Torres Bodet ha muerto
Abandonó la mesa sin apenas haber probado la comida; con pasos lentos, dolorosos, se trasladó a su biblioteca, donde en los últimos años había escrito muchas de las páginas más brillantes de la literatura mexicana, tomó una pluma y sobre una de las cuartillas que inundaban su escritorio escribió una nota:
“He llegado a un instante en que no puedo a fuerza de enfermedades, seguir fingiendo que vivo; a esperar, día a día, la muerte. Prefiero convocarla y hacerlo a tiempo. No quiero dar molestias ni inspirar lástima a nadie. Habré cumplido, hasta el última hora, con mi deber”. JTB
Eran las 4 y 20 minutos de la tarde del lunes 13 de mayo. El hombre extrajo de la gaveta un revólver. Puso el cañón en su boca y disparó. James Torres Bodet había muerto, se había fugado de la vida por la puerta falsa. Tenía 72 años de edad. Minutos más tardes, su casa de Vicente Güemes 356, en Lomas Virreyes era invadida por cientos de notables escritores, políticos, funcionarios, diplomáticos, hombres de ciencia con quienes convivió, en el más alto nivel, a lo largo de su fructífera y brillante vida.
Secretario particular de José Vasconcelos, ministro de Educación Pública, director de la UNESCO y canciller de México, Torres Bodet, fue, independientemente de un funcionario recto y equilibrado, uno de los grandes de la literatura mexicana en el último medio siglo.
Sus restos descansan, desde las 4 de la tarde del martes pasado, en la Rotonda de los Hombres ilustres.
Don Felipe Teixidor nos hace evocar, a cincuenta años de distancia, su primer recuerdo del que llegaría a ser su gran amigo Jaime Torres Bodet: lo ve bajando la escalera del Palacio de Minería, en compañía del ministro de Educación José Vasconcelos para salir al encuentro del presidente Álvaro Obregón, que del brazo de su esposa, y con su hijo mayor, las iba subiendo, en el día de la inauguración de la Primera Feria del Libreo, que Torres Bodet organizó, como jefe del Departamento de Bibliotecas, cuando tenía veintiún años de edad. Durante el gobierno del presidente Calles, Torres Bodet entró al servicio diplomático.
A don Emilio Portes Gil, de quien era amiguísimo, don Jaime lo quería y lo admiraba mucho; varias veces vimos a don Emilio y a doña Carmen en casa de los Torres Bodet, y como el pasado martes, en la capilla ardiente, y muchas oímos a don Jaime hablar con elogios y con afecto de ese hombre probo, inteligente, gran político, al que tuve la mayor estimación.
Recuerda don Pascual Ortiz Rubio yendo a visitar a don Jaime a Educación, yo lo recibí, como recibí a Indira Gandhi a Golda Meir, a Mikoyan, a Adlai Stevenson, y a tantas otras personalidades que le iban a ver allí; llevó don Pascual como regalo un cuadro con los retratos de todos los presidentes de México, que yo colgué en mi oficina, pues en la del ministro, decorada con pinturas murales de Roberto Montenegro, no es posible colgar nada. A don Manuel Ávila Camacho, que le dio su primer cargo de secretario de Estado (de Educación, a donde lo llevó desde la subsecretaría de Relaciones) y que le llamaba Jaimito, también lo quiso mucho el señor Torres Bodet y le fue muy útil en los dos cargos que hemos mencionado; antes, desde Relaciones, había prestado grandes servicios al presidente Lázaro Cárdenas, en momentos muy difíciles, los de la expropiación del petróleo, algunos de cuyos más graves aspectos diplomáticos don Jaime manejó, en coordinación con el entonces secretario de Hacienda, don Eduardo Suárez. Siempre recordó con emoción don Jaime los aniversarios de la muerte de don Manuel, y fue una de las primeras personas que acudieron a la casa de don Lázaro el día de su fallecimiento.
El licenciado Miguel Alemán, en la tarde anterior el día de su toma de posesión como presidente, mandó a llamar a don Jaime a Cuernavaca para invitarlo a figurar en su gabinete; para su sorpresa, el señor Torres Bodet recibió la carta de Relaciones Exteriores. Durante tres años desempeñó ese puesto con deslumbrante brillantez, dentro del país y fuera de él, en reuniones internacionales importantísimas, en Bogotá, Quitandinha, en Londres, en San Francisco. Después obtuvo la autorización del presidente Alemán para separarse del cargo y aceptar la dirección general de la UNESCO, que le fue ofrecida; este es el único caso en la historia de un mexicanos que abandona una Secretaria de Estado para tomar algo mejor, con la sola excepción de los ministros de Gobernación, o del Trabajo, que han renunciado a sus puestos para ascender a la presidencia de la república.
