El pasado 26 de mayo, asistí a la graduación de un grupo de médicos cirujanos que egresaron de la Universidad Autónoma de Chiapas. Me invitaron a ser el padrino de su generación, hecho que me honra y me compromete.
En Chiapas, llegar al nivel superior es un logro; y graduarse de médico, privilegio de unos cuantos. Según datos de la Secretaría de Educación, de los más de 500 mil alumnos que se inscriben en preparatoria, solo 1 de cada 10 llega a la universidad.
Egresar de medicina es un logro que demandó aprobar un examen de admisión, mantener un buen promedio, hacerse de los libros que son caros y escasos, de cumplir con créditos y guardias. Y hoy, de la mano de esta gran satisfacción viene también una responsabilidad y un compromiso.
Ser médicos hace a estos jóvenes formar parte de un grupo extraordinario de chiapanecos que entendieron que la gran enfermedad de Chiapas no solo estaba bajo la piel de los chiapanecos, sino en sus calles, en sus campos, en sus ríos y en sus gobernantes.
Y me refiero a figuras como Belisario Domínguez, el médico de Comitán que pasó del consultorio a la tribuna para denunciar la injusticia y la tiranía a costa de su propia vida; me refiero también al doctor Valdemar Rojas, al doctor Noquis Cancino, al doctor Gilberto Gómez Maza, al doctor Romeo Rincón, al doctor Enrique Esquinca, todos ellos médicos que dieron el paso a la vida pública en la búsqueda de un mejor Chiapas.
Son muchos los ejemplos en los que ante la falla de políticos, los doctores entraron al quite, se quitaron la bata y el estetoscopio, y gobernaron el estado, y lo hicieron bien: Pascasio Gamboa, Samuel León Brindis, Velasco Suárez.
En nuestra sociedad, ser médico ha sido sinónimo de sanación, pero también de algo que se ha perdido, de confianza. En manos de los médicos llegamos en nuestro estado más vulnerable, más temeroso. Confiamos en ellos, confiamos ahora, también en estos jóvenes recién graduados.
Les otorgamos la enorme responsabilidad de abonar a la construcción de ese mejor Chiapas desde su trinchera, opinando, organizándose, participando.
Y mi planteamiento fue que los síntomas son claros: analfabetismo, falta de agua, violencia política, instituciones sin credibilidad, feminicidios, desabasto de medicamentos e insumos médicos, bloqueos carreteros, falta de empleos, enfermeras en huelga de hambre de más de veinte días afuera del Hospital Regional o la protesta de residentes e internos de hace unos días en Hospital Gómez Maza. Sería muy larga la lista completa de síntomas.
Y ¿cuál es la enfermedad? Mi diagnostico: la corrupción que propicia que a niños que necesitaban quimioterapia se les inyectara agua destilada; que propicia que haya equipos de rayos X pero que no exista presupuesto para contratar un especialista para tomar las placas y que los medicamentos se adquieran a precios estratosféricos; una corrupción que permite que hoy, la Secretaría de Salud haya desviado 580 millones de pesos descontados a los trabajadores.
Para el caso de nuestro paciente, el Banco Mundial señala que el tratamiento debiera incluir:
Transparencia. La ciudadanía debe saber cuánto y cómo se gasta en salud. Toda instancia que ejerza presupuesto público debe ser sujeto de auditorías independientes y en tiempo real.
Sistemas anticorrupción. Mecanismos de vigilancia, detección y castigo a funcionarios corruptos.
Rendición de cuentas. La función pública es una oportunidad de servir.
@zoerobledo
Senador de la República por Chiapas