En contra de mis deseos, creo todavía prematuro considerar la posibilidad de que un mexicano pudiera ser electo para la Secretaría General de la Organización de los Estados Americanos. Debo aclarar que me complacería muchísimo que un compatriota nuestro ocupara tan honroso encargo. Pero estoy convencido de que esta aspiración todavía constituye tan solo un sueño guajiro.

También quiero aclarar que esta imposibilidad no tiene nada que ver con las aptitudes o limitaciones del mexicano que fuera candidato sino con una serie de circunstancias histórico politícas que han determinado, entre otras causas, que a los mexicanos esté vedada la dirección de los órganos panamericanos.

Con las únicas excepciones de Antonio Ortíz Mena, que presidió el Banco Interamericano de Desarrollo, y de Sergio García Ramírez, que presidió  la Corte Interamericana de Derechos Humanos, los políticos mexicanos no gustamos ni somos bien recibidos en el concierto panamericano. Por eso, cuando se menciona a mexicanos, de inmediato Norteamérica, Centroamérica y Sudamérica hacen lo necesario para que la candidatura del mexicano muera en la página uno del libro.

Claro que los tiempos han cambiado pero, para quienes son muy jóvenes o están muy alejados de la política me permitiré explicar una sola de las múltiples razones histórico políticas en las que baso mi predicción.

Uno de los momentos más valerosos y más luminosos de nuestra política exterior lo constituyó la digna postura en la que se instaló  México durante la crisis cubana de los años 60. En la ruptura cubanonorteamericana, Estados Unidos promovió que los países miembros de la OEA excluyeran a Cuba de la organización panamericana. Todos aceptaron u obedecieron la solicitud estadounidense. Todos, menos México. Creo que los tiempos han cambiado.

He tenido, en la mente, durante muchos años una imagen que observé y que no puedo y no quiero olvidar, por el orgullo que se infunde como mexicano. En el vestíbulo de la residencia de la Embajada de México, en La Habana, hay una fotografía en tonos sepia, amplificada a dimensiones de mural. La imagen refleja la Junta de Cancilleres de la OEA, en la histórica noche en que se resolvió la exclusión de Cuba. Todos los cancilleres del continente aparecen con la diestra levantada, votando por la exclusión. Todos, menos uno. Sólo el canciller Manuel Tello permanecía con las manos abajo.  Solo él y el embajador Vicente Sánchez Gavito estaban solos en medio de todos. Solo México estaba solo.

Al verla, unos instantes me escapé con mis pensamientos íntimos. Nunca, antes, había visto una fotografía de la dignidad. No suponía, incluso, que la dignidad se podía retratar. Una vez reinstalado en plenitud de conciencia lo primero que pensé fue lo mucho que nos ha costado y nos seguirá costando ese voto. Pero, también, que por muy costoso vale lo que cuesta. Pensé que, quizá por lo sucedido esa noche, ningún mexicano en los próximos cien años sería secretario general de la OEA. En un solo acto enfurecimos a los que mandan y avergonzamos a los que obedecen. No sé cuánto tarden unos y otros  en olvidar o en comprender.

Los tiempos han cambiado. Existirían cincuenta razones más pero ni tengo espacio y una sola basta.

Siempre me ha dolido que no exista el panamericanismo. Pero más me ha dolido que muchos pueblos americanos vean a México con tan poco cariño.

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