Carmen Galindo

Juan Bañuelos

En una nota muy emotiva, que publicó una revista de la competencia, el poeta Marco Antonio Campos sostiene, y con razón, que Bañuelos es el poeta político por excelencia. Y añado: “No consta en actas”, es (y se escribieron muchos) el poema del 68.

A Juan Bañuelos, chiapaneco, primero lo guió literariamente Rosario Castellanos, luego, Rosario le pasó la estafeta a Jaime Sabines. Sin embargo, Sabines era del PRI, diputado por ese partido y hermano de Juan Sabines, que fue gobernador de Chiapas. En algún momento, antes, quizás, del apoyo al neozapatismo de Bañuelos que los enfrentó, deben haber estallado las muchas diferencias políticas entre Sabines y Bañuelos, porque ya no se hablaban, pero el día de la muerte de Sabines, Bañuelos pasó lista de presente en la agencia funeraria de Félix Cuevas.

Juan también es personaje de la archicélebre novela de Roberto Bolaño, Los detectives salvajes. Resulta que Bañuelos era el maestro de un legendario taller literario en la UNAM, que creo dependía de Difusión Cultural. Ahí fue a dar Bolaño y seguramente Juan corrigió algún texto que causó la furia de los temibles Infrarrealistas. Como es sabido, en la novela se busca a Cesárea Tinajero, la última y única mujer estridentista, pues bien, el estridentismo es la vanguardia izquierdista de México, similar en postulados y actitud política al futurismo ruso. Y si algunos poetas pueden considerarse descendientes de los estridentistas son precisamente Bañuelos y Thelma Nava. Sin embargo, en la novela son presentados como parte del establishment literario al lado de nada menos que Octavio Paz, quien sí puede decirse que tuvo siempre el poder cultural. Por el contrario, Bañuelos, Thelma o Sergio Mondragón fueron hostilizados, por sus ideas políticas, por el establishment.

(Se sostiene que el personaje de Cesárea Tinajero está inspirado, no en una estridentista imaginaria, sino en la poetisa Concha Urquiza, quien, en un principio comunista, se ha convertido en la representante de la poesía religiosa de hace unas décadas).

Margarita Isabel

Siempre me fascinó la voz de la actriz Margarita Isabel. Sólo una vez la vi de cerca, fue en la cafetería del Centro Cultural Helénico, mientras ella esperaba para ensayar, para una representación o para que fueran por ella para llevarla a su casa. No me atreví a decirle cuánto la admiraba, me contenté con sonreírle nada más. Una vez, mientras yo comenté un libro de Héctor Anaya, a Iván Martínez, el hijo de Margarita Isabel, le tocó hacer un performance como parte de la presentación. Tampoco le dije nada. La razón por la que siempre tengo presente a esta actriz es que en ese  coro polifónico que es La noche de Tlatelolco, entre los testimonios, para mí tan significativos de Salvador Martínez de la Rocca, el Pino, o de Raúl Álvarez Garín, la voz de Margarita Isabel pone la ocurrencia, la observación aguda, la nota alegre y divertida.

