En la actualidad se aventuran diversas proyecciones rumbo a las elecciones del próximo año, hay una efervescencia evidente porque nadie de los actores políticos desean perder privilegios, todo en nombre del bien común, es decir de la política como lo planteaban los antiguos griegos aunque a diferencia de los helénicos en el presente no importa la ética, finalmente así lo demuestra la corrupción e impunidad.

Ya no se sabe qué tanta importancia tiene la ideología, seguro que  casi ninguna, porque se planean frentes amplios, así le dicen, para que puedan lograr una victoria en medio de la coyuntura electoral aunque no hubiese grandes acuerdos en los temas de mayor interés como el combate a la impunidad, la transparencia y la rendición de cuentas.

Algunos no descartan una alianza entre el PAN y el PRD, una más, porque alegan que han sido exitosas; otras voces del sol azteca no renuncian a una probable aleación con la candidatura del dirigente de Morena y exlíder perredista Andrés Manuel López Obrador. El PRD carece de cuadros con la relevancia nacional para pelear la Presidencia de la República, sus principales figuras ya están fuera de sus filas: Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador.

Juan Zepeda en el Estado de México fue una candidatura que tuvo mucho de artificial, en todo caso retuvo votos y consolidó su presencia en Nezahualcóyotl, su tierra, ya se le señala como un posible candidato a la primera magistratura, su corriente ADN ha desplazado a Nueva Izquierda, aunque no tiene mayor fortaleza que la obtenida en la contienda en la cual obtuvo el tercer lugar, lejos del PRI y Morena.

El PAN y el PRD representan la derecha y la izquierda, al menos a una parte, en los últimos años no han pasado de ser organizaciones electoreras en las que han aflorado los disensos internos. No existe la unanimidad, los grupos o sectas internas se distinguen con facilidad, buscan afanosos el poder sin importar los medios.

Una alianza electoral se acuerda con base en una agenda temática, cada partido tiene sus prioridades que no deben anclarse únicamente en la grosera forma de alcanzar el poder aunque esa sea la causa última.

La cultura democrática mexicana no goza de cabal salud, registra una cantidad insospechada de tránsfugas, órganos electorales que no han realizado un trabajo plausible, como se pudo apreciar en el Estado de México y Coahuila. Tal parece que en algunos temas se ha retrocedido.

El pragmatismo político abolló las ideologías, la ambición es el móvil y combustible así de crudo. Son múltiples los políticos que buscan ser candidatos a la presidencia aunque muchos tengan una cuestionable trayectoria marcada por la represión y la deficiencia. La democracia a la mexicana presenta déficits ostensibles porque no existe una auténtica rendición de cuentas ni la transparencia que permita glosar el accionar de los gobiernos que, en muchos casos, les hermanan sus conductas divorciadas de la ética.