No importa la forma material que adquiera la expresión escrita: papiro, hoja de palma, papel amate o de arroz, piedra, madera, metal o medio digital… El prurito es representar, representarnos porque la realidad siempre nos sobrepasará. ¿A dónde se dirige lo real? Nadie lo sabe, pero gran cantidad de intelectos ha inventado el camino o lo ha imaginado y representado en sus libros sagrados. Si puede manipularse y controlar a una población entera; si puede realizarse transacciones económicas, planear ataques y proyectar lo que haremos en el futuro, es gracias a la memoria, pero la memoria, por más que haya tenido un sitio privilegiado en la antigüedad, no da para mucho (si acaso para conservar algunos libros enteros en la mente y ya). Por ello la escritura deja constancia de la memoria y abarca un espacio-tiempo de muchas mayores dimensiones. Así los libros nos siguen hablando aunque se hayan escrito 3000 antes de la era inventada por Dionysius Exiguus en el siglo V (el famoso antes y después de Cristo).

En el siglo X, hacia 1045, Bi-Sheng inventó la imprenta tipográfica, uno de los más altos logros de la civilización china, donde ya antes hubo papel, tinta y xilografía. Bi-Sheng fabricaba caracteres móviles con un tipo de arcilla que ponía al fuego para endurecerla. Con los años, se utilizaron caracteres de madera, estaño, bronce y otros materiales. En Corea se inventará la imprenta con caracteres de metal. El historiador y viajero persa Rasid Al-Din, autor de Al-Tawarikh, estuvo en china. Describió y explicó el funcionamiento de la imprenta. Su texto llegó a Europa y se tradujo al latín alrededor de 1310. Varios intentaron crear una imprenta a partir de lo descrito por Rasid; entre otros, Waldfoghel y Castaldi. El primero en lograrlo fue Gutenberg, a quien ahora la ignorancia atribuye el invento, cuando sólo lo adaptó a caracteres latinos.

En el mismo siglo en que se inventaba la imprenta en China, pero en sus inicios, Al-Mas-Udi, nacido en Bagdad, elogiaba el libro de este modo (citado por Américo Castro en España en su historia): “dicen los sabios que el amigo más seguro es un libro… Te ofrece al mismo tiempo el comienzo y el fin, poco o mucho; reúne lo lejano a lo que está cerca de ti, el pasado al presente; combina las formas más diversas, las especies más distintas. Es un muerto que te habla en nombre de los muertos, y que te hace accesible el lenguaje de los vivos. Es una persona íntima que se alegra con tu alegría, que duerme con tu sueño y que sólo te habla de lo que gustas”.

Ahora están de moda los “escritores” que no leen, aquellos que sólo buscan la “fama” y los reflectores, aunque sean efímeros. Esos narcisistas sólo desean ver su nombre impreso. El argumento de muchos de estos charlatanes es que no desean “contaminarse” o “influirse” por otros libros. Lo dicen como si fueran entes solitarios, aislados ermitaños en medio del desierto. No se dan cuenta de que son entes culturales y de que, lo quieran o no, todo los “contaminará” o influirá: desde una conversación con sus amigos o escuchada en un autobús, hasta lo que ven y oyen en la TV, en internet o en el cine (si es que van al cine, y si van, no se dan cuenta de que también el cine, la TV y el radio se producen a partir de guiones, de textos). En el fondo, esos escritorzuelos están condenados a copiar esquemas y a repetir todos los lugares comunes que oigan en la calle o en el seno familiar. Cuán diferente fue la actitud de uno de los escritores más originales de nuestra lengua: Jorge Luis Borges, quien se consideró un “agradecido lector”, y que en una ocasión escribió: “Que otros se jacten de lo que han escrito; yo me enorgullezco de lo que he leído”. Por ello y tal vez por mil y una razones más, el libro enriquece nuestra realidad y nos hace penetrar mucho más en los sentidos de la cultura y de la historia del ser humano. Es un ser con el que podemos dialogar o discutir, con el que podemos no estar de acuerdo y que, a su vez, puede convertirse en enemigo. Concluyo este comentario con una frase que se me acaba de ocurrir y que con gusto vendería a cualquier librería de prestigio: “Dime qué lees y te diré quién eres, mas si no lees, poco eres”.