“Durante el regreso a El Lobo, hubo dos retenes militares. Estábamos tensos, desconfiados, procurábamos no mirarnos a los ojos. Tuve la sensación de que los pasajeros nos sentíamos culpables de algo. Prácticamente en todas las carreteras del país había desapariciones, asaltos, secuestros; pero la primera y la segunda vez que viajé a El Lobo no sentí temor ni miedo: a pesar de que ya se salpicaba la inseguridad”.

 

La escritora Bibiana Camacho nos lleva a descubrir Lobo (Almadía, 2017) a través de la mano de Berenice, una joven chilanga decidida a iniciar su vida académica pero, para lograrlo, tendrá que dejar atrás su vida citadina y adentrarse en un lugar lúgubre y vacío.

Al poco tiempo de llegar al pueblo donde vive Felicia, una destacada investigadora, Berenice se percata que aquellos sueños que la llevaron hasta ahí, se esfumarán. La joven olvida su principal objetivo y es seducida por la vida mística de El Lobo. Los habitantes de esta aldea sombría aseguran que los lobos se extinguieron desde hace años. Sin embargo, algunas noches Berenice alcanza a escuchar aullidos que provienen de los cerros cercanos.

Jenni Jiménez, quien usa el nombre de su abuela Bibiana como seudónimo porque siempre le pareció un gran personaje literario, reveló a Siempre! que no hay similitud del pueblo al que llega Berenice con el verdadero lugar, ubicado en Zacatecas.

Afirma que Lobo es el libro que más sentimiento le ha provocado a la hora de escribir, ya que había ocasiones en que se la estaba pasando muy mal. 

-¿Cuál fue el momento clave para escribir Lobo?

Surgió la idea porque me iban a dar una beca, entonces tenía que entregar un proyecto (risas). Pero el momento clave, cuando dije “sí, ya tengo la historia”, fue cuando estuve en una estancia en Oaxaca. Traía la idea, escribía y borraba, pero como que no lograba agarrarla por los cuernos. Estar lejos de la ciudad, y esa sensación de vivir en un lugar que no conoces, me ayudó a concebir mejor la historia.

-¿Por qué usar la figura de un lobo como sinónimo de miedo?

Para empezar los lobos me encantan, me parece que son animales maravillosos y me encantan su aullido; y la otra es que, en efecto, en el pueblo cuando iba de niña la leyenda decía que se llamaba El Lobo porque antes había muchos, pero la gente los había exterminado. Entonces, me pareció una metáfora perfecta ese aullido que escucha Berenice todo el tiempo y que le dicen que es imposible que lo oiga porque no existe; es como cuando tu cuerpo se llena de adrenalina y sientes que se te eriza y sabes que algo malo va a pasar, pero desconoces qué es, empiezas a voltear y no logras identificar nada, pero estás alerta. Precisamente esa sensación era lo que quería que ocurriera con los aullidos.

La escritora Bibiana Camacho

La escritora Bibiana Camacho

-¿Berenice representa a Bibiana con sus miedos, sueños y contradicciones?

Siempre. Creo que es inevitable que no estén cosas tuyas, no sólo en Berenice sino en varios de los personajes de la novela. Hay varias cositas que prefiero no platicar, ni siquiera lo hago de manera consiente, pero cuando empecé a corregir y a leer, es inevitable.

Lobo es una novela totalmente misteriosa y ambiental, ¿cómo fue el proceso para crear la atmósfera de un pueblo fantasma que sí existe?

Me inspiré en los recuerdos del pueblo cuando iba de niña con mi familia. Íbamos a las fiestas patronales, siempre había mucha gente, incluso personas que vivían y trabajan en Estados Unidos, regresaban. El pueblo está en Zacatecas y se encuentra en la cabecera municipal de Loreto que, por cierto, de ahí son originarios los Hombres Lobo. Tiene 20 años que no voy al pueblo y no quise regresar cuando estaba escribiendo la novela, porque sino todo lo que traía en la cabeza iba a cambiar. Creo que hubiera sido muy decepcionante para mí que no estuviera presente esa atmósfera fantasmal, solitaria.

