Un fanático es un individuo que tiene razón,

aunque no tenga razón. 
Jaime Perich

Hay una vieja historia que cuenta cómo llevaron a un grupo de ciegos a conocer los elefantes. Uno a uno se acercaron a uno de los paquidermos. El primero le tocó el cuerpo y dijo: es como una pared. Otro le tocó la trompa y dijo: es como una boa. El que le tocó una pata dijo: es como una columna.

Vale, porque son tan diferentes y contradictorios los puntos de vista sobre las elecciones del pasado domingo que se multiplican los análisis, las opiniones, los comentarios y las conjeturas. Paradójicamente, solo ven una porción de los hechos, aquellos que se ajustan a sus opiniones preconcebidas.

Muchas de esas opiniones expresan el desencanto por los resultados. Unos porque no fue derrotado ampliamente el dirigente de Morena Andrés Manuel López Obrador, quien, aunque pierda gana, por la demostración de personal fuerza política en la elección mexiquense.

Otros, más desencantados que nadie, son aquellos que esperaban que lo que llaman “descontento generalizado” hiciera que el PRI se fuera al tercero o cuarto lugar, pues de antemano habían sentenciado que el tricolor está acabado.

Ambos han demostrado ser más correosos de lo previsto.

Se generaliza el clamor para controlar el gasto de los partidos, para impedir que fluyan recursos “extraordinarios” y se manejen, fuera de control, enormes cantidades de efectivo.

El clamor, sin embargo, no se refleja en la práctica. No basta con aprobar más tareas para el Instituto Nacional Electoral, tienen que respaldarlos con más recursos económicos y humanos.

A pesar de la retórica, en la dura realidad solo con muchos millones más se puede crear la estructura que se requiere para supervisar los gastos en tiempo real. No es barato contratar los suficientes contadores y auditores, así como adquirir los equipos que exige tal supervisión. Mientras no se haga esto, seguirá el tsunami de recursos en las campañas electorales.

Es patético que el fanatismo partidista lleve a personajes de lúcida inteligencia a cegarse tanto que insultan a los ciudadanos que no votaron a favor de los candidatos que ellos favorecían.

Y, de paso, se dedican a descalificar a todas las autoridades electorales, en un irresponsable ejercicio que pone en riesgo las instituciones que con el esfuerzo de tantos se construyeron desde hace dos décadas, gracias a las cuales se hizo realidad aquello del “sufragio efectivo”.

Si tienen éxito en socavar las instituciones en la despiadada lucha por el poder, solo quedará repetir aquello que escribió en La Jornada José Francisco Ruiz Massieu cuando asesinaron a Luis Donaldo Colosio: “Pobre Luis Donaldo; pobre México, pobres de nosotros”.

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