Pedro Páramo se nutre de la idiosincrasia mexicana

Humberto Guzmán

Creo que los hombres estamos hechos de recuerdos. El presente es el acto de recordar el pasado. En 1970 tuve la fortuna de haber sido aceptado entre los becarios del Centro Mexicano de Escritores. Un año entero vería los miércoles de cada semana a Juan Rulfo y a Salvador Elizondo, importantes escritores mexicanos que admiraba.

Elizondo es un escritor cosmopolita, raro, cuyas preocupaciones literarias, vanguardistas, me impresionaron. Rulfo es un escritor enclavado en la tradición y en lo regional, de estas dos cualidades parte hacia lo universal. Cuando leí Pedro Páramo, a mediados de los años sesenta, supe que esa lectura debía tomarla como una lección de escribir novela.

En Rulfo —1917-1986— hablan pueblos abandonados, destruidos, caseríos quemados…

No es “realismo mágico”

Años después alguien afirmó que Pedro Páramo era una novela de fantasmas. Nunca se me hubiera ocurrido. Para mí no era una novela de fantasmas. Me pareció insultante. Releí el pequeño volumen y comprendí a qué se refería ese superficial comentarista. Aunque a Pedro Páramo no era posible reducirlo a ese concepto, ni a ningún otro, era cierto que en su relato todos estaban muertos: hasta el protagonista central, Juan Preciado, termina muerto. Pero éstos viven en la novela, donde hablan, recuerdan, murmuran, miran desde el fondo de una rendija, se mueven en caseríos, pueblos abandonados, destruidos, quemados. Andan entre ruinas con el rostro de fantasmas. Son los fantasmas de la realidad. Y recuerdan, viven porque recuerdan.

Pedro Páramo tampoco es una historia del llamado “realismo mágico”. Este error se comete con frecuencia. Tal vez no conocen el “realismo mágico” o no han leído correctamente Pedro Páramo y El Llano en llamas. A ninguno de estos pequeños libros se le puede disminuir a lo ornamental, a la imagen fácil, a lo naïf de aquella corriente, si lo es. Recordemos, además, que Pedro Páramo se publicó en 1955 y Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, hasta 1967. Por otro lado, Los recuerdos del porvenir, de la mexicana Elena Garro (1963), ya tiene una línea que algunos reconocen en el “realismo mágico”.

Tampoco faltan los que ven en Pedro Páramo un libro donde se habla del problema agrario, de la gente del campo, hasta del tipo de violencia que se da en nuestros días. Pueden encontrarse muchas reminiscencias, pero, con ese sentido extratextual, no es lo fundamental de la novela. ¿Cuál es la importancia de esta novela de Juan Rulfo a 62 años de su aparición?

Nacido en San Gabriel, según unos, en Sayula, según otros, de ese estado emblemático del Bajío, Jalisco, en 1917; muerto en la Ciudad de México en 1986. La importancia de Pedro Páramo es que consigue, por sí mismo, una ficción que se nutre de elementos esenciales de nuestra idiosincrasia. Escrita con técnicas modernas, contemporáneas del siglo XX, está bien estructurada, pensada, con el espíritu nacional (no es solo lo azteca), no del pueblo (este término de la demagogia de los políticos) sino de los mexicanos. Con “espíritu” no quiero decir “espíritu santo”, que se les ocurre a falta de imaginación, sino a: “idea central, carácter fundamental, esencia de algo” (Larousse) de lo mexicano.

 

Revolución dentro de la Revolución

La novela —moderna, contemporánea— es inclasificable. Se le podrá estudiar con el interés académico-literario que se quiera, y aun fuera de esta práctica, pero es irreductible artística, novelísticamente. Cuando se empieza a decir que Pedro Páramo muestra el problema agrario, es de fantasmas, de “realismo mágico”, un reflejo de la violencia que se da en México (si se refieren a la del narcotráfico de nuestros días, no sé cómo lo identifican con esta novela), ya no me están hablando de Pedro Páramo, sino de cosas muy distintas.

Lo cierto es que una obra literaria importante, cuando lo es de verdad, ya no pertenece del todo a quien o a lo que le dio origen. Cualquiera puede darle la interpretación, explicación o utilización que se le ocurra. Se puede polemizar con una interpretación viciada, generalmente extraliteraria, extranovelística, pero no se les puede impedir hacerlo. A menos que afecte a los derechos de autor de la obra.

Un elemento que reconozco en esta novela, como otra sombra, es aquella revolución dentro de la Revolución, la guerra cristera, que fue muy intensa en Jalisco y que Rulfo tuvo que haber sufrido en sus primeros años. Tuvo que haber visto los pueblos quemados, abandonados, el hambre y la enfermedad que propicia toda guerra, además de graves pérdidas personales. Imágenes tales aparecen en sus rancherías deshabitadas, perdidas, con sus muertos que vagan penando en esos llanos en llamas. Pero esto no es tomar partido político alguno, eso lo tomó Rulfo de la realidad, de su realidad, para lograr una obra profunda de México y de los mexicanos. Son sus fantasmas de la realidad. 

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