El desenlace de las elecciones del Estado de México está muy lejos de definirse. Debido a que la entidad representa el padrón electoral más numeroso del país, sin duda será un proceso con un litigio importante y nos adelanta lo que veremos para el proceso electoral del próximo año, con sus lecciones, esperanzas y vergüenzas.

Los paladines del statu quo expoliador se mostraron de cuerpo completo. Todo el aparato del gobierno federal volcado hacia la acción electoral de un partido, los organismos de inteligencia se volvieron un instrumento de espionaje político y propaganda, el dinero circuló sin límite ni decoro, además de que la institución electoral salió con premura e irresponsabilidad a dar a conocer un ganador, cuando no había elementos estadísticos suficientes para hacerlo. Todo con un solo objetivo: descarrilar el único proyecto de cambio posible que tiene hoy nuestro país. Con independencia del desenlace final, se puede decir que fallaron.

Morena obtuvo más votos como partido que el PRI, lo que lo convierte en la primera fuerza electoral en el Estado de México. Distritos de tradición priista como Ecatepec, de donde es originario el actual gobernador Eruviel Ávila, votaron a favor de Morena, adicional a que su crecimiento en el corredor azul fue evidente, convirtiéndose en una opción aceptable para las clases medias.

En este proceso, Morena logró un millón 200 mil votos más que en 2015 cuando compitió por primera vez, mientras que el PRI perdió más de un millón de simpatizantes, en comparación con los resultados obtenidos en la elección de 2011.

Esto significa que el PRI logra ser competitivo en la elección porque se consolidó como un bloque de intereses comunes y alianzas con otros partidos. Fuerzas políticas que le sumaron votos (PVEM, Nueva Alianza y Encuentro Social aportaron 164 mil 870 sufragios), dinero y ventajas institucionales, aunque también hubo otras fuerzas que únicamente fueron funcionales para restar votos al proyecto de cambio.

Por el otro lado, la izquierda logra en conjunto la mitad de los votos de la elección, pero no logra consolidarse como frente opositor. El PRI alcanzó un resultado cercano a Morena, no por su potencia, sino por la división.

Esto parecería lógico en cualquier democracia, el problema es que esta conformación representa los intereses intricados de corrupción política y económica, no a una agenda programática con un mínimo sentido de progreso.

El proceso electoral en el Estado de México profundiza el principal problema nacional reflejado en el círculo vicioso entre dinero abundante e ilegal en los procesos electorales. Se trata de actos de corrupción para generar compromisos políticos a futuro, que se traducen en concesiones, contratos, compras y otros negocios.

Los beneficiados del proceso saborean ya sus ganancias futuras, fruto de la corrupción política y empresarial, prueba de ello es que las acciones del grupo OHL subieron 7 por ciento al finalizar la jornada electoral. No es de sorprender, ya que la empresa enfrenta serios cuestionamientos por sobornos y otros actos de corrupción del más alto nivel.

Las instituciones electorales enfrentan el reto. Aun con la inversión de miles y miles de millones de pesos, no muestran la objetividad y solvencia para hacer creíble el resultado, la comparsa funcional del presidente del Instituto Estatal Electoral genera una antesala de duda y corrupción para el próximo proceso electoral.

Es pertinente aclarar que el problema no son las instituciones, es la perversión de ellas, que realizan actores políticos con lealtades y agendas de grupo y no de legalidad.

No se ha definido quién gobernará el Estado de México, pero lo que es seguro es que quien perdió en el Estado de México fue el Estado de derecho, la confianza en las instituciones y la decencia política.

Frente a este escenario no hay una tercera posibilidad, o es a favor del sistema o se apuesta por el único proyecto de cambio posible que tiene hoy nuestro país.

@LuisHFernandez