Desde hace más de diez años la nación está inmersa en un enfrentamiento sistemático entre las fuerzas armadas y grupos del crimen organizado, el cual encuadra dentro de la definición de los conflictos armados no internacionales que se deduce del artículo tercero común de los cuatro convenios de Ginebra, de los criterios interpretativos del Comité Internacional de la Cruz Roja y de la jurisprudencia establecida por la Corte Penal Internacional, el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, el Tribunal Penal Internacional para Ruanda y la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Así pues, estamos viviendo un conflicto armado interno que amenaza con prolongarse indefinidamente. Salvo unos cuantos, nadie dice nada.
Ese conflicto armado interno ha provocado un holocausto, una magna tragedia humanitaria: más de doscientas mil vidas humanas segadas, más de treinta mil desaparecidos, más de doscientos mil desplazados, más de veinte mil huérfanos. Trágico saldo que es considerablemente superior al de la guerra de Vietnam. Salvo unos cuantos, nadie dice nada.
En relación con nuestro país, en el informe “Evaluación de conflictos armados 2017” el Instituto de Estudios Estratégicos aseveró: “En el 2016, los homicidios intencionales fueron 23 mil, superados solo por los 60 mil de Siria, que vive una guerra civil”; mientras que en el informe difundido por Open Society se denunció la perpetración de crímenes de lesa humanidad que permanecen impunes. Salvo unos cuantos, nadie dice nada.
En su informe anual 2016, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos reprochó severamente al Estado mexicano no haber implementado un plan concreto para el retiro gradual de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública, y no haber hecho lo necesario para superar la prevalencia de torturas, desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales y ataques generalizados a los derechos humanos. Salvo unos cuantos, nadie dice nada.
En abril de este año se llevó a cabo en Cozumel una cumbre militar centroamericana presidida por los jefes de los comandos norte y sur de Estados Unidos, en la que se acordó la creación de una fuerza de tarea conformada con miembros de las fuerzas armadas de México y Guatemala y dirigida por efectivos del comando sur que sellará militarmente la frontera sur. Salvo unos cuantos, nadie dice nada.
La falta de respuesta efectiva de la sociedad ante esos gravísimos acontecimientos tiene causas diversas. Una de ellas es lo que Erich Fromm llamó “la patología de la normalidad”, la adaptación a situaciones intrínsecamente aberrantes e inadmisibles. Otra, es la instalación en el imaginario colectivo de la cultura de la “banalidad del mal”, categoría ideada por la gran filósofa Hanna Arendt tras el profundo impacto que le causó la actitud desvergonzada asumida por el genocida nazi Adolf Eichmann ante los jueces de Jerusalén, según la cual el mal se convirtió en una cosa banal y fue aceptado como normal por la mayoría de los alemanes.
Sin duda, algo huele a podrido en Dinamarca.