La muerte de un gigante por Samuel Gordon

Figura clave en la actividad literaria y editorial a nivel nacional Raúl Renán fue uno de los escritores más destacados de la segunda mitad del siglo xx hasta su tan sentida desaparición, defensor de la constante búsqueda de innovación en el ejercicio de las letras incursionó en la poesía, la narrativa, las tareas editoriales, polifacético ejerció un gran magisterio sobre las generaciones jóvenes en su calidad de coordinador de talleres literarios, sobre todo en el campo de la poesía experimental que custodió como casi nadie en México, amante de las tertulias de café desde sus mocedades en su natal Mérida, Yucatán, nunca dejaría ni de convocarlas ni de asistir a ellas. Su labor artística asumió como máxima estética la concisión casi lacónica a cualquier otra forma de incontinencia verbal, su determinación por una estética de la brevedad le enseñó a constreñir el lenguaje ciñiéndolo al implacable mandato de Onetti de no utilizar jamás la palabra, a no ser ante la certeza absoluta de que su empleo es mejor que el silencio. Asoma en la mayor parte de su obra un conocimiento virtuoso de las letras clásicas, del epigrama, del haikú, del universo editorial y tipográfico pero, sobre todas las cosas, de esa gran ausente de la mayoría de los ejercicios literarios: la carcajada alegre de quien dominaba, desde cualquier perspectiva, el quehacer literario, el arte de la palabra y las tecnologías de sus usos para el verdadero bien común. Sin hallar acomodo generacional ni grupal dentro del entorno literario, mayor que unos menor que otros pero, sin duda, más joven y vital que todos, Raúl Renán nos entregó una obra que reafirmó, quizá de manera definitiva, la importancia de una estética de la brevedad para las letras mexicanas. Parado junto a su féretro me niego a creer que ese gigante cabía ahí. Gracias Raúl por tu obra, tu magisterio, tu amistad infinita.

Recuerdo de Raúl Renán por Héctor Orestes Aguilar

El legado que Raúl Renán deja en la cultura mexicana va mucho más allá de sus treinta y tantos libros, plaquettes, cuadernillos, ediciones alternativas y ediciones conmemorativas donde se compilan sobre todo poemas. La aportación de Raúl se extiende también por los territorios del magisterio literario y de la edición, donde llevó a cabo labores ejemplares como formador de varias generaciones de escritores y editores. Recuerdo con especial cariño uno de los proyectos que él orientó e impulsó, la revista Ensayo —y su celebrada colección de “Cuadernos de Montaigne”—, que debería reeditarse en versión facsimilar e incluso debería reaparecer como publicación insignia para un género menospreciado por el mercado. Raúl Renán parece haberse marchado, pero lo dudo mucho. Nos acompañará siempre su bonhomía, su generosidad, la bienhechora discreción de su saber andar por el mundo enseñándonos a escribir mejor y a vivir con la intensidad de la poesía.

Mi niño Renán por Norma Salazar

Esta es la última vez que espero recibir tu llamado a mi móvil, para escuchar tu timbre de voz pausada “Hola nena, Normita ¿Cómo te amaneció?, fíjate que…”. Si pudiera dar oídos porque lo necesito, mis desasosiegos deberían impedírmelo, y ya ves, te escribo, espero tu llamado para recibir indicaciones. Por ello escribo como si estuvieras escuchándome te digo con ímpetu de que te alcance y llegue hasta tu nueva morada escuches y sepas de mi aflicción que no puedo rompérmela. Y es que te llevo en mi sombra.

—Espero que esta sea la última vez que nos busquemos, que me órdenes a saludar a la vida y no decaiga nunca.

Desearía oírte para continuar nuestras dispersas pláticas en torno a la poesía experimental y tus bellos y entrañables recuerdos infantiles de tu ciudad blanca, Mérida. Ahora mi alhaja memoria recuerda tu compañía vespertina “Nena, no sé como pero voy a llevarte a mi tierra, a mi barrio de San Sebastián, por supuesto a la Iglesia, escuela donde jugaba donde me saltaba la barda cada vez que podía para estar con las niñas de la escuela continua, sólo, una barda nos separaba y el árbol frondoso de almendros”. “Normita, tú sabes que mi barrio tenía fama de ser barrio bravo; está alejado de la ciudad, fue barrio de puros mestizos como lo escribí en mi libro Los Pateadores de San Sebastián.

