Fue gracias a la iniciativa de Armando Ramírez (autor de la icónica Chin Chin, el teporocho) que tuve el privilegio de ser entrevistado por José Luis Cuevas. Armando, infatigable periodista cultural, tenía un programa de radio en donde reunía a dos creadores para ser enrevistado uno de ellos por el otro. Me tocó la fortuna de que se otro fuera Cuevas, el gran artista plástico quien me entrevistaría, para sorpresa mía y de muchos otros. ¿La razón? El Premio Casa de América Latina del XII Concurso de Cuento Juan Rulfo convocado por Radio Francia Internacional y que se había otorgado a mi cuento “En la casa de las semejanzas (Relato para Amanda)”.

Eran los primeros días de 1996. Huberto Batis había publicado en primera plana del legendario suplemento Sábado de unomásuno el cuento ganador (para ser exactos, el sábado 6 de enero de ese año). El Premio se había discernido en diciembre de 1995 y José Luis Cuevas lo leyó quedando —dijo— “imantado por la historia”. Armando Ramírez lo convocó para que me entrevistara y, vía telefónica, sostuvimos una cálida charla en donde el artista plástico hizo que me metiera en las arterias de mi propio escrito, esa historia de amor entre mi personaje Amanda, el Yo del narrador y el Otro compañero: un menage a trois intenso que, habría de decir el dramaturgo Hugo Argüelles, lindaba los senderos metafísicos.

—¿Quién es Amanda? —preguntó Cuevas— ¿existió o es un personaje de ficción?

—Amanda existió realmente —respondí—, está inspirado en una amiga mía que murió inesperadamente a los diecisiete años víctima de una meningitis fulminante y con quien acaso tuve mi primera experiencia amorosa (platónica), marcándome de por vida. Su muerte me afectó tanto que al morir ella inmediatamente comencé a barrutar líneas con el fin de homenajear su corta vida en lo que, tal vez, pudiera ser un cuento o un relato. Eso sucedió a principios de los años 80 y dichas notas quedaron guardadas en espera de gestación literaria. El año pasado (1995), saqué el manuscrito del cajón con el fin de inhumarlo y empecé a trabajar el …Relato para Amanda partiendo de un verso de Octavio Paz dedicado a José Lezama Lima: “Los espejos repiten al mundo pero tus ojos/ lo cambian: tus ojos son la crítica de los/ espejos:creo en tus ojos” (de Refutación de los espejos). El cuento quedó a mi entera satisfacción y, como imán, al concluirlo, vi la convocatoria de Radio Francia Internacional. No se concursaba con pseudónimo sino con el nombre del autor, lo envié y ganó entre más de tres mil trecientos cuentos concursantes provenientes de todo el mundo, entre los miembros del jurado estaba nuestro admiradísimo Augusto Monterroso.

—Pero, ¿quién es Amanda? —insistía Cuevas—, ella nos conmueve, nos incita, nos excita…

—Visto de ese modo… Amanda es la esencia del amor, de la mujer, del erotismo, de la pureza y la perversidad.

—¿Y el Otro compañero?

—Es el Otro que habita en la voz del narrador, que impide que Amanda sea amada en su totalidad terrena, pero no en su totalidad espiritual. El Otro que hace que el amor se debata en una lucha entre el bien y el mal, entre Eros y Thánatos.

—¿Qué buscas en tu literatura?

—Lo que tú buscas en tu obra plástica, José Luis —respondí—, la libertad absoluta, la libertad creadora, la libertad del ser… la ruptura con los paradigmas del pasado. La asunción de la carnalidad, el erotismo, la sensualidad, la exploración de la sexualidad aún a costa de ser tachado de pornográfico o de irreverente o de revolucionario, ¿me entiendes?

—Totalmente. Tu cuento es magnífico. Te felicito. Invito a los radioescuchas a que lo lean. ¡Qué bien lo publicó Batis en Sábado!

Ante la muerte de José Luis Cuevas, este encuentro radiofónico ha vuelto a mi memoria. Armando Ramírez, insisto, fue el culpable. ¿Cómo valorar el haber sido cuestionado públicamente por mi obra narrativa por un hombre tan portentoso como Cuevas, irreverente, cuestionador, revolucionario, un icono de la cultura mexicana del siglo XX? Es lo que yo llamo, las bendiciones que te da la vida literaria.

Ahora Cuevas ha partido físicamente; su generosidad para con los jóvenes (yo lo era entonces, tenía 33 años) fue indiscutible. Su obra y legado queda amplio, vigente, abrasador en el panorama de la plástica mexicana que avanzó y evolucionó con creces y tras polémicas acendradas y enconadas con la crítica conservadora a la que le tocó enfrentar. Queda su Museo José Luis Cuevas, semillero de emergentes creadores de todos los géneros y tendencias, ahí tuve en 2002 una inolvidable temporada de mi monólogo ¡Que la nación me lo demande! que ganó el Premio Monólogo en Defensa de los Derechos Humanos de la Agrupación de Periodistas Teatrales, con el espléndido actor Luis Álvaro Silva.

Cuevas era un hombre directo, cálido, pero insobornable ideológica y estéticamente hablando. Un hombre que nos aleccionó con el ejemplo de su vitalidad, de su obra invaluable, imperecedera, inmoral e inmortal. De su vida que, en sí misma, fue leyenda. Y de esa sonrisa que nos desarmaba y nos sigue desarmando en el recuerdo y en las imágenes de sus fotografías. ¡Descanse en paz!