Cada mala acción arrastra en pos de ella el infortunio.
Boecio
Los pasados 28 y 29 de junio, la ciudad fue escenario de fuertes lluvias cuyos dramáticos resultados exhibieron diluvios de ineptitudes de un gobierno que ha fundado hasta una Agencia de Gestión Urbana so pretexto de coordinar acciones para garantizar la prestación de los servicios urbanos, los cuales en esas fechas se vieron colapsados en las delegaciones del centro norte de la capital del país.
Inundaciones de vialidades primarias, de Centros de Transferencia Modal, de estaciones del STC-Metro, del Metrobús y de propiedades privadas desde Lomas de Sotelo, pasando por las sufridas Granadas —hoy pomposamente conocidas como Nuevo Polanco—, el Circuito Interior, la Cuauhtémoc, el derrumbe de parte de un inmueble de las calles de Donceles, la inundación del Cetram-Indios Verdes y del Hospital General de la Villa son manifestaciones palpables de la impericia de una administración que piensa que se gobierna con frases huecas y decretos fatuos, como los que dieron origen en febrero de 2013 a la referida Agencia de Gestión Urbana, cuya inoperancia ha sido más que evidente, como lo fue, así mismo, la ausencia de los funcionarios de primer nivel en las zonas de desastre.
El “interludio” entre sendas tormentas pluviales fue la patética develación del rescate de la estatua ecuestre de El Caballito, criminalmente dañada por una supuesta restauración ordenada por el gobierno de la ciudad, cuyo resultado puso en riesgo esta pieza excepcional de nuestra escultórica urbana, al haber elegido ineptas manos para el proceso asignado.
La grandeza de Tolsá eclipsó las ya de por sí disminuidas figuras de los funcionarios que se atrevieron a retirar el lienzo que resguardaba el extraordinario restauro de manos aptas, expertas, de los especialistas del INAH que lograron reparara el daño infligido a tan simbólica pieza.

La recuperación de El Caballito y la presencia de lluvias torrenciales trajo a mi memoria el dramático Diluvio de San Mateo, acaecido el 21 de septiembre de 1629, cuya intensidad llevó al virrey de Cerralbo a tomar una decisión errónea: cerrar las obras del desagüe de Huehuetoca a efecto de resguardar los avances de su construcción; el resultado empeoró la solución buscada y el agua se estancó por cinco años en lo que fue su lecho natural de desfogue, ese sistema lacustre que fue domeñado por los fundadores de México-Tenochtitlán y desdeñado por los conquistadores españoles.
La inoportuna medida virreinal y la intensidad del meteoro abatido sobre la ciudad provocó más de 30 mil indígenas muertos, la estampida de más de 20 mil familias españolas y un concejo virreinal que llegó a proponer el cambio de su sede, de la capital de Nueva España hacia un lugar más seguro.
A pesar del paso de los siglos, hoy la sabiduría del filósofo romano Boecio nos sigue demostrando que el infortunio es consecuencia de la ineptitud de quienes tientan la suerte con sus malas decisiones.


