Nadie sabe por qué todas las ciudades viejas del mundo inciden en sus lugares históricos. Londres (la vieja Londinium de los romanos), por ejemplo, contó con uno de sus primeros puentes de madera sobre el río Támesis desde el año 46 d.C., The Bridge of London (El Puente de Londres), cuya versión más reciente fue inaugurada el 17 de marzo de 1973. Pero antes —mucho antes— fue abierta al público en 1729. Ahora, a unos pasos de la entrada sur está la catedral de Southwark y en la norte se encuentra la London Bridge Station. Por cuestiones de vialidad, dicen algunos historiadores que es posible que en este histórico puente haya nacido la costumbre inglesa de conducir vehículos por la izquierda.

Durante 355 años, desde 1305, acudir al puente se convirtió en una horrenda costumbre, quizás la más añeja: ver las cabezas decapitadas de los “traidores” a la Corona inglesa.

La primera testa expuesta en esta galería al aire libre fue la del histórico rebelde líder escocés William Wallace, que en nuestros días se hizo famoso por la película Braveheart (Corazón valiente, protagonizada por Mel Gibson). Luego fueron la de Tomás Moro, en 1535, la de John Fisher, el mismo año, y la de Thomas Cromwell en 1540. En 1578, un cronista alemán relata haber visto más de 30 cabezas expuestas en el puente. En 1660 se abolió tan abominable costumbre.

En menos de dos semanas

Ahora, a cuatro días de las elecciones generales del jueves 8 de junio, el sábado 3, la capital británica volvió a vivir otra pesadilla sangrienta: el tercer atentado terrorista en suelo inglés en menos de tres meses, con un saldo de siete muertos (más tres asesinos abatidos por la policía que disparó 50 tiros, según el comandante de la fuerza antiterrorista), y 48 heridos. En ese mismo periodo, la policía británica ha frustrado otros cinco atentados de acuerdo al Ministerio del Interior. El Puente de Londres fue el primer escenario de este episodio que ya parece capítulo repetido de una serie de policías y delincuentes.

Un periodista de la BBC declaró que vio una furgoneta blanca embistiendo a gran velocidad a un grupo de peatones que caminaban por la acera del puente: “Hizo un giro rápido a mi alrededor y atropelló a cinco o seis personas, dos delante de mí y otras dos detrás… Cuatro estaban gravemente heridas y fueron atendidas por los paramédicos”. Decenas de ambulancias y coches patrulla llegaron a la zona. Otros testigos dijeron que tres hombres salieron de la furgoneta armados con cuchillos de 15 centímetros y apuñalaron a muchos viandantes en el cercano mercado de Borough Market, antes de ser abatidos por policías. Más de 30 personas malheridas fueron trasladadas a seis hospitales de Londres.

Este atentado es el segundo en el Reino Unido en menos de dos semanas, tras el que  dejó 22 muertos en Manchester el 22 de mayo pasado en un concierto de la cantante estadounidense de pop Ariana Grande. Este último caso se parece más al que tuvo lugar el 22 de marzo cerca del Parlamento británico, cuando un hombre atropelló, a más de 100 kilómetros por hora, y mató a seis personas que cruzaban el puente de Wesminster, 50 resultaron heridas luego atacó a cuchilladas a un agente de policía. Finalmente la policía lo abatió a tiros.

La matanza —reivindicada en un comunicado por un vocero del Estado Islámico— trastocó, por segunda ocasión y después del atentado de un suicida, Salman Amedi, que hizo estallar una bomba que llevaba consigo en la Arena de Manchester el lunes 22 de mayo, una de las campañas electorales más disfuncionales del siglo XXI en el Reino Unido.

No importa que fuera solo por unas cuantas horas, ya que según la primera ministra, Theresa May, los británicos no dejarán “que el terrorismo interfiera en el proceso democrático” con siglos de historia a sus espaldas.

No todos los británicos tienen el mismo punto de vista de la primera ministra. El líder xenófobo y ultranacionalista del United Kingdom Independence Party (Partido de la Independencia del Reino Unido), Paul Nuttall, no suspendió ni una hora sus actividades de campaña, porque según dijo: “Eso es precisamente lo que los extremistas quieren”.

