Desde hace casi dos meses, Emmanuel Jean-Michel Frédéric Macron (Amiens, 21 de diciembre de 1977), el vigésimo quinto Presidente de Francia (a los 39 años de edad, el más joven de la historia después de Napoleón Bonaparte) es la cotidiana noticia en los medios de comunicación de todo el mundo.
En realidad, desde hace muchos años el viento lo favorece. Su buena fortuna se acrecentó desde que comenzó a trabajar en la banca Rothschild & Cie y al abandonarla ya salió rico. Después ingresó en los altos puestos del gobierno de Francia, y sin haber ocupado un puesto de elección popular, se declaró aspirante a la Presidencia de la República; fundó un partido !La República en Marcha! (LREM) y desde el 14 de mayo pasado su domicilio está en el Palacio del Elíseo.
El 11 de junio su formación política logró el 32,32% de los votos en la primera vuelta de los comicios legislativos, lo que podría conseguirle la mayoría absoluta en la segunda vuelta el domingo 18 de ese mes. Un vuelco político excepcional, siendo que hace 14 meses, ni Macron ni la LREM significaban absolutamente nada para los franceses, ni para el resto del planeta. ¿Cuánto durará su suerte? Como dice el viejo tango: “…solo Dios sabrá”.
Todo indica que volverá a ganar esta electoral jornada dominical y logrará la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional lo que le permitirá gobernar sin mayores compromisos políticos. Lo que demuestra, dicen los analistas, que Macron no es un mandatario accidental, sino el líder de la “nueva corriente política que (deseaban y buscaban) los franceses”.
El fenómeno político del momento en el Viejo Continente se llama Emmanuel Macron. No es posible saber si dentro de 59 años los franceses se referirán al novel mandatario como ahora lo hacen cuando hablan del inolvidable fundador, en 1958, de la Quinta República Francesa, el general Charles de Gaulle, el Héroe de la Cruz de Lorena.
Los estudiosos del tema dicen que Macron se beneficia de una corriente de fondo en la sociedad francesa que nadie supo detectar y usar mejor que él. Los franceses –dicen–, querían un cambio en la clase política pero no un cambio radical de políticas.
Marc Bassets, corresponsal de El País en París, explica en uno de sus envíos: “El presidente ganó situándose en el centro, más allá de la izquierda y la derecha, con un mensaje europeísta y con acentos liberales. Intuyó que el Partido Socialista y Los Republicanos eran fachadas imponentes pero ruinosas por dentro. La primera etapa para desmontarlas era la victoria en las presidenciales. La segunda exigía dinamitar el eje izquierda-derecha que articula la vida parlamentaria desde la Revolución Francesa. Hoy está un paso más cerca del objetivo”.
El resultado de esta primera vuelta de los comicios legislativos se puede entender como una consecuencia de las presidenciales de abril y mayo, y por el desmembramiento de los adversarios. Ahora se entiende que Macron resultó un frío estratega y midió sus pasos con mucho cuidado.
Así, para el extranjero el sucesor de Hollande se ha presentado como una alternativa racional y europea al estrafalario y entrampado presidente de Estados Unidos de América (EUA), Donald Trump, y como alguien capaz de hablar de tú a tú al presidente ruso, Vladimir Putin. Solo le supera Angela Merkel, la canciller alemana, con la que podría formar una imbatible dupla.
En tanto, Macron ha devuelto su lugar a Francia en el tablero internacional. En el ámbito interno, el joven mandatario incorporó a su gobierno figuras de la derecha, amén de realzar el perfil institucional de la presidencia, agregando a su esposa como asesora de primera línea, algo que los franceses no han acostumbrado.
Emmanuel no “juega” con los símbolos del poder, y se comporta con gestos solemnes, marcando las distancias, calculadas para regresarle el aura monárquica: “gaullo-mitterrandiana”, según él mismo dice, refiriéndose a los presidentes más “monárquicos”, Charles de Gaulle y François Mitterrand, que haya tenido Francia.
