Las formidables novelas policiacas de Agatha Christie fundamentalmente se caracterizan por las soluciones lógicas e inesperadas de los casos que encomendó la escritora a su famoso detective Hércules Poirot y a su simpática investigadora Miss Marple. Siempre nos dejó atónitos su conclusión final.

En esos mismos términos, de suspenso y misterio, se manejó la sucesión presidencial a partir de que los civiles llegaron al poder.

En efecto, a la sucesión del general Manuel Ávila Camacho parecía inclinarse por su hermano, el también general Maximino, sin embargo, surgió la candidatura del joven universitario Miguel Alemán, quien, a su vez, siempre engañó a la clase política impulsando a Fernando Casas Alemán, jefe del entonces Departamento del Distrito Federal; no obstante el favorecido fue el, aparentemente oscuro, secretario de Gobernación y excelente presidente, don Adolfo Ruiz Cortines, quien en su sucesión, se manifestó —de una u otra forma— en favor del nayarita Gilberto Flores Muñoz, secretario de Agricultura, y del veracruzano Ángel Carbajal, secretario de Gobernación, el resultado fue muy distinto, pues fue elegido el joven Adolfo, el carismático presidente, López Mateos.

López Mateos fue menos misterioso y solo le disputó a Gustavo Díaz Ordaz la probable candidatura del guerrerense Donato Miranda Fonseca, secretario de la Presidencia; a su vez, Díaz Ordaz tenía como prospecto a su compañero en el Senado, el general y licenciado Alfonso Corona del Rosal, jefe del Departamento del Distrito Federal, pero, finalmente la decisión recayó en Luis Echeverría, quien puso en el escenario a siete aspirantes, todo parecía indicar que se trataba de Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación, o de Hugo Cervantes del Río, secretario de la Presidencia, pues a esto, la solución fue en favor de José López Portillo, quien tenía como favorito a Pedro Ojeda Paullada, secretario del Trabajo, sin embargo, el electo fue Miguel de la Madrid Hurtado, secretario de Programación y Presupuesto.

De la Madrid apoyó a diferentes prospectos, destacadamente el distinguido jurista y procurador general de la república, Sergio García Ramírez y su compadre el exsecretario del Trabajo y secretario de Pesca, Pedro Ojeda Paullada, sin embargo, en el día de la convención priista surgió el nombre de Carlos Salinas de Gortari, quien, como presidente, impulsó fuertemente a Manuel Camacho Solís hasta el último momento en que se decidió por el lamentablemente asesinado Luis Donaldo Colosio, expresidente de PRI y secretario de Desarrollo Social; esta infortunada circunstancia cambió el destino de México y accedió —por razones vinculadas a su convicción neoliberal— la candidatura de Ernesto Zedillo, coordinador de la campaña presidencial y exsecretario de Educación Pública y de Programación y Presupuesto. Hasta aquí, los misterios insondables de la política priista.

Con la derrota de Francisco Labastida, que no contó con el pleno apoyo del presidente Zedillo, se inició la nueva etapa de la política mexicana, en la que ganó en dos ocasiones el PAN con Vicente Fox y Felipe Calderón.

Al cambiar los paradigmas políticos, ya no ganaría aquel que menos se moviera, sino que surgió, desde la gubernatura del Estado de México, el retorno priista con Enrique Peña Nieto.

Las cosas han cambiado radicalmente. Terminado el tapadismo surge una nueva etapa donde debe buscarse, desde el PRI, un candidato que pueda ser competitivo; no hay duda de que para el presidente Peña su carta principal es Luis Videgaray y, en otro nivel atrás, Osorio Chong.

Las derrotas de 2016 vuelven a cambiar el panorama y este se hace aún más complejo para el PRI con la declaración reciente del secretario de Relaciones Exteriores, Videgaray, quien afirmó que su militancia está guardada en un cajón y prácticamente se descarta, porque se atraviesan los tiempos de las importantes negociaciones de nuestra relación con el imperio.

Las elecciones del Estado de México serán la clave para develar este nuevo misterio y pese a todo lo que se diga, no está perdido este partido, si tiene la inteligencia y capacidad de buscar una fórmula que permita crear una nueva figura como José Antonio Meade o José Narro.

Los misterios de Agatha Christie ya no son la solución.

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