Texto / Paulina Figueroa
Edición y video / José Luis Miranda y Alberto Torres
Fotografia / Mónica Cervantes

 

“El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”, atinó a decir Gabriel García Márquez. Y los adultos mayores son víctimas de una cruel marginación y miseria. Pobre y viejo constituye casi un pleonasmo. 16% de los adultos mayores ha sufrido maltrato de sus familiares y 6 de cada 10 dependen económicamente de un familiar. Conoce la historia de Vicky, quien desde hace cuatro años vive en una de las 160 casas hogar que existen en la CDMX.

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[su_dropcap style=”flat” size=”5″]U[/su_dropcap]n hombre fuerte come restos de pan, las moronas caen en el mantel roto. Viste una camisa blanca arremangada, casi todo su cabello es canoso y no se ve muy amigable. Cuenta los días para que el Señor lo lleve a lado de su viejita. Vivir solo no es vida. Esa es la descripción que tengo de mi abuelo cuando me piden recordarlo.

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Victoria Hernández López no tiene a nadie quien la pueda recordar. Desde hace cuatro años vive en la casa Hogar para Ancianos “Nuestra Señora de Guadalupe”, y ni siquiera ella sabe cuántos años tiene. Quizá tiene 86 años de edad. Sus ojos cafés se encuentran detrás de unos cristales con gran aumento. Su cabello dejó el negro, y se transformó en gris. Sus labios conservan el pigmento rosado gracias al labial que coloca por la mañanas. Cada vez que sonríe sobresale el único diente que perdura de su dentadura. Sus manos son la muestra más evidente del paso de las décadas, marcas y manchas de diversas tonalidades que se han instalado en su cuerpo.

Al igual que mi abuelo, Victoria espera la llegada de su muerte. La soledad que la acompaña desde pequeña cada vez es más insufrible. Es originaria de Villahermosa, Tabasco, de ese lugar húmedo tiene los mejores y más tristes recuerdos. Justina, su madre, murió a los pocos días de haber dado a luz a su hermana menor. Años atrás, Carlos, su padre; falleció ahogado en un río. Desde los cuatro años, Victoria es huérfana y quedó al cuidado de su abuela materna Mariana, su segunda madre, quien al no contar con los suficientes recursos la ponía a elaborar trastes de barro para venderlos y así llevar comida a la mesa.

Victoria jamás conoció la escuela, nunca pronunció las vocales ni los números; ese tiempo desolado era para ayudar en los quehaceres del hogar. En esa época aprendió a cocinar a la perfección pescado frito, su platillo favorito.

A los 17 años, nuevamente la tragedia alteró su vida: su abuela enfermó y ya no pudo más. Los pocos familiares con los que contaba y sus amistades le dieron la espalda. Se sentía desprotegida, no sabía cómo enfrentar la soledad. Tomó las enseñanzas de su abuela y empezó a buscar trabajo como empleada doméstica en casas de gente adinerada.

Después de algunos años, se integró en el núcleo de una familia, la hacía sentir como una integrante más. Victoria era feliz de tener cerca a alguien. La joven empezaba a convertirse en mujer, las fiestas y los chicos llamaban su atención. En un baile, conoció a Raciel.

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Vicky, como es conocida por todos en la “Casa para Ancianos”, es una de las 13 mujeres que habita el asilo. Vivía en un cuarto de azotea en la colonia Nueva Atzacoalcos, Ciudad de México, en donde escaseaba el agua, la ventilación era poca y la paredes guardaban un olor penetrante a humedad. Sufría de heridas en las rodillas por las constantes caídas que le provocaban los intensos dolores de pies. Así vivió dos décadas hasta que fue rescatada por un médico del DIF.

En el 2014 llegó a la Casa Hogar con graves heridas y debilidad en su cuerpo… se le negó el acceso. No contaba con personal adecuado para atender sus necesidades. Sin embargo, el doctor del DIF intervino para que Vicky fuera aceptada.

No podía creer que de la noche a la mañana perteneciera a una asilo de ancianos. Debía seguir la reglas y los horarios impuestos, podía salir a la calle únicamente bajo supervisión. Pasaron varios días y no se sentía cómoda y buscó regresar a su antiguo hogar, la respuesta fue negativa. Vicky rentaba un cuarto -con mil pesos mensuales que recibía del gobierno de la CDMX- por 500 pesos y el resto lo usaba para alimentarse.