Gestos aparte, hay poco precedentes de que un partido nuevo, como La República en Marcha, pase de no contar un solo diputado a manejar la mayoría y, por ende, controlar la Asamblea Nacional. Esto sucedió con el triunfo del general De Gaulle en los primeros comicios legislativos de la Quinta República en 1958, hace 59 años exactos.
La siguiente Asamblea Nacional se caracterizará por la inexperiencia de los nuevos legisladores. Más de la mitad de los candidatos de LRM nunca han ocupado cargos de elección popular. El próximo congreso tendrá un alto porcentaje de mujeres jóvenes, hasta una extorera. Inexpertos, quizás, pero más cercanos a la sociedad civil y sin compromisos a los aparatos de los partidos políticos que han estructurado Francia en las últimas décadas.
De tal suerte, salvo sorpresas que en política nunca hay que descartar, Emmanuel Macron disfrutará de un poder que ni siquiera el veneradísimo y respetadísmo Charles de Gaulle llegó a alcanzar. En una jornada afeada por una abstención histórica, casi del 50%, el Partido Socialista confirmó, el domingo 11 de junio, su hundimiento (algún día resucitará, pues en política nada es para siempre), y el xenófobo Frente Nacional que tantos sustos provocó en la primera vuelta de los comicios presidenciales pareció condenado a permanecer en la marginalidad.
Muchos comentaristas abundan en las repercusiones del abstencionismo de la primera vuelta de las legislativas. Al respecto, hay que señalar otros factores que incidieron en la ausencia de los votantes en las urnas. Quizás la principal fue la fatiga después de tantos meses de campaña (las primarias, las presidenciales y ahora las legislativas), además de las altas temperaturas (mucho calor por la cercanía del verano) en buena parte del país.
Asimismo, muchos “republicanos en marcha” estaban convencidos que Macron obtendría un gran triunfo, tal y como auguraban los sondeos. Esta certeza desmovilizó a una parte de los electores. Incluso, este sentimiento se manifestó en la campaña, insulsa y rutinaria.
No obstante, algunos de los derrotados, como el gaullista Alain Juppé, adelantó: “Necesitamos dentro de una semana, al menos, que la Asamblea Nacional no sea monocolor”. El triunfo del macronismo puede ser apabullante: que la República en Marcha domine el congreso sin una oposición digna de ese nombre. Emmanuel confía en una mayoría amplia que le permita aprobar las primeras reformas –desde la desregulación del mercado laboral a la llamada moralización de la vida pública– antes de que sus adversarios y detractores (que siempre los habrá) reacomoden sus fuerzas políticas.
En tanto se cumplen las expectativas para el domingo 18, hay expertos que analizan el futuro de Francia, e incluso han calificado de “absolutista” el poder que tendrá Macron en pocos días, aunque también reconocen que “esa es la voluntad de los franceses, como el politólogo, estratega, abogado internacionalista, el biógrafo y discípulo de Raymond Aaron, Nicolás Baverez, que sintetiza: “Macron representa un retorno a los orígenes de la V República”.
De Gaulle la concibió como un régimen híbrido, muy presidencial y parlamentario al tiempo, poco liberal, en definitiva, ya que confiere al Estado todos los poderes para permitirle afrontar los choques de la historia. El nuevo presidente no oculta que se dispone a tomar el control completo del Estado, con una mayoría absoluta en la Asamblea.
Esa concentración extrema de poderes solo puede ser aceptable por los franceses si permite realizar la reforma del modelo económico y social aplazada desde hace 35 años, en lugar de estar al servicio de la voluntad personal, como fue el caso de Sarkozy y Hollande.
El programa de Macron define las prioridades: reconstitución de una base productiva competitiva, la flexibilidad y seguridad del mercado del trabajo, reforma del sistema educativo, control de las finanzas públicas, restauración de la seguridad nacional, y relanzamiento de Europa.
Queda por hacer realidad tales promesas. Quizás sea la última oportunidad de modernizar Francia de manera democrática y pacífica…Macron se juega su legitimidad y su mandato presidencial, ante los franceses y ante Europa”…Ojalá y así sea. VALE.