Un gobierno sin legitimidad interna, sin base social ni patriotismo suele colgarse de las verijas del más fuerte, se siente obligado a seguirlo como perro faldero y a realizar cualquier indignidad con tal de ganar su apoyo. A cambio, ese supuesto protector, generalmente el vecino poderoso, usará al criado espontáneo con el mayor desprecio y le encomendará las tareas más infames que el sometido se empeñará en cumplir.

La reciente reunión de la OEA celebrada en Cancún ha permitido confirmar esa vocación de esclavos que tienen algunos gobiernos, pues en la embestida contra Venezuela fueron los representantes de 20 países del continente los que enseñaron el cobre en su afán de sancionar la administración de Nicolás Maduro, que más allá de sus errores y excesos es un presidente elegido en comicios realizados bajo vigilancia internacional.

Por supuesto, hay sectores sociales que han sido seriamente lesionados por las políticas de Maduro y, especialmente, por una incapacidad que con frecuencia roza lo pueril. Esa insatisfacción ha coincidido con las fobias de un amplio sector empresarial de Venezuela y, por supuesto, con el muy viejo interés estadunidense por hacerse del petróleo de esa nación sudamericana.

Con el pretexto de contribuir a que Venezuela supere la crisis interna, los gobiernos de 11 naciones del continente, encabezados por Estados Unidos, con la delegación mexicana como peón de brida, presentaron un documento en el que llaman al gobierno de Maduro a “reconsiderar” la realización de una asamblea nacional constituyente.

Las fuerzas afines al gobierno bolivariano apoyan la realización de la asamblea como mecanismo para sacar a su país de la crisis, pero es obvio que los sectores contrarios al gobierno han optado por continuar los enfrentamientos, para lo cual cuentan con un formidable aparato de propaganda conformado por las agencias de prensa de Estados Unidos.

Cuando México enarbolaba la política de no intervención y autodeterminación de los pueblos, frente a un gobierno legítimo habría ofrecido sus buenos oficios para colaborar en la búsqueda de acuerdos. Pero hoy, cuando se han abandonado los principios y la vergüenza, la Cancillería adopta el papel de tapete del gobierno gringo, el mismo que ofende y agrede cotidianamente a los mexicanos a ambos lados de la frontera.

Lejos, muy lejos, se ha quedado la grandeza del cardenismo que reprobó la agresión de la Italia fascista a Abisinia o la anexión de los Sudetes por la Alemania nazi. Hoy, la delegación oficial mexicana marcha siguiendo al caballo del amo, recogiendo y haciendo suyo el estiércol.