El resultado de la elección de gobernador en el estado de México fue el esperado. Lo sorpresivo hubiera sido que otro partido se impusiera al PRI, que echó la casa por la ventana en lo que a dinero se refiere, que contó con el apoyo decidido y descarado del Ejecutivo estatal y que dispuso de recursos federales en una cuantía faraónica.

Meses antes de que se iniciara el periodo legal de las campañas, los gobiernos estatal y federal entraron en una especie de orgía destinada a comprar y asegurar votos. Ese afán los llevó a regalar escrituras, entregar casas, repartir lavadoras, llantas, despensas, tarjetas de débito dotadas de miles de pesos, tinacos, láminas para techos, dinero en efectivo y muchas cosas más.

Ya en el periodo propiamente electoral, continuó el regaladero y el gobierno federal incurrió en una vergonzosa operación: hizo de cada secretario de Estado un propagandista, un matraquero del PRI cuando no un mapache. Daba pena ver a tan altos funcionarios, uno o dos de ellos muy respetables, jugando al militante convencido.

Por su parte, el gobierno estatal, urgido de disponer de dinero para la campaña de su candidato, de plano suspendió la construcción de obras públicas, como ocurrió con cuatro hospitales —o seis, según otra versión—, pues la salud de los mexiquenses le importa un carajo al señor Eruviel, quien tiene la mira puesta en el gabinete, pues ya ubicado en alguna secretaría o en la presidencia del PRI se convertirá automáticamente en precandidato presiNayadencial y en una de esas, si atendemos a la escuálida caballada, hasta resulta beneficiado por el dedazo y se convierte en abanderado del partido tricolor.

El gobierno federal se podía dar el lujo de perder Nayarit y cuentan que estaba muy dispuesto a ceder también Coahuila, nomás que ahí el gobernador se habría negado a regalarle el triunfo al PAN. Lo que bajo ninguna circunstancia estaba dispuesto a perder era el Estado de México, la nave nodriza de la corrupción, fuente inagotable del contratismo más ruinoso para los ciudadanos y muestrario de todas las miserias nacionales.

Todavía falta resolver las innumerables impugnaciones en curso, pero nadie se haga ilusiones. Los órganos electorales son criaturas del poder priista, y la oposición, sobre todo de izquierda, ya se puede ir conformando con las migajas. No tendrá más que eso, hasta que los ciudadanos, sin medios legales para hacer respetar su voto, hagan que todo reviente y el país se despeñe en la desgracia. Para allá vamos.