Gilberto Castellanos
Ricardo Muñoz Munguía
El quehacer creativo de Gilberto Castellanos (Ajalpan, Puebla, 1945-2010) por igual es un seguimiento de su mirada, sus sensaciones y la transformación de su estado físico. Mi acercamiento a su obra inicia a partir de su cuarto libro en 2003, Semillas de barro, lo que me remitió a sus poemarios anteriores para, finalmente, tener un seguimiento libro a libro como fueron apareciendo hasta, Fraselia, el que hoy nos ocupa y también el último de toda su obra creativa. Por supuesto, lo que por igual agradezco y valoro, una amistad inacabada, en la que no cabe la mano de la muerte.
Fraselia, quizás un antecedente de este poemario de Gilberto Castellanos, sería su propio nombre. En su genealogía, el nombre del escritor neobarroco, como nos menciona Mario Calderón, significa Brillo del castellano, aunque también se encuentran otros significados de luz, como el que indica a Gilberto: flecha brillante y, Castellanos, del lenguaje de Castilla, que a su vez viene de Castillo. Sea pues, la brillante flecha que atina en nuestro idioma español, en la palabra, en el significado hondo de la velocidad de la flecha que atina al centro del silencio.
Más allá de su etimología y significado, Gilberto Castellanos es una presencia que marca/enmarca las letras mexicanas pero que, desafortunadamente, como lo he dicho en ocasiones pasadas, no ha alcanzado su figura el sitio que merece, por lo que nos debemos sentir en deuda. Y, en nuestro grandioso Estado de Puebla, aún falta mucho por cimentar con mayor ánimo para el poeta. Aprovecho para subrayar que una de las tantas propuestas para cubrir esa deuda en Puebla, es nombrar la colección de libros, precisamente en la que varios de ellos de Gilberto han aparecido, la que actualmente lleva el título de Asteriscos para que cambie al nombre de Gilberto Castellanos, para que en esa colección de poemarios su significado y su labor sean paso de flecha presente.
Castellanos afianzó con fuerza su labor poética, pasión que lo llevó a enmarcar el mosaico de los libros que él viera publicados desde 1985: El mirar del artificio, pasando por Yacimientos del verano, Rama del ser, Semillas de barro, Arcángide, Caudal, Letranía, Savia, Como podar la luz y, finalmente, Omnívaga; después, los poemarios póstumos fueron apareciendo: Trama del día, El árbol y el verbo, Aural, Bazar de la serpiente, Senderos de grana, Entre la piel y el vacío y, por último, con el que cierra toda la serie de libros terminados, Fraselia. Por supuesto, dejó muchos textos sueltos entre poemas, cuentos, un inicio de novela…, en lo que valdría la pena adentrarse para considerar algún volumen con el material restante.

El libro más reciente y el último que dejara Castellanos para su publicación póstuma, Fraselia, aparecido bajo el sello de la Dirección de Fomento Editorial, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, precisamente en la colección Asteriscos, es el volumen que delinea la imagen del poeta. Fraselia, desde su portada, anuncia la parte más personal de Gilberto, la pasión que lo abrigó hasta sus últimos días, el quehacer de la escritura.
El poemario se divide en cuatro secciones. La primera se centra con mayor acento en la palabra, en la honda significación, en los sonidos, en las imágenes, en el eco de mayor pulcritud, en el cuerpo que la conforma. Muchos son los instantes que precisan esos intentos por describir una imagen, una pausa, una meditación sobre el ejercicio de escribir. Veamos algunas breves estampas donde la “palabra”, se vuelve presencia: “a veces la palabra que al escribirse va oyendo su carrera/ hacia la eternidad es un tren que amanoja sus nervios”, “Escriben los dedos, porque dicta una espiga, túnel”, “La letra es río aprisa entre los ojos, ribera./ La palabra de prisa no ve la seda, humo”, “Si tuviera dedos la palabra los muertos prestarían sus ojos”, “Un bosque de agua crece con las hojas de la palabra”, o la que nos hace sentir la presencia de Castellanos: “Escribir es un volver, palabra memoria./ El recuerdo no tiene otra necesidad/ proveniente de los días/ que no sea el acto primario de la escritura”. De la segunda sección cito otro fragmento: “El sitio adecuado para escribir/ es el que ha elegido al poeta,/ de lo que ha conquistado en tranquilidad/ y lo común en orden son así/ el estamento de la sensibilidad/ que necesita entender qué imágenes/ transfigurables traen las palabras”. La tercera parte, en prosa, cierra esta sección: “Bosteza el espacio por falta de acción, bosteza la oscuridad porque no respiran las penumbras, bosteza el ruido continuo porque nadie lo para, bosteza el sonido porque el ritmo es igual, también bosteza el silencio porque no llega la palabra”. De la cuarta y última sección, el ritmo hacia la palabra continúa pero aquí se da en cierto modo la otra parte artística de Gilberto, el dibujo: “Escribir una palabra es dibujar un rostro que al paso de los rasgos minuciosos de la pluma, adquiere una presencia no citada por el impulso inicial que da origen al poema ¿serán esos ojos y su sombra, ese gesto y lo que calla, esos rasgos como retrato del escriba, la verdad guardada por el mismo silencio que se gestaba en el poema?”. Vale la pena mencionar que Gilberto, por igual, deja una importante obra plástica, parte de ella aparece en la portada de sus libros y también en páginas interiores, como el caso de Fraselia.
La “Palabra” es el apego a la tierra de Gilberto, es el cuerpo más palpable; silencio y razón. El poeta cierra, a siete años de su fallecimiento, el círculo de sus letras, su pasión se desborda en instantes de luz, memoria y poesía que continúa, que se perpetúa en páginas que abordan el tiempo.