El proceso de adaptación fue muy complicado, después de estar dos meses ahí y de comenzar a asimilar que esa sería su nuevo hogar, sus amigas enfermeras tuvieron que irse. Además paulatinamente se debilitó físicamente y contrajo una fuerte infección en el estómago que le negaba retener alimentos. El nuevo personal de enfermeras le dio los cuidados oportunos y, al poco tiempo, comenzó a sanar.

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Raciel de Dios Trinidad, oriundo de Villahermosa, Tabasco, se dedicaba a la peluquería y vendía boletos de lotería cuando conoció a Vicky, una joven alegre que le gustaba el baile. Tuvieron un hijo que murió en el vientre, por no recibir las atenciones sugeridas del IMSS.

Raciel migró a la Ciudad de México en busca de una nueva vida. Vicky, su pareja, con la cual nunca se casó, renunció después de 14 años de estar laborando para una familia acomodada. Estaba convencida que seguir los pasos del amor de su vida era lo mejor.

Vicky volvió a estar embarazada, sin embargo, una fuerte infección en la vejiga provocó que perdiera a su bebé. ¿Por qué la vida es así conmigo? Raciel, mujeriego y alcohólico, decidió abandonarla; “yo te quiero mucho pero mi vida no está terminada aquí. Quién te dice que cuando me esté muriendo no voy a regresar contigo”.

Desde ese entonces Vicky no supo nada de él. Enfrentó y padeció la Ciudad de México, los millones de habitantes, caos, estrés y la poca falta de oportunidades.

Jamás tuvo suerte para el amor, y se refugió en el trabajo. En la nueva casa limpiaba, lavaba trastes, cocinaba y planchaba… todo para una techo y un sueldo que le diera para comer. Esa familia la incentivó para que aprendiera a leer y escribir.

A raíz del abandono de Raciel, su estado de salud comenzó a agravarse, impidiéndole regresar a sus labores. Se refugió en un cuartucho al norte de la ciudad. El dolor intenso de sus pies provocaba que se cayera constantemente. Las terribles heridas en la rodillas no eran atendidas por nadie.

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Vicky nunca ha festejado su cumpleaños, no ha soplado las velas de un pastel, no sabe qué día nació. Tras quedar huérfana olvidó buscar su acta de nacimiento. Regresó a Villahermosa, Tabasco, en busca de su identidad pero era demasiado tarde, no había registro de que alguna vez existió alguien con el nombre de Victoria Hernández López.

Vicky piensa en cada momento en la muerte, ¿cómo será? ¿a alguien le importa? Cuenta los días para que Dios se acuerde de ella. Son demasiados años de vivir sola. Acude a la capilla que se encuentra dentro de la casa para ancianos, y reza con fervor todos los días para que su final no sea tan duro.

“Yo no quiero seguir viviendo, ya me cansé. A nadie le hago falta, ya me duele todo. Solo estoy dando lata a gente que no tiene necesidad de ver por mí. Pero será cuando Dios quiera, no cuando yo lo diga”.

Ve pasar los días dentro de la casa para ancianos, toma el sol sentada en una silla de plástico; por ratos lee un pedazo de periódico. Si tiene algo que remendar, toma su aguja e hilo. Cuando llegue la hora de su partida le gustaría ser recordada como una persona alegre, que siempre estuvo cantando una canción que solo existía en su mente.

 

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[su_dropcap style=”flat” size=”5″]E[/su_dropcap]l índice de envejecimiento promedio en México es de 76 años. Las mujeres viven alrededor de 78 años y los hombres 74; se calcula que para el 2030 se llegue a una edad media de 80 años. En la Ciudad de México es mucho más acelerado el proceso de envejecimiento que en otros estados del país, aseguró en entrevista para Siempre! Rigoberto Ávila, director del Instituto para la Atención de los Adultos Mayores (IAAM).

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[su_dropcap style=”flat” size=”5″]L[/su_dropcap]a doctora Hortensia Moreno, del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM (CIEG), reveló a Siempre! que la edad adulta es una etapa de despojo, en donde se pierde mucho, desde facultades hasta las capacidades físicas. Además, señaló que la vejez de los hombres a comparación de la de las mujeres es diferente, ya que existe una tendencia generalizada de que las mujeres deben de vivir en dependencia de otros.

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