Arrojamos el pasado al abismo sin querer
inclinarnos para ver si está bien muerto.
Shakespeare
Hace 50 años, el 19 de junio de 1967, la ciudad ingresó en una nueva etapa urbana al darse el banderazo a la construcción de la primera línea del Sistema de Transporte Colectivo-Metro, en la confluencia de las avenidas Arcos de Belén y el Paseo de Bucareli.
La primera fase de desarrollo del sistema se vertebró en torno a la línea 1 (rosa), conformada por 16 estaciones de Chapultepec a Zaragoza y destinó a las de Balderas y Pino Suárez la función de nodos de correspondencia, la primera con la línea 3 (verde) y la segunda con la línea 2 (azul).
Las excavaciones en la correspondencia Pino Suárez dejaron al descubierto elementos arqueológicos relevantes, los cuales obligaron al replanteamiento del proyecto a efecto de disponer como centro de la integración de pasajeros el montículo a Ehécatl (Dios del Viento) que inspiró el signo de identificación de dicha estación.
En el exterior de este importante centro de enlace y aprovechando los terrenos de la vieja garita de San Antonio, ubicada en el antiguo barrio de Tablajeros, en la calzada de Tlalpan, su visión del progreso sembró un conjunto de edificios destinados a las oficinas administrativas del propio STC-Metro y de los juzgados del DistritoFederal.

Pese a otros hallazgos arqueológicos, las autoridades determinaron sacrificar su exhibición en aras de ese hito de modernidad arquitectónica que se conoció como Conjunto Pino Suárez, comunicado estratégicamente por dos líneas del metro que garantizaran su “centralidad” y su accesibilidad desde Zaragoza u Observatorio o de Cuatro Caminos o Taxqueña.
El sismo de 1985 provocó el derrumbe de ese enclave; luego fue sustituido por una plaza comercial que albergaría a los oferentes informales de la avenida 20 de noviembre.
Tras haber recobrado el espacio que por años ocupó el “mercado de las pulgas” en el callejón de Nezahualcóyotl, el Fideicomiso del Centro Histórico, junto con la Autoridad del Espacio Público, iniciaron una recuperación del área y así, en la esquina del callejón e Izazaga, un rotomartillo se encontró con nuestra poderosa herencia azteca que se empeña en resurgir, vestigios que el INAH inmediatamente identificó como el basamento de 8 metros de longitud resguardado desde 1969.
Hoy, una vez más, dos instancias de la administración del Dr. Mancera —al igual que el secretario de Obras con la línea 7 del Metrobús— hacen quedar mal al gobierno de la ciudad, pues en vez de estudiar y apoyarse en el INAH antes de iniciar cualquier obra en zonas patrimoniales, “se las avientan a la brava” con graves consecuencias y perjuicios para el patrimonio monumental de la ciudad y para el prestigio de un jefe de Gobierno urgido de salir de su mandato sin más problemas de los que ya se ha generado.
Bien harían en abrevar en la sapiencia del bardo inglés, quien sentenció que ante el pasado hay que inclinarse para ver si en efecto desapareció y de él no queda rastro alguno.


