Desde el día que el cardenal argentino Jorge Bergoglio Sivori fue elegido como sucesor de Benedicto XVI, que renunció al cargo, todo mundo supo que la Iglesia Católica iniciaba un camino que no podía ir hacia atrás. Para bien o para mal. Cuando el camarlengo del Colegio Cardenalicio anunció: “habemus Papam”, hasta los cardenales más conservadores entendieron que en el catolicismo las cosas serían muy diferentes. El recién llegado tampoco lo ignoró. Supo que habría cardenales que le echarían en cara sus fórmulas nuevas. No se equivocó.

En el mes de febrero pasado, por medio de una carta pública, cuatro cardenales de la línea dura conservadora, cuestionaron a Francisco por su exhortación apostólica Amoris laetitia (“La alegría del amor”), documento que intenta abrir nuevos caminos para los divorciados católicos y delinear una Iglesia más tolerante en aspectos relacionados con la familia.

La misiva apunta que Bergoglio  —por cierto el primer sacerdote jesuita en llegar a la silla petrina— ha generado “grave desorientación y grave confusión entre muchos creyentes”. En la carta los firmantes le solicitan solución para las “interpretaciones contradictorias” que se desprenden de un tratado sobre el amor.

Los signatarios son tres cardenales en retiro, los alemanes Walter Brandmuller y Joachim Meisner, mas el estadounidense Raymond Leo Burke (el único en funciones), aunque degradado en 2014 de un alto cargo en la Signatura apostólica y crítico asiduo del actual Papa. La carta de los cardenales recibió muchos apoyos así como el documento papal en cuestión fue atacado en infinidad de emails enviados por “católicos” que son más papistas que el Papa. La derecha ultra-ortodoxa en pleno.

Detrás de la carta se vislumbra una confrontación mayor entre facciones de la Santa Sede que ya se había esbozado al momento de publicar la exhortación apostólica Amoris laetitia en abril de este mismo año. Lo que comprueba que el Papa Francisco “no es monedita de oro para caerle bien a todos”. Y lo que falta.

Los problemas que enfrenta el pontífice jesuita no son únicamente de carácter teológico, que no son pocos en un mundo tan “materialista” como el del siglo XXI. No son discusiones académicas para llegar a la ordenación de un sacerdote en un seminario. En el fondo son disputas con importantes consecuencias políticas que llegan a 1,254 millones de católicos dispersos por todo el planeta —el 18% de la población de la Tierra—, que durante el siglo XX, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, han estado relativamente calmados en términos  políticos. Pero, esta “calma” puede terminarse. Por eso la diplomacia vaticana es una de las más activas del mundo. Aunque no cuenta con ejércitos, ni con votos efectivos en los principales organismos internacionales los diplomáticos del Vaticano tienen un peso específico. Por eso la intervención de Francisco en el mejoramiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos de América (EUA), durante el mandato del presidente Barack Hussein Obama y el de Raúl Castro Ruz —en los últimos meses de vida del ex guerrillero trucado en dictador, Fidel Castro—, fue decisiva. Ahora, el mentiroso, ignorante y truculento Donald Trump, trata de echar por tierra todo lo que costó tanto trabajo a Washington y La Habana. Tarde o temprano, el Vaticano volverá a andar por los senderos estadounidenses y cubanos. Solo es cuestión de tiempo.

Por lo mismo, el día 2 de julio, tras el rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro, en Roma, oró por el fin de la violencia en las protestas contra el gobierno en todo Venezuela y se solidarizó con los familiares de las 89 personas que han muerto en ellas en los últimos tres meses. “Expreso mis condolencias a las familias que han perdido a sus hijos en las protestas. Pido el fin de la violencia y una solución pacífica y democrática a la crisis…de esta querida nación”. No se olvide que el Vaticano impulsó un proceso de diálogo entre los bandos contendientes el año pasado, pero fracasó. Pero el intento se mantiene. Hace pocos días los obispos venezolanos viajaron a la Santa Sede a informar al Papa Francisco sobre sus críticas al presidente Nicolás Maduro. Tres meses de protestas ha sufrido el gobierno bolivariano cuyo mandato termina en enero de 2019. Además de los muertos violentamente, también suman más de mil los heridos y aproximadamente 3,500 detenidos

El Papa está al tanto de lo que sucede en Venezuela, como lo estuvo en las negociaciones de paz entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que culminaron en la entrega de las armas guerrilleras hace una semana. Tratándose de negociaciones diplomáticas, no todas se ganan, ni todas se pierden. Si alguien lo sabe es el Papa en funciones.

No todo lo que hace el pontífice es extramuros. El poder papal tiene su nido intramuros. El colegio cardenalicio formado actualmente por prelados de 83 nacionalidades sigue rigiendo el destino de la Iglesia y sus inclinaciones no siempre  fáciles de captar. El Papa Francisco —el primer iberoamericano en suceder a Pedro en su trono, y también el primero no europeo desde el siglo VIII, llegado del “fin del mundo”—, el miércoles 28 de julio nombró a cinco nuevos purpurados para ampliar el selecto grupo a 225 miembros, de los cuales 104 no son electores. Este es el cuarto consistorio que celebra el “Che” Papa desde 2013. Benedicto XVI, el alemán, su antecesor, realizó cinco en ocho años. Bergoglio ya ha investido a 49 de los 121 cardenales electores del colegio que elegirá a su sucesor. En éste los europeos ya no son mayoría y los recién llegados cuentan con perfiles que asegurarán las reformas dispuestas por Francisco.

Los nombres dicen todo. Ejemplos de la internalización de la Iglesia son los nuevos cardenales: Jean Zerbo, arzobispo de Bamako, Mali. Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, España. Anders Arborelius, obispo de Estocolmo, Suecia. Louis-Marie Ling Mangkhanekhoun, vicario apostólico de Paksé, Laos. Gregorio Rodas Chávez, obispo auxiliar de San Salvador, El Salvador. Así, el Papa ya tiene un 28% de cardenales americanos, un 13% africanos y un 12% procedentes de Asia, frente al 44% nacidos en la Vieja Europa. La periferia del mundo es una de las grandes obsesiones del pontífice argentino.

Hay más. El jueves 29 de junio fue un mal día para el Vaticano. El cardenal australiano, George Pell, de 76 años de edad, máxima autoridad de la Iglesia católica en Australia y superministro de Finanzas del Vaticano, consejero directo del pontífice, fue imputado por un caso múltiple de abusos a menores, a lo que se suma su presunto encubrimiento masivo a sacerdotes. El propio acusado informó a los medios que regresaría a su país para testificar el martes 18 de julio ante el juez que lo citó. Al menos en público, la Santa Sede le respalda y no lo obligó a dimitir: “El Santo Padre le ha concedido un periodo de excedencia para poder defenderse”. La imputación llega solo una semana después de la renuncia del revisor de las finanzas del Vaticano, Libero Milone, por causas desconocidas. Así, el Vaticano pierde a sus