Todo comenzó en 1794, cuando México recibió al que sería el nuevo virrey en sustitución del segundo conde de Revillagigedo. Se trataba del controvertido virrey Manuel de la Grua Talamanca, marqués de Branciforte, un personaje que no solo venía dispuesto a enriquecerse, sino además a seguir gozando de sus corruptas administraciones. No obstante, su impunidad e ineptitud pronto le creó mala fama, que podría llegar a oídos del rey Carlos IV, lo que provocaría el retiro de su absoluta confianza y hasta el nombramiento que tuvo sin merecerlo.
Siendo un experto en el arte de la adulación, una vez en tierras mexicanas, Branciforte inmediatamente ordenó hacer una estatua ecuestre en honor al rey. La encomienda fue para el celebre escultor y arquitecto Manuel Tolsá: tenía que ser espectacular, que representara a su rey Carlos IV, laureado como una forma de compararlo con los emperadores romanos y de atribuirle cualidades que imaginaban desde América que debía poseer; y así fue, en 1802 en la Plaza Mayor de México, fue colocada la Real Estatua de Carlos IV, mejor conocida como El Caballito.
Una vez que estuvo lista la escultura, se expuso a la vista del público convirtiéndose así en una cápsula que contiene huellas de nuestro tiempo y en el recuerdo de los capitalinos. “Esa caja del tiempo es también testimonio de una intervención profesional sin precedentes, que ha logrado garantizar que este monumento, con más de 200 años de vida a cuestas, permanezca como emblema y testigo mudo de la historia de la Ciudad de México”, así lo señaló en entrevista para Siempre! Liliana Giorguli Chávez, coordinadora nacional de Conservación del INAH.
Aseguró que la pieza desde que salió de los hornos de fundición ha permanecido siempre a la intemperie en sus diferentes ubicaciones, sujeta a toda clase de eventualidades climáticas y a una gran cantidad de agentes corrosivos, en especial a partir del siglo XX. De igual manera, en diferentes momentos se le han realizado diversos tratamientos que la han vulnerado, por lo que era necesario su continua restauración para garantizar su conservación; “para preservar la memoria histórica, artística y patrimonial de México”.

Un caballito con capas hasta de chapopote de asfalto
Se dice que para hacer la escultura en 1802 se utilizaron dos hornos construidos ex profeso en el colegio de San Gregorio, que se encendieron a las 5 de la tarde del 2 de agosto, y contenían seiscientos quintales de metal. Ardieron constantemente hasta que pasados cinco días sacaron el molde de El Caballito. Sin embargo, en 2013, para dejar un daño irreversible de 45 por ciento en la pieza, solo bastaron dos días; sin dejar de olvidar algunas otras restauraciones anteriores, donde le fueron aplicados materiales como chapopote de asfalto, resinas y hasta pinturas de aceite, “logrando en la pieza un color cada vez más negruzco que el original”, aseveró la restauradora.
“Con esos antecedentes y con la última inadecuada intervención, era de verdad urgente hacer una cirugía mayor. Fue para todos una mala sorpresa ver que algunos fragmentos como las patas del caballo, seguramente por ser las más delgadas, se habían llevado la peor parte, pues presentaban grietas de relativa consideración”.