José Solé

Sólo lo vi una vez. Participábamos en una mesa redonda en el homenaje que René Avilés Fabila organizó en el Instituto Politécnico Nacional con motivo del centenario de Rafael Solana. Ahí conté que la última vez que vi a don Rafael fue en el estreno de Pláticas de familia con Elsa Aguirre en el papel de la madre del Tenorio. Hay que decir que como actriz de cine, Elsa repetía las “tomas” hasta que el director consideraba buena la escena. En el teatro, no hay segunda “toma”. Para colmo de males, la versión de Pláticas de familia era la que Solana escribió en verso, por lo cual los olvidos, que tanto ocurren en las representaciones teatrales, no pueden ser suplidos por la improvisación de los actores, ´pues una cosa es inventar más o menos lo que dice el diálogo cuando se fugan de la memoria las palabras exactas y otra, casi imposible, improvisar en verso. Lo curioso relaté ahí fue que, por mi aprecio por Elsa, apenas empezó la obra, se me sumió el estómago y así estuve hasta que acabó la representación sin que Elsa, tengo que aclarar, sufriera el menor tropiezo. Conocí a las Aguirre, Elsa y Alma Rosa, conté en la mesa redonda, desde que era una adolescente, porque eran artistas exclusivas de la compañía productora de mi padre e incluso cometí la indiscreción de recordar que mi tío Pedro quiso hasta casarse con ella. Por otro lado, medio México estaba enamorado de ella, Zacarías Gómez Urquiza, pidió que le compusieran la canción “Flor de azalea”, o el mismo Jorge Negrete que no sólo la cortejó, sino igualmente quiso casarse con la bella actriz y sólo no ocurrió, porque, creo, Doña Emilia, la mamá del actor, se opuso. Cuando tomó la palabra José Solé, dijo: “yo estuve enamorado de Elsa y quiero confesar que fuimos novios, (y luego de una pausa de actor de primera, añadió:) cuando fuimos compañeros de kínder”. Nos hizo reír todo el tiempo, incluso bromeó, aludiendo a la traqueotomía que tuvo por el cáncer, al comentar que  su esposa decía que “ahora que no puedo hablar, habló más”.

El día anterior, a la mesa redonda, vimos la obra cumbre de Solana Debiera haber obispas, dirigida por el gran José Solé. Cynthia Klitbo hizo Matea, el papel que, escrito para María Tereza Montoya, han interpretado Gloria Marín, Anita Blanch, Carmen Montejo, Silvia Pinal y Ofelia Guilmain, entre otras.

Jesús Silva Herzog Flores

Como Luis Terán hizo muchos amigos cuando fue agregado cultural de la Embajada de México en Argentina, recibió en su casa al periodista Julio Crespo, quien venía a hacer una entrevista a Jesús Silva Herzog, en esos momentos Secretario de Hacienda y aspirante a candidato presidencial en el sexenio de Miguel de la Madrid. De inmediato, Luis nos invitó a una cafetería para que mi hermana Magdalena, que es economista, pusiera al corriente al periodista argentino sobre los tejemanejes de la política nacional.

Mi hermana planteó algunas preguntas, entre ellas, una que no podemos a estas alturas recordar, pero era, creemos algo en torno de la deuda, la entrevista se publicó aquí y en Argentina. Sin revelar los entretelones, mi hermana comentó la renuncia de Silva Herzog, ocurrida dos o tres días después de la entrevista de Julio Crespo, en su artículo del 19 de junio de 1986, publicado en el periódico El Día. No fue intencional, la preguntaba expresaba la crítica de mi hermana a la política económica y la respuesta fue responsabilidad del titular de Hacienda.

Otra vez, me invitó Héctor Anaya a su programa de XEW para que entrevistáramos a Silva Herzog, en esta ocasión porque era candidato a jefe de gobierno del Distrito Federal por el PRI, en contra de López Obrador. Le hicimos varias preguntas Héctor y yo, y todo iba muy bien, pero que se le ocurre decir como promesa de campaña que la educación pública en el Distrito Federal (no era todavía Mexico City) iba a ser tan buena como la privada. No lo hubiera dicho, porque le contesté, por supuesto que al aire: “Fíjese que yo pienso que es mejor la educación pública que la privada, para empezar se basa en la ciencia y no en la Biblia, como las escuelas confesionales, es laica, y sobre todo, en un país donde reina la pobreza es gratuita”. Elogié, claro, a la UNAM y al IPN. Para nadie es un secreto que Silva Herzog era arrogante, pero cuál sería mi sorpresa que me contesta: “Tiene usted razón, yo, como usted, estudié en la UNAM, es más concluyó, la educación preescolar la cursé en el Brígida Alfaro, un kinder público. “Yo, también”, dije asaltando la palabra. “Era un kinder excelente”, dijo él. “La directora era notable”, añadió. “Se llamaba Elena Berea”, aventuré. “Sí es cierto, no me acordaba”, dijo Silva Herzog. Acabamos todos contentos y lo que no dije es que como tenía apenas cinco años, hasta el programa que estoy contando me enteré que mi mamá había tenido la buena idea de inscribirme en una escuela pública en el kínder garden.

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