acuerdo de París sobre el clima” y dedicado a la protección de los franceses “en un mundo golpeado por los terroristas”.

La ceremonia del cambio era testimoniada por infinidad de testigos que recordaban los malos tratos que dio Hollande a Sarkozy, el Presidente saliente en 2012. Que casi lo corre del acto, mostrándole con la mano la salida y dándole la espalda sin esperar siquiera que el exmandatario y su esposa, Carla Bruni, terminaran de bajar las escaleras, Mucho menos acompañarle al automóvil. Y cómo evitó pronunciar su nombre en el homenaje a todos sus antecesores.

Con mucha categoría, Emmanuel Macron se empeñó en evitar los errores de su antiguo jefe. Departió con Hollande casi una hora, en lugar de los 30 minutos previstos. Lo acompañó hasta su vehículo, Permitió, una vez más, que le pusiera la mano sobre el hombro con gesto paternal, y respondió con una sonrisa a sus palabras de despedida:  “Bon courage!” (¡Buena suerte!, en francés).

De ahí en adelante, el Presidente Emmanuel Macron empezó a usar todos los símbolos republicanos a la mano, para poner en claro que el nuevo jefe de los ejércitos únicamente es él. Empezó a caminar con pausada cadencia. Una vez terminada la revista de tropas en los jardines del Elíseo, decidió recorrer la avenida de Champs Élysées a bordo de un vehículo militar, en vez del tradicional automóvil civil.

Y, como gesto especial para las furias armadas francesas, fuera de las ceremonias previstas, Macron quiso visitar a los soldados heridos en las operaciones que Francia realiza en zonas de guerra, y que están internados en el hospital del ejército en Clamart. Y, en compañía de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo (hija de un refugiado republicano español), se dio un baño de masas, saludando de manos a cuantos pudo, frente al ayuntamiento parisiense.

Muy a la manera de Charles de Gaulle, Emmanuel trata de rescatar la “grandeur” francesa. Cree que Francia necesita recobrar la confianza para hacer oír su voz y desarrollar su papel secular, que consiste, dijo, en “corregir los excesos del curso del mundo y velar por la defensa de la libertad”. Todo esto aunque bien sabe Macron que Francia dejó de ser hace mucho tiempo –pese a los esfuerzos del general De Gaulle en contra–, paradigma de líder mundial. Incluso, el francés dejó de ser la lengua diplomática por excelencia en los foros internacionales, dominado por la incontenible lengua inglesa que ha dominado en casi todo el planeta.

Bien es sabido que el traspaso de poderes en todo el mundo simboliza la continuidad del Estado. A falta de rey, un presidente o un primer ministro. El ser humano que vive en sociedad tiene necesidad de alguien que lo dirija, que lo mande. Así somos y algunos son, o quieren ser, peores. Los casos de Cuba, de Venezuela son buen ejemplo de ello. Y en México hay quienes se las queman por convertirse en mandatarios “con humildad republicana”.

En Francia, la entronización republicana consiste en que, en vez de una corona, el nuevo presidente recibe el collar de Gran Maestro de la Orden de la Legión de Honor. El ratificado por el voto popular entra en el Palacio del Elíseo como ciudadano común y corriente y sale rey. Francia dejó de tener reyes cuando decidió decapitarlos. Ahora les niega la ratificación o la elección por medio de comicios. La diferencia es que ahora no corre la sangre, aunque hay algunos que quisieran derramarla.

El mismo domingo, Macron nombró a su Primer Ministro (el vigésimo segundo de la V República), el conservador moderado, autor de novelas policiacas, y alcalde de Havre, Edouard Philippe (Rouen, 28 de noviembre de 1977). Sin duda, la designación obedece a que Macron busca el apoyo de la derecha francesa para los próximos comicios legislativos, que son vitales para su gobierno.

Francia vive otro momento de su historia. Ya no existe aquello de “a rey muerto, rey puesto”. Al respecto, Macron ha escrito: “Lo que se espera de un presidente de la República es que ocupe esa función”. Ya empezó a hacerlo. Bon courage! VALE.

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