El filósofo uruguayo José Enrique Rodó, desde hace ya muchos años, escribió su principal obra titulada Ariel; en ella hacia una división entre la América Sajona y la América Latina, otorgándole a la primera las características del materialismo pedestre y mezquino —representada por la figura de Calibán—, mientras que la América nuestra, la proponía bajo las alas espirituales de Ariel, que pretendía en sus ideales el triunfo del espíritu sobre la materia
Es probable que José Vasconcelos, al crear el lema de la UNAM: “Por mi raza hablara el espíritu” y dibujar el mapa de la América Latina en su escudo, pensó en esa diferencia cultural de ambas Américas. Desde entonces, ya se había trazado un muro y una brecha que separaba dos culturas distintas.
Sin embargo, las utópicas promesas de la tecnocracia y el pragmatismo del TLCAN nos vendieron a los mexicanos, una y otra vez, la idea de que somos norteamericanos y muchos lo creyeron; cambiaron las tradiciones añejas de nuestra cultura hispana por transformaciones en la moda, en la gastronomía, en el arte e incluso en el lenguaje; muchos ilusos pensaron que la prosperidad y el desarrollo surgiría de este nuevo mundo norteamericano en el que estábamos incluidos.
Efectivamente, el proceso del intercambio comercial se expandió al grado de que actualmente nuestra relación comercial con Estados Unidos supera los 450 mil millones de dólares anuales, es decir, más de mil millones de dólares al día. Esto es cierto, pero también lo es que este intercambio de las grandes empresas transnacionales, principalmente de la automotriz, han aprovechado los salarios y los impuestos bajos, para darle un énfasis de mejores precios en la competencia capitalista.
Hoy, frente a la locura racista del presidente Trump, estamos un día sí y otro también dependiendo de sus caprichosos tuits y sus permanentes cambios de humor, que en el escenario internacional lo hacen ver ridículo y en el interno lo acercan a la picota del impeachment. No se han aclarado —de ninguna manera— sus relaciones financieras con Rusia y cada día se enturbia más su perfil frente al pueblo norteamericano.
A pesar de esto, existe un fuerte grupo de supremacistas blancos y xenofóbicos que apoyan, contra viento y marea, a su presidente; en cualquier forma la estabilidad interna de su gobierno corre ciertos riesgos que se reflejan en la desaparición del Obamacare, en su feroz política migratoria, en su absurda lucha contra la prensa y los medios de comunicación.
Si bien es cierto que, mientras el partido republicano mantenga la mayoría en el Congreso, será difícil enjuícialo, entre las propias filas republicanas existen serias dudas que se ahondarán al acercarse las elecciones de la Cámara de Representantes y de parte del Senado.
Como quiera que sea, habrá que agradecerle al señor Trump que los mexicanos volteemos a nuestra propia historia, a nuestros paradigmas constitucionales y a la convicción —un tanto perdida— del patriotismo mexicano.
Por eso, pese a lo que significa una bofetada en el rostro de un país amigo, ¡apúrese a construir su muro, señor Trump!, pues, con cada ladrillo que ponga será un acicate para la solidaridad interna y una mejor visión de futuro del pueblo de México
Gracias, señor Trump, por construir su muro, pues, nos va a dar la oportunidad de retomar el camino marcado por nuestra historia, nuestra cultura y nuestra idiosincrasia.