El miedo ha movido al mundo desde la prehistoria, y lo sigue y seguirá moviendo. De esa enfermedad llamada “conciencia” nace el miedo. Primero es el miedo al dolor cuando se adquiere la conciencia del dolor; luego, el miedo a la muerte. ¿Cómo le llamaban los hindúes a la medicina? Ayurveda, “ciencia de la longevidad”. Enfermedad, dolor, muerte, pobreza… La antítesis de la vida sana se traduce en miedos que deben vencerse o controlarse. Por ello hay que pagarle al médico: la enfermedad nos vuelve autómatas o sometidos, seres subordinados a otros, y también nos empobrece y puede ocasionarnos deceso. De todo esto se hallan bien conscientes los sacerdotes del miedo, las religiones, las aseguradoras e industrias creadoras de necesidades y carencias. Quienes se aprovechan del miedo mantienen control sobre los demás y se enriquecen a su costa. La gente simple (y en el fondo vacía) sólo puede llenar su hueco existencial con el consuelo de un más allá, de que la vida no acaba con la muerte, de que hay una “vida verdadera” después de este “valle de lágrimas”. Todo tipo de idealismos y fórmulas mágicas para sonreír y resignarse ante el dolor y la pobreza nos empapan con superchería persuasiva para llenar alcancías de iglesias, enriquecer a las religiones y a las compañías aseguradoras. En el fondo, se trata de comprar la salvación o lo que estos controladores nos venden como “salvación” o “seguridad para ti y tu familia”. ¿Cuál es la raíz de tal manipulación? Un antiguo himno del Rig Veda afirma que “la religión no es para los avaros”. Por supuesto que no: hay que darle dinero al sacerdote para que nos “salve”.

Todo empezó cuando a alguien se le ocurrió dividir al individuo en cuerpo y alma. Un egipcio antiguo diría ba, la fuerza espiritual que, una vez muerto el cuerpo, debe, sin embargo, acudir a él para encontrarse con su ka. Disuelto el cuerpo, se pierde el ba. Por ello embalsamaban y hacían esculturas y libros para muertos. Tal vez allí empezó el gran negocio de la muerte: un difunto que fue muy rico podrá tener su libro ilustrado y sus grandes esculturas, así como un magnífico embalsamamiento. En otras culturas vendrán las teorías de la reencarnación: el alma (atman en sánscrito, psique en griego) debe pasar por muchos estados, entrar en muchos cuerpos, antes de llegar a la perfección y dejar de reencarnar para unirse con lo Absoluto. Esta teoría, plausible en varios sentidos, y casi comprobada científicamente, pues la energía no se destruye con la muerte de la materia, sino que sólo se transforma, será ridiculizada por la visión cristiana, para la que ya no hay reencarnación, sino castigo eterno (la soledad, la muerte en el alma) o premio eterno (la comunión con un Dios personal que es “muy bueno”). Platonismo para las masas, como la llegó a llamar Nietzsche, la visión cristiana exacerbó el miedo y creó una industria y luego una corporación multi y transnacional, con sucursales en todo el planeta. Allí se administra el nacimiento, la muerte, los premios y los castigos. Su riqueza y poder materiales no cesan porque el miedo de la gente ingenua los alimenta. Pero el miedo se traduce en dinero.

Contra los platónicos trasnochados, opongo la unidad entre lo que llaman “alma” y el cuerpo. La energía es materia y la materia energía. Es más: siempre he pensado que la energía es la parte más espiritual de la materia. Creo que es buena frase. Si la energía no muere jamás, no existe la muerte, y ésta resulta un invento para producir miedo y generar ganancias. ¿Muere un cuerpo? Sí, pero no la energía, que simplemente se transforma. Por último, me parece imposible reducir un concepto como “dios” a lo positivo y a lo bueno. O Dios es todo o no es nada, y si es Todo es a la vez Nada. Concepto inútil e innecesario, quiere comprenderse como la energía o alma universal, pero si es así, entonces es todo, lo considerado negativo y positivo. Estoy convencido de que la religión más evolucionada de la humanidad sigue siendo, desde el siglo VI antes de nuestra era, el jainismo.