Aún no concluyen formalmente las elecciones de este año en Veracruz, Nayarit, Coahuila y el Estado de México, y ya comenzó la vocinglería estridente de politólogos de café, opinólogos y políticos variopintos. Formulan cábalas, expresan augurios, y los más nerviosos están jugando ya  el añejo juego de la gabinetitis. Aunque para ello algo tenga que ver cómo se dilucidan las inconformidades ante los órganos jurisdiccionales electorales, cómo evolucionan los potenciales conflictos poselectorales y un largo etcétera. Y no, no se trata de negar lo evidente. El 18 ya llegó.

Hoy se habla como si novedad fuera de la creación de un “frente” antisistema o más preciso: anti PRI. Quienes lo promueven olvidan alegremente que estos frentes tienen su origen en la posguerra y se adaptaban a las condiciones coyunturales de cada país. No cabe duda de que no hay nada nuevo bajo el sol.

Por meses, hay que recordarlo, con base en “encuestas” los abajofirmantes y su líder se decían seguros ganadores en la próxima sucesión presidencial, era imparable, decían. Muchos, muchísimos, lo creyeron y corrieron a afiliarse y sumarse al nuevo sol. Ahora que está derrotado y fue el gran perdedor por su empecinamiento de ser el candidato real en el Estado de México, claman por la creación de un frente para vencer al partido en el poder.

La propuesta lleva implícito el reconocimiento de que sin alianzas no pueden alzarse con la victoria. Estas alianzas son válidas en cualquier democracia, especialmente en las de gobiernos parlamentarios, solo que se construyen alrededor y gravitando sobre propuestas concretas de acciones y políticas públicas para conquistar el gobierno. Aquí no es el caso.

Para Morena este “frente” a la mexicana, debe sine qua non tener como eje o sol al líder que tiene dos décadas en campaña, y no está sujeto a discusión, o se subordinan a él o pasan a engrosar las filas de la mafia del poder. En días recientes volvió a exhibir su faceta autoritaria y desdeñó, rechazó, estigmatizó a su expartido político por el que compitió en 2006 y 2012 por la presidencia y de entonces a ahora su estilo no ha cambiado mucho que digamos.

Luego de conocerse los resultados electorales recientes, al parecer escuchó los consejos de quienes lo convencieron de no iniciar un conflicto poselectoral buscando el todo o nada al que es tan proclive; sin embargo, rechazar y tirar a la basura la posibilidad de concretar alianzas con otros sectores de las denominadas izquierdas es un grave error, táctico y estratégico. Seguramente no escuchó a sus asesores y solo siguió su “instinto político”.

La lección que le endilgó el candidato del PRD del Estado de México no la asimiló. Le pidió su declinación, cuando sintió que solo no ganaría. Antes, ensoberbecido por sus encuestas que lo hacían ganador del 18, sin haberlas jugado, ignoró y rechazó, “con estos ni a la esquina”, una alianza electoral en el bastión izquierdista.

A nadie escapa que pese a todo será el candidato de su nuevo partido, que mantendrá una muy alta votación y hasta podría tener posibilidades de ganar. Lo que disgusta a muchos es que sea a costa de polarizar y dividir, de separar tajantemente a los mexicanos entre buenos y malos. Y especialmente extraña en muchos círculos de observadores cómo repite errores garrafales que le costaron tanto en los procesos electorales pasados.