-¿Qué opinas del México actual que, al igual que Lobo, está impregnado de miedo y desapariciones?

Es muy doloroso. Esta situación en la que se encuentra México, hasta el fondo del abismo, se viene dando desde hace mucho tiempo. Nadie dijo que iba a ser tan duro y me da mucha tristeza, porque a mí hasta me da miedo salir a carretera. Es muy lamentable y triste.

-Cuando la madre de Berenice, le informa que Humberto, el hijo de su pareja, Gumaro, está desaparecido, Berenice cae en cuenta que la situación sobre los desaparecidos está cada vez más cerca de lo que imaginó. ¿Has sufrido la desaparición de algún familiar o amigo cercano? 

Afortunadamente, no. Mis tíos de la familia paterna de pronto desaparecían, pero ellos desaparecían por andar bebiendo, pero aún así ese “desaparecer” generaba mucha angustia y siempre estaba el sentimiento de que iban a regresar y afortunadamente ocurría, pero de cierto modo generaba angustia. Otro tío se fue a Estados Unidos de mojado a trabajar y estuvimos un año sin saber de él, esa sensación es espantosa. Pero ese cerco se aproxima cada ve más a nosotros, porque jamás había conocido a alguien que se le hubiera desaparecido un familiar y cada vez conozco a gente que sí le han ocurrido esas cosas. Nadie está libre de que desaparezca un ser querido o que nos desaparezcan a nosotros mismos.

-Creaste a un personaje llamado Crisantemo, un joven enfermo y solitario, a pesar de vivir con tres hermanas solteras. Disfruta ver el cielo y de tararear canciones de Leo Dan ¿Por qué crear un personaje como él?

Ese es un momento muy padre de un escritor: de pronto hay personajes que llegan, no estaban invitados a la fiesta y se te instalan. Traía ese personaje merodeando la cabeza, pensaba escribir un cuento de un niño así y, de pronto, me di cuenta que quedaba perfecto en el pueblo, porque además es una metáfora del abandono. A pesar de que Crisantemo es un niño que está con “Las Belugas”, ellas en realidad no lo cuidan, no hay cariño a pesar de ser indefenso y que debería de tener lo cuidados que justo una persona con una discapacidad debe de tener; es un ser completamente abandonado. Al final es una metáfora del pueblo y del país entero. Estamos en el abandono, a nadie le importa lo que nos ocurre… Crisantemo es un poco eso.

-¿Qué recuerdas de El Lobo de tu niñez?

Si hubiera una película que retratara El Lobo cuando iba de niña, no tiene nada que ver con lo que escribí. Empecé ir a El Lobo como a los cuatro años y cuando entré a la adolescencia me puse muy pesada y dije que no iba a volver a ese pueblo. Todo lo que me gustaba de niña, jugar con mis primos, pochar globos, nada de eso ya no me agradaba. Además, había mucho peligro. Un tío le dijo a mi mamá que no nos llevara a mí y a una de mis primas porque empezamos a ser señoritas y si a alguien le gustábamos nos iban a robar. 

-¿Consideras que es tu mejor novela?

Tras las huellas de mi olvido, la quiero mucho porque fue un experimento que llevé a cabo y le tengo mucho cariño, fue como soltarme el pelo, lanzarme y atreverme a hacer algo. Creo que sí, esta es mi mejor novela.

-¿Cómo decides que ya es tiempo de escribir una novela?

Eso es bien difícil. Tenía la idea fija de que iba a empezar cuando Berenice llegaba al pueblo, pero en el proceso de la escritura me di cuenta que ese inicio era fatal, lo revertí. Generalmente inicio con una imagen y de ahí se va desbordando y tomando diferentes caminos la historia. Siempre cargo una libreta, cualquier cosa que se me ocurra o algo que vea de la calle, siempre lo escribo; tengo como 50 libretas entre diarios y mis notas que hago, eso me ayuda mucho. Cuando voy a escribir algo, tomo las libretas donde creo que hay momentos que me pueden ayudar y después lo empiezo a escribir en la computadora. Ahorita ya empecé a escribir otra novela, la estoy escribiendo a mano y me estoy divirtiendo mucho.