Madrid.- Un artículo publicado en la revista Nature pone de manifiesto la manera como los bebés recién nacidos comienzan a relacionarse con el mundo, explorando lo que les rodea, y en qué medida esa exploración temprana se dirige de manera preferente a aquello que tiene relación con el grupo social en el que viven. Las caras en particular y los movimientos de las personas que rodean al bebé son los estímulos iniciales que le permiten empezar a entender el entorno y a sentirse una parte muy especial de él.

La investigación, llevada a cabo por John Constantino, del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Washington en San Luis, Missouri (Estados Unidos), y sus colaboradores, se centra tanto en el comportamiento de los niños pequeños —movimiento de los ojos y tiempo en el que centran su atención en determinadas personas— como en los correlatos genéticos que hacen de esa conducta una pauta ligada a la herencia. Mediante el estudio comparado en gemelos Constantino y colaboradores pudieron establecer una alta concordancia de tales comportamientos. Extendiendo los análisis a niños autistas, determinaron en qué medida esta patología impide el llevar a cabo esa exploración de lo que podríamos llamar el cerebro social.

cartas desde Europa

La importancia de las investigaciones relacionadas con las funciones cerebrales en época temprana de la vida es muy alta por una razón que tiene que ver con la manera como se encuentra nuestro cerebro en la época del nacimiento. Cuando, hace siete millones de años, los primeros humanos se adaptaron a una locomoción bípeda, las caderas de las hembras sufrieron un estrechamiento del canal pélvico que suponía un obstáculo para el paso, durante la operación de dar a luz, de la cabeza del feto. A medida que, a partir de una fecha que puede remontarse a dos millones y medio de años, comenzó a crecer el cerebro humano hasta alcanzar sus dimensiones actuales, el problema del parto se agravó. Para poder nacer, los bebés humanos han de salir del vientre de sus madres con un cerebro que sólo ha alcanzado alrededor de una cuarta parte de lo que será su volumen adulto. Eso quiere decir que nacemos con un cerebro muy poco desarrollado y es en la denominada exterogestación, el desarrollo ya fuera del vientre materno, cuando se completa. Lo hace dentro de un mundo social porque los niños recién nacidos son por completo dependientes de quienes los cuidan, y lo siguen siendo durante bastantes años. Es ésa característica de cerebro inmaduro la que obliga a que pase un año antes de que los bebés puedan andar, y dos hasta que pronuncian las primeras palabras. Pero desde mucho antes miran el mundo bajo un prisma social.

Se sabía ya que, en ausencia de esos estímulos sociales — entre los que el lenguaje tiene un papel de primer orden—, el cerebro no logra desarrollarse. El trabajo de Constantino y sus colaboradores nos da las primeras claves acerca del por qué.