Raúl me cumplió, tuvimos más de dos viajes juntos: uno por placer y otro de trabajo, se desbordaba su voz, sí, me deleitaba con modismos yucatecos, tan suyos, me hablaba en su lengua maya —que nunca la perdió— se sentía orgulloso de hablarla.

Ya en la ciudad blanca por primera vez, el Nohoch “Mira, nena, aquí hace un tremendo calor pero no seco sino húmedo, no te preocupes, yo te cuidaré, no saldremos a pasear a tal hora, es decir, cuando se ponga el cenit, no quiero que te insoles por tu salud. No sentí en aquel momento lo que trataba de comunicarme pero no sólo fue la única indicación de su parte sino también por la famosa comida yucateca exuberante en color y porción. ¡Qué barbaridad, qué belleza, qué olor! Era irresistible no comer todo hasta los Sorbetes y más el de coco.

—Nena, no comas más, te puede pasar algo.

Efectivamente, horas después tuve un terrible vértigo que tuvo que llamar al médico del hotel para auxiliarme, después de estar en un breve reposo no me esperé al dichoso cenit o puesta del sol efervescente, al contrario, quería salir.

—Raúl Renán, quiero conocer tu ciudad, por favor, recuerdo que le pedí con ternura.

—Nena, sólo un loco o locos salen a esta hora, no entiendes que es la hora de la hamaca.

—¡What!

—Sí. La hora de la hamaca, la ves ahí, no está solo por adorno, aparte de la cama es para dormir la siesta.

—¡A estas horas, de ninguna manera!, le contesté con determinación. Sabrán que efectivamente me salí con la mía, pasaron minutos de haber salido del hotel donde nos hospedamos caminamos un buen tramo por el Paseo Montejo Portentoso, pues, no había ninguna alma, sí, los únicos cristianos locos éramos nosotros. Raúl era tan paciente, tan atento conmigo que era capaz de complacerme en todo.

¡Así, fue siempre!

NORMANDÍA

El viaje de la escritura por Israel Ramírez

Emeritense de nacimiento, Raúl Renán fue escritor desde la temprana edad en que se descubrió inventando nuevas historias en lugar de transcribir en letra palmer las Lecciones de cosas. Las Lecciones… era un manual escolar basado en la filosofía intuitiva que sintetiza el ideal de enseñar por medio de objetos verdaderos; por ello, quiero creer que esa imagen encierra el germen del amor de Raúl por la vida cotidiana y sus sencillos instrumentos: “el tintero, la silla, el calendario” de los que habla José Gorostiza, se transforman —en Los urbanos (1982)— en la colilla de cigarro, el semáforo, la fuente seca, la caseta telefónica… La ciudad y sus “cosas” aparecen en la vida del poeta en los años cincuenta y no se abandonarán nunca. “Travesía” es el segundo poema del libro y copio el inicio como quien empieza a escribir o como quien despide a un amigo: “Ignoro qué objeto tenga este viaje, nada persigo y no se me ha confiado misión alguna. Sólo sé que tiene, como todo, principio y fin”.

Infinito 88 por Ricardo Muñoz Munguía

El pasado año, 2016, en La Feria de los Ochos, celebración en la Casa del Poeta por los 88 años de Raúl Renán, hoy creeríamos que sería la despedida del poeta. No, es otro breve homenaje más donde faltan muchísimas personas pero el espacio nunca será suficiente. El escritor, formador de varias generaciones de escritores, el editor, el explorador de la palabra…, se afianzaba al significado del número ocho acostado, es decir, a la figura que simboliza el infinito. Así, la construcción de su identidad (donde tuvo que ver su carácter, determinación y fijeza en su rumbo; pues no debemos olvidar que hasta también el apellido él lo asimiló en su ser), el tallerista comprometido con los alumnos, la presencia de su labor creativa, el experimentador poético, el ser generoso de verdadera amistad, el joven Renán…, enmarca un panorama donde su ser hoy cobra presencia infinita, su creación, su construcción y esa mirada humana se atreven a recorrer el rumbo de la luz y sus valiosas páginas se vuelven indelebles al tiempo. Gracias, Raúl, por las charlas, tu amistad y por tu valiosa obra. ¡Hasta siempre!