Los señores Torres Bodet conservaron una amistad muy estrecha con los esposos Alemán, a cuya casa de Acapulco iban todos los años para compartir con ellos los romeritos de la noche de Año Nuevo.
Don Adolfo Ruiz Cortines no llevó a don Jaime a su gabinete: pero en momentos que fueron para el señor Torres Bodet de honda depresión (cuando perdió uno de sus ojos) le hizo una larga visita personal, llena de cordialidad y de efecto, y le pidió que aceptara la embajada de México en París, cargo que el señor Torres Bodet desempeñó en forma brillantísima, dejando allá un recuerdo que no se ha borrado. Por don Adolfo, a quien solía visitar en su retiro en estos últimos años, conservó siempre el señor Torres Bodet un gran efecto, así como una gran admiración por su honestidad y por sus aciertos políticos.
Don Adolfo López Mateos, a quien Jaime había cesado en un pequeño puesto en Bellas Artes, cuando fue por primera vez ministro de Educación, sí le llevó a su gabinete y le dio esa misma cartera. El respaldo que le dio fue absoluto: nunca tuvo Educación un presupuesto más alto, ni se emprendieron allí obras tan ambiciosas: una nueva campaña de alfabetización; una de una de capacitación del magisterio; una gigantesca, de construcción de aulas; la institución del libro de texto gratuito; la construcción de varios museos, entre los cuales el fastuoso de Antropología e Historia, que elogiaron los directores de los principales museos del mundo, fueron grandes obras del ministro Torres Bodet que apoyó en todo el presidente López Mateos.
El presidente Díaz Ordaz dio a don Jaime libertad para volver al cultivo de las letras y dedicar todo su tiempo a la redacción de sus importantísimas memorias, uno de los documentos históricos y literarios e mayor trascendencia en los anales de las letras mexicanas. Lo nombró su representante personal y embajador especial para la toma de posesión del presidente de Colombia y lo visitó, en compañía de doña Guadalupe, en la fecha en que solía don Jaime reunir a sus amigos: el onomástico de doña Josefina, su esposa.
Del presidente Echeverría podría decirse que asedió a don Jaime con la proposición de excelentes puestos diplomáticos, de embajadas de la mayor importancia, que don Jaime no aceptó para continuar entregando a la composición de los libros en que relata su vida y la historia de nuestra nación durante los últimos veinte años. Muchas atenciones tuvo la familia Echeverría para los señores Torres Bodet; las últimas, la visita de doña María Esther a doña Josefina la tarde misma de la muerte de don Jaime, la larga guardia de Rodolfo ante el féretro en el palacio de Bellas Artes, y el desplazamiento del presidente desde Chiapas, para encabezar el homenaje nacional que él mismo decretó que fuese hecho al distinguido desaparecido, al inhumarlo en la Rotonda de los Hombres Ilustres.
Con ligereza, o con desconocimiento, algunas personas llegaron a pensar, en los primeros momentos, al ser conocida la noticia de la muerte del señor Torres Bodet, que tal vez habría contribuido a deprimirlo a su ánimo alguno sensación de soledad. No creemos que tenga alguna base semejante suposición. Don Jaime, como poeta, sabia muy bien que no estaba olvidado. Muy poco tiempo de su muerte llegó a sus manos uno de los varios libros en que, en idiomas diferentes del nuestro, su obra ha sido y sigue siendo estudiada y analizada y le rodeaban amigos que le tributaban las mayores muestras de consideración y de verdadero afecto (el domingo comió con los Gertz, el jueves con los Porrúa y Teixidor, a quienes entregó el original de “Equinoccio”, su libro póstumo, el miércoles con el doctor Arnáiz y Freg, y como vino haciéndolo durante ocho años con el último de sus secretarios personales; los Fournier le recomendaron la obra de teatro que está en Reforma; recibía, y tenía con él largas conversaciones sobre temas literarios al hijo de Jorge Plank). Tampoco hay fundamento alguno en la versión que algunos han querido inventar de que tuviese cáncer. Ni abandono, ni despecho, ni miedo al dolor. Quizá la sensación de haber terminado su obra, de no tener nada más qué hacer ni qué decir, fue lo que le orilló a esa determinación de estoica, de romano, que ha traído duelo a nuestra nación, luto al mundo, y a él un descanso que se tenía bien ganado.