Desgraciadamente la opinión tiene más fuerza que la verdad. Estobeo de Macedonia

La política, decía Churchill, es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez.

Esa frase debe retumbar entre los consejeros del Instituto Nacional Electoral y los magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, sujetos desde hace más de un año a una sistemática campaña de desprestigio.

En esa campaña participan no solo los actores políticos, sino también muchos comentaristas, columnistas y personajes de la academia, movidos por sus personales intereses electoreros.

Y, como siempre ha ocurrido, la campaña de desprestigio se maneja en los medios de comunicación, el perenne campo de batalla de las fuerzas políticas, económicas y sociales.

Hay quienes se han creído la leyenda de que durante los años que un partido, el PRI, era hegemónico, las batallas entre grupos políticos no se reflejaban en los medios.

Una falacia. Los medios de comunicación han sido el escaparate y el conducto para ensalzar o destruir imágenes de actores políticos y hasta de actores económicos.

Hoy parecen haber madurado el encono y la incredulidad tan meticulosamente sembrados en la sociedad mexicana, con pernicioso resultado que el clima político y social está crecientemente envenenado por tantos que, acorde a la lapidaria descripción de Teodoro Petkoff, llevan el luto en el alma.

Aunque en 2015 la oposición tuvo muchos triunfos, ahora se niega a reconocer las instituciones que desde hace 20 años han hecho realidad el sufragio efectivo, que han propiciado que los votos de los mexicanos cuenten, sean bien contados y que los resultados electorales reflejan razonablemente la voluntad de quienes acudieron a las urnas.

A doce meses y cinco días de la elección presidencial es una peligrosa insensatez que tantos pretendan dinamitar a los consejeros y magistrados de los organismos electorales que son los árbitros y los dictaminadores de las elecciones.

Ellos solo cumplen con las reglas que todos los partidos aprobaron a través de sus bancadas en el Congreso, pero, como siempre los partidos no se hacen cargo de sus decisiones.

Igual que muchos en los medios no nos hacemos responsables de los efectos que tiene la violencia verbal que difundimos. No pocos festinan que reciente encuesta muestra que los órganos electorales han perdido credibilidad, los mismos que participan en la campaña de desprestigio.

Si se pierde la credibilidad en el sistema de partidos, en los órganos electorales y en el sistema electoral, ¿qué sigue?

A los promotores de las campañas de desprestigio no les importa, solo les importa alcanzar el poder, como sea.

Nunca se han planteado la posibilidad de que la incredulidad en la política puede llevar a callejones sin salida, de los cuales no salen las naciones sin pagar un sangriento costo.

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