Liliana Giorguli Chávez, coordinadora nacional de Conservación del INAH.
En junio de 2016, dice la coordinadora del INAH, recibieron y atrajeron la restauración de la pieza. Con cerca de 160 profesionales, provenientes del Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Secretaría de Cultura entre otras instituciones, atendieron el monumento de forma integral, “la escultura ecuestre de Carlos IV fue restaurada a partir de la atención puntual de la pieza metálica, el núcleo del basamento y el recubrimiento pétreo del pedestal”.
Expresó, que El Caballito fue sometido a estudios técnicos y científicos que dieran luz sobre sus estructuras, sus aleaciones, su daño en las pátinas y en el bronce, así como las corrosiones provocadas por el paso del tiempo, la suciedad acumulada, manchas de humedad y grafitis de aerosol que estaban sobre él. Añadió que a esto —en septiembre de 2013— se le sumaron los escurrimientos del cobre y del fierro disueltos al derramarse el ácido nítrico sobre la escultura y los andamios, provocando también alteraciones visuales en las cuatro caras del basamento.
“Se desarrollaron todas las acciones de conservación, situando nuestro objetivo en atender de manera integral el monumento, no solo la escultura ecuestre, sino también el basamento que la sostiene, que tiene también importantísimos valores artísticos, históricos y que tenía problemáticas estructurales que debíamos considerar. En esto fundamos nuestro proyecto y logramos la restauración integral del monumento”.
La restauración en las piezas es un valor agregado
Después de cuatro años de estar cubierta debido a la restauración, el 28 de junio de este año, volvió a relucir la sonrisa de Carlos IV. Se puede ver al rey casi como hace más 200 años, sentado sobre un paño, vestido “a la heroica” y coronado de laurel, con la mano derecha elevada proporcionalmente, señalando hacia su real palacio. No obstante, señaló la especialista, el viandante que recorra la Plaza Tolsá se encontrará no solo con el rey, sino con una escultura que da testimonio de ese tono “olivo-parduzco” que logró perdurar por tantos años —también con tenues matices que destacan los volúmenes—, pero que tampoco resultará disonante a quienes por muchos años la vieron con un tono mucho más oscuro.
“La pieza es una aleación de cobre, zinc, estaño, y una serie de materiales que se denomina bronce, sin embargo aquí lo importante son las características de factura excepcional, su enorme nivel de elaboración por la cercanía a la naturalidad anatómica, tanto en el personaje de Carlos IV, como en el caballo. Sin temor a equivocarme, ni de exagerar, sino de reconocer, El Caballito de Manuel Tolsá es una obra maestra, y eso lo debemos de valorar cada vez que lo miremos”.
Recordó que en la intervención del 2013, con la aplicación del acido nítrico, desato una disolución superficial del propio elemento metálico, provocando una alteración dramática. “El color que conocíamos por diversas razones, de un color negruzco, se convirtió en la parte frontal en un rosa salmón, y luego manchada en verde en distintos tonos, fue una alteración que justo rompía fundamentalmente con la integridad visual de la pieza”, apuntó Liliana Giorguli.

Asegura que uno de los descubrimientos al estar tan cerca a la obra de El Caballito fue la forma en que el escultor Manuel Tolsá resolvió justo la imagen de la escultura, que fue aplicando una capa pictórica.
“El escultor español pintó la pieza al óleo, y hoy a través de nuestra intervención de investigación, tenemos perfectamente identificado que esa fue la manera en que Tolsá lo hizo”.
En la restauración siempre el transcurrir del tiempo en las piezas es un valor agregado, asegura la coordinadora, quien aclaró que la restauración profesional nunca pretenderá que la pieza regrese a un posible aspecto de inicio, es decir, la pieza se reconoce por mucha o poca antigüedad, y lo que la evidencia del tiempo le da a las piezas.
Por tanto, en el caso de El Caballito, añadió, solo se necesitaba generar una integridad visual en la pieza, reconociendo la forma inicial de Manuel Tolsá. “El autor nos dictó, por supuesto, el procedimiento que nosotros debíamos decidir, por eso hicimos a través de recubrimientos pictóricos la reconstrucción de la unidad visual de la pieza. El tono es verdoso recurriendo a la forma, a los tonos de origen de Manuel Tolsá, sin embargo no es exactamente el tono que debió haber tenido cuando se realizó, más bien, es el tono que la propia evidencia de los años le ha ido dando por diversas alteraciones”.

Un efecto positivo en una mala intervención
Ante una fatalidad como fue la mala intervención a la figura ecuestre, se puede desarrollar un efecto positivo, expresó Liliana Giorguli; en el caso del monumento permitió hacer mucho más conciencia en la sociedad de que el patrimonio cultural tiene que ser atendido por los especialistas, para no ponerlo en riesgo en sus distintas formas.
“Para eso estamos los especialistas, el INAH por ejemplo ya cuenta con una gran fortaleza en ello. Es el área nacional que tiene mayor solvencia en cuanto a especialistas, no solo en términos normativos para que las cosas se hagan bien, sino también en términos ejecutivos para hacerlas con toda la solvencia que esto requiere”.
La Real Estatua de Carlos IV es parte de nuestra cultura, parte de nuestra identidad, y obviamente de nuestro México actual del siglo XXI, ratifica la especialista, es exactamente heredero de tradiciones novohispanas que son representadas a través esta pieza.
“El patrimonio cultural es lo que nos da la capacidad de leer lo que hemos heredado de nuestros antepasados y lo que nos toca heredar, a la vez, a las siguientes generaciones, así que en ese sentido, El Caballito es una herencia que no es nuestra únicamente, ha sido de muchos otros, es nuestra en estos momentos y tendrá que seguir siendo de muchísimos otros más”.
El Caballito siempre será una pieza importantísima en términos artísticos, manifiesta la especialista, “es sin duda alguna una de las grandes obras únicas del mundo, no solo por su tamaño, sino por su calidad. Que contiene elementos que debemos de tener completamente claros como mexicanos, el valor cultural y el valor artístico de ese monumento, y en ese sentido, debemos ser protectores de nuestro legado”, concluye la entrevista Liliana Giorguli.