En el estado de shock que han vivido los ingleses desde hace varias semanas, tanto adultos como jóvenes han reaccionado con decisión a los golpes terroristas. De tal suerte, madres jóvenes con hijos que quieren asistir a los conciertos masivos de sus cantantes preferidos después de lo que sucedió en Manchester han dicho a los medios: “No podemos quedarnos en casa, asustados. Es lo que los terroristas quieren y no podemos permitirlo”. Una de ellas, haciendo a un lado su miedo, que indudablemente lo tenía, decidió llevar a su hija, de 11 años de edad, al concierto que Ariana Grande ofreció el domingo 4 en la misma ciudad donde sucedió el atentado durante el concierto que ella ofrecía.

Los asistentes al estadio de críquet de Old Trafford, junto al campo de futbol del Manchester United, acudieron en masa —más de 130 mil personas, según cálculos de la policía local— a escuchar a Ariana Grande y a otros cantantes como Katy Perry, Coldplay, Justin Bieber, Robbie Williams, Pharell Willikams, Miley Cyrus, Take That, Usher, los Black Eyed Peas, Littel Mix o Niall Horan de la boy band One Direction.

Cuatro medidas de May

Los fondos del concierto —se esperaba recaudar más de 2.2 millones de libras esterlinas— serían donados a un fondo establecido para auxiliar a las víctimas del atentado de mayo pasado, que cimbró no solo al Reino Unido sino a todo Europa y otras partes del mundo.

Theresa May, al valorar el último atentado en el Puente de Londres, decidió tomar el toro por los cuernos y no le importó politizar el asunto. Anunció a las pocas horas un plan para endurecer las medidas antiterroristas. Su discurso no fue el mismo: “Hay demasiada tolerancia con el extremismo en este país… Ha llegado el momento de decir: ¡ya hemos tenido bastante! Las cosas tienen que cambiar a la hora de hacer frente al extremismo y al terrorismo”.

Cuando esta crónica aparezca ya se habrán realizado las elecciones generales. Las encuestas dicen que May lleva las de ganar, pero en las circunstancias actuales todo puede suceder. Los laboristas de Corbyn han ganado puntos en los últimos días y la desconfianza crece entre los conservadores. Por eso la oposición acusó a la señora May de haber roto la tregua electoral haciendo política con la sangre joven recientemente derramada.

May fue al grano: “El extremismo islámico es una ideología y una perversión del islam… Derrotar esa ideología es uno de los grandes retos de nuestro tiempo. Pero no puede ser derrotada sólo mediante intervenciones militares”. Haciendo uso de su experiencia como antigua secretaria de Interior presentó un plan de cuatro puntos, empezando por la revisión de leyes antiterroristas para endurecer las sentencias y para reforzar las “medidas de investigación y prevención del terrorismo”, conocidas en la jerga técnica como tpims.

El propósito de estas tpims es introducir restricciones a los sospechosos de terrorismo que no han sido procesados sin ningún delito —“legales” se llamaba a los etarras que no habían sido fichado por la policía—, y que sin embargo están en el radar de los servicios de inteligencia. Entre ellos, los tres mil yijadistas británicos que se calcula han podido regresar a las islas tras su paso por Siria e Irak.

El segundo asterisco del plan de May tiene como objetivo la Internet y las redes sociales. La ministra dijo: “No podemos permitir que los terroristas actúen en un lugar seguro, y eso es lo que están haciendo en la Internet”, al tiempo que anticipó que reclamará por ley la “tolerancia cero” y la máxima cooperación de las grandes  corporaciones de la red para detener el terrorismo.

En tercer lugar, afirmó:  “Hay demasiada tolerancia al extremismo y vamos a necesitar conversaciones difíciles entre nosotros. Llegó el momento de dirigirnos al frente doméstico y reclamar implícitamente una mayor colaboración por parte de las comunidades islámicas para cortar el radicalismo desde la raíz”.

En cuarto y último lugar, anunció que se revisará la estrategia contraterrorista para aprobar mayores poderes a la policía e impedir que el terrorismo alimente el terrorismo. Decirlo es fácil, hacerlo es lo difícil. Inglaterra y May no la tienen nada fácil.

Vale.