Predecible y desatinada

Teodoro Barajas Rodríguez

La política en nuestro país se ha convertido en asunto banal, abaratada como desprestigiada porque ningún partido marca diferencia, digamos que la guía que tienen la marca la víscera, la rabia y los despropósitos como plataforma. El debate se descompuso para dar paso a bravuconadas sin mayor sustancia pero sí estridente, de callejón.

Aún se mantienen lastres como el fuero que ha sido una burbuja para cubrir desfiguros, excesos y más impunidad. Hace unos años se rompió el paradigma del partido hegemónico, fue una buena noticia para un país acostumbrado al autoritarismo rancio que copó diferentes edades históricas, pareciera que está en el ADN nacional; se diseñó un sistema pluripartidista, se afianzó la alternancia aunque la corrupción de empoderó a la par, el saldo lo conocemos todos.

Parece que la izquierda en México en la actualidad es un cliché, un pretexto, un lugar común vacío porque no ha marcado diferencia al ser gobierno, se pueden contar administraciones erráticas de dicho signo que se distinguieron por el incremento de ilícitos así como un endeudamiento extremo, como ha sucedido en Michoacán.

El PRI censura los escándalos que han estropeado a otras organizaciones políticas aunque hace mutis al recordar las tropelías que muchos de sus exgobernadores realizaron sin empacho alguno.

La credibilidad de los partidos está en un momento que pone de relieve el desencanto, no hay fórmulas nuevas porque la misma nomenclatura se aproxima para contender en 2018, las únicas novedades son los escándalos que ya son parte integral de la actualidad: sobornos, opacidad, videos incriminatorios, nula rendición de cuentas.

La corrupción deambula por el país, homicidios dolosos, robo de combustible que no se explicaría sin la complicidad de esferas gubernamentales, frivolidad que raya en lo ridículo. Incluso en el PAN, que antes se caracterizaba por lavar la ropa sucia en casa, ahora da rienda suelta a los debates de callejón, sórdidos y bajos, reciéntemente Juan José Rodríguez Prats y Felipe Calderón protagonizaron un episodio de esa índole. Qué dirían Manuel Gómez Morin, Efraín González Luna o Carlos Castillo Peraza al respecto, no lo sabremos pero ellos vivieron otro momento distante de los rijosos de hoy en el partido que propone la brega de eternidad.

Mientras los desatinos de la clase política se impregnan más en nuestro país, en el mundo se registran algunos hechos considerables, por una parte Donald Trump ha reconocido que una cosa es ser candidato y arengar la bandera de la exclusión diseñada por el racismo y otra muy distinta ser mandatario para abonar a la gobernabilidad así como construir consensos.

En Francia, país que forjara el germen del estado moderno tras la revolución de 1789, tiene un nuevo presidente, Emmanuel Macron, el liberal que superó a la ultraderechista Marine Le Pen que pareciera hermanarse con tipos como Trump por ese discurso agresivo alimentado de populismo. Eso sucede en otras latitudes, en México observamos el deprimente espectáculo de una predecible clase política que no atina, mantiene sus privilegios en una costosa democracia que en el fondo está pobre.

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