Miguel Ángel Muñoz

Conocí a Juan Goytisolo (Barcelona, España, 1931-Marrakeck, Marruecos, 2017), hace más de diez años, y casi siempre me citaba en el Hotel Oriente donde se hospeda cuando paraba en Barcelona. Tuve la maravillosa oportunidad de conversar y caminar con él por Madrid, París, Marruecos, por la rambla y el barrio del Raval, pues le encanta, lo recuerda y lo repasa con nostalgia, “En el Raval —me decía Goytisolo— hago un viaje de mil vueltas alrededor del mundo sin moverme de mi sitio”. Autor de una obra narrativa absolutamente singular dentro del ámbito de la literatura, a la que contribuyó a sacudir con su trilogía formada por Señas de identidad, Don Julián y Juan sin tierra, que son una visión crítica de la España franquista; con otras atípicas que se han vuelto fundamentales: Paisajes después de la batalla, Las virtudes del pájaro solitario, Telón de boca, o con su díptico autobiográfico formado por Coto vedado y En los reinos de taifa. “Uno de los privilegios —dice Goytisolo— del novelista curtido por largos años de oficio es disponer de esa distancia que le concede el atalaya de la edad respecto a cuanto ha escrito”. Desde entonces, su obra literaria no ha dejado de explorar los terrenos menos trillados de la creación y nos ha ofrecido novelas tan importantes como Paisajes después de la batalla, Las virtudes del pájaro solitario, El sitio de los sitios o Telón de boca. En paralelo a su obra literaria, en los años ochenta publicó sus dos libros autobiográficos, Coto vedado y En los reinos de taifa, que constituyeron un verdadero hito en la literatura de este género en español. En el ámbito ensayístico su obra ha representado un vuelco en la interpretación y lectura de la tradición española. Desde El furgón de cola o su lectura constante de la obra de Blanco White, son muchos los libros de ensayo con los que ha ido configurando una visión crítica y coherente de la literatura española. No menos importante es su libro Contra las sagradas formas, en la que ha releído, recuperado o descubierto a numerosos autores a la luz de una crítica tan radical como objetiva. Por otro lado, su libro Genet en el Raval se mueve entre el ensayo y el libro memorialístico sobre la vida y obra del escritor francés Jean Genet. Una reflexión sobre el Genet más radical acompaña la lectura de uno de sus libros más importantes, El cautivo enamorado, un libro que tendrá en la gestación de la obra y formación de la personalidad de Goytisolo.

La idea de publicar sus obras completas es de la editorial española Galaxia Gutenberg, que la ha comenzado con los primeros cuatro tomos de obra narrativa, y uno de ensayos políticos y literarios, donde se recupera su excelente libro Paisajes de guerra. Sarajevo, Argelia, Palestina, Chechenia. En ese afán siempre polémico, Goytisolo visita y revisa temas que le son afines desde sus obras primeras: las revisiones críticas de la historiografía española, la reivindicación de la tradición cervantina, la apuesta por el mestizaje de las culturas y la oralidad de la escritura, la inserción en la tradición occidental de las voces del Oriente Próximo, y la recuperación de las formas heterodoxas de abordar el conocimiento literario: “A mis casi ochenta años, sigo aprendiendo palabras y más palabras como un estante, aun a sabiendas de que desaparecerán inexorablemente conmigo. No sé si ello es un síntoma de inquietante inmadurez o el resultado de la divisa socrática grabada en el frontón de Delfos y que traducida dice simplemente: conócete a ti mismo”. Sin duda, Juan Goytisolo, es un escritor solitario y fronterizo, lúcido testigo moral de nuestro tiempo, un crítico único, y un escritor al que constantemente regreso. Juan, te llamé a Marruecos para felicitarte por el Premio Cervantes 2014. Y hoy me despido de ti desde México. Te abrazo querido Juan hasta la tierra inolvidable de la memoria. Gracias por estar siempre ahí.

“Yo quiero pasar a la historia como san Juan de Barbés-Rochechouart”

En sus casi ochenta años de vida, y de viajar por casi todo el mundo, ido y venido en diferentes guerras como la de Chechenia y Sarajevo, ¿considera que la única igualdad que ha visto es la de los muertos entre sí?

Sí, desde luego. Es la única igualdad; hay que tenerlo claro, para poder dar ese paso… Aunque se maltrata mucho a los muertos. He tenido bastantes experiencias en zonas de guerra para ver cómo los vencedores maltratan a los muertos de los vencidos… Y creo, que eso hoy se debería de entender, de tener más claro. Incluso, hay que tener en cuenta que una de las memorias históricas más maltratas es la de los muertos, y ese concepto hay que cambiarlo.

—Al pasar por múltiples territorios difíciles no sólo de la vida, sino también de la creación, pues hace algunos escribió Telón de boca, donde narra la muerte de su esposa Monique Lange, y su complicado paso por la existencia. ¿Cree que Goytisolo se conoce y reconoce bien?

Creo que todas las existencias son brillo y oscuridad, no sólo la mía. Ésta es la triste realidad con la que me enfrento hoy a mis casi ochenta años. Por ejemplo, el texto de Telón abierto hubo mucha amargura al comienzo de la redacción, pero esa redacción me llevó seis años, y al final creo que simplemente hay lucidez. Lo que procuré en su tiempo, quizá como homenaje a ella, es buscar la belleza del texto, a través de las palabras. La poesía es un vehículo del lenguaje, que tal vez es más profundo que la filosofía. Pienso, por ejemplo, en Hölderlin o Nietzsche. La novela debe buscar un equilibrio muy difícil entre la poesía y el argumento o trama Hay novelas que están escritas para ser adaptadas al cine, son simple argumento. Pero las novelas que me interesan se decantan más hacia la música de las palabras, la belleza del lenguaje, hacia algo que no es simplemente el argumento. Pero hay que lograr un equilibrio y este equilibrio en verdad es complicado.

—En especial el apellido Goytisolo siempre ha sido polémico no sólo en España, sino en Europa. ¿Cómo fueron recibidas sus primeras novelas durante la dictadura y cómo ve el cambio de sus lectores hoy?

Al principio hubo un gran silencio. No se publicaron reseñas, pero recibí alguna que otra carta importante. Una de ellas de Américo Castro, que entendió muy bien lo que yo quería decir, sabía bien cuál era el objetivo de mis textos: no se trataba de invadir España sino de destruir la España que se fundaba en el nacionalismo, y que yo partía de una lectura muy atenta del Romancero. En ese sentido, Castro, fue de mis pocos lectores que se dio cuenta que yo estaba dando la vuelta a la leyenda. Max Aub también.

—En estos primeros tomos de sus obras completas, se reedita uno de sus más críticas novelas, Don Julián (1966), ¿cómo ve la España de esos años a la hoy?

Desde lego hay muchos cambios, no sólo en España, sino en el mundo entero. Todo va cambiando, aunque muchas cosas sean para mal. Don Julián, más que una crítica a la historia general de España, es una crítica de la mitología española. Yo lo que pretendía era explicar el contramito de la historia española. No hay datos históricos que hablen de la invasión árabe. Un historiador asturiano mostró que el primer testimonio sobre la batalla de Covadonga fue un monje franco que lo tomó de la leyenda de Palas Atanea. Se trata de volver la leyenda al revés, como hicieron Zorrilla o Esponceda. El episodio de la Biblioteca de Tánger, en la novela, no era un ataque a los clásicos, sino a la interpretación neventayochista y retrocastellanista de los clásicos, que hoy es muy diferente y diverso.

¿Considera que esta trilogía fue un experimento constante con el lenguaje?

Sí, lo fue en un momento de escritura; es decir, en ese tiempo yo trataba de hacer un tipo de escritura, difícil y muy diferente a la literatura de mi generación no sólo española, sino europea. Hay escritores poco conocidos que están haciendo lo que yo entiendo por literatura, y no encuentran salida. Yo les digo que no se preocupen, porque si yo me llamara “Juan López”, y hubiese enviado el texto de Don Julián ahora a cualquier editor, estoy seguro que lo rechazarían. Estoy convencido, que nadie se atrevería a publicarlo…

—Usted es un viajero incansable y ha vivido en diversas ciudades de Europa, pero creo que las ciudades que más le gustan son París y Marrakech. Ahora también se reedita Carajicomedia, quizá su comedia más irreverente y provocadora, una autobiografía de su experiencia en los barrios de París ¿Le siguen gustando los “bajos fondos” de sus ciudades favoritas?

Creo que fue Severo Sarduy quien, en su última aparición pública, en el Instituto del Mundo Árabe, en un homenaje que se me realizó, intervino con ese humor que tenía y dijo que yo debía ser proclamado san Juan de Barbés-Rochechouart, el santo del barrio árabe de París. Después del Evangelista, del Bautista y de san Juan de la Cruz, yo quiero pasar a la historia como san Juan de Barbés-Rochechouart, pues me fascinan los barrios y su mundo urbano, clandestino. Ahora estoy en Barcelona, y me encanta, como hablamos al principio caminar juntos por el Raval, que lo hemos hechos tu y yo infinidad de veces.

¿Fue difícil escribir un libro como Carajicomedia? Se lo pregunto, pues creo que es una de sus obras más ambiciosas.

Aunque han pasado ya algunos años desde su publicación, sigo creyendo que para entender este libro, hay que tener en cuenta todo el trabajo literario que he hecho desde mis cursos en la Universidad de Nueva York, recogidos en Disidencias, hasta Cogitus interruptus, en los que hay una reflexión continua sobre el corpus de la literatura española. Me interesaba en este caso conectar con esta corriente de sátira eclesiástica, de humor, de trastocar los valores, que hallamos tanto en el Libro de buen amor La celestina, y, desde luego, en todo el Cancionero de burlas. Era una forma de incorporar al árbol de la literatura toda esta corriente literaria que admiro, y en donde, he encontrado infinidad de similitudes con lo que he ido descubriendo en mi carrera literaria.

—En esta novela ¿hay un diálogo con su yo interno? ¿Es difícil ser él yo narrador y el yo de la historia de sus textos?

Una cosa es él yo autor y otra él yo narrador. Hay un yo narrador que cambia de voz a lo largo de la novela. En el primer capítulo es el poeta Jaime Gil de Biedma, en otros es el père de Trennes, en otro es el san Juan de Bardès y a veces hablan personajes como el fámulo filipino o el seminarista de la sotana rosa o el personaje femenino que va corriendo poco a poco la novela con las iniciales M.P. Por otra parte, siempre he creído, que cuando la vida entra en la literatura se convierte ella misma en literatura y tenemos que juzgarla en cuanto tal. Hay en toda la novela una mezcla: los personajes son a la vez autores y los personajes autores. Hay un intercambio de identidades, de forma que permite al lector apreciar este juego continuo.

miguelamunozpalos@prodigy.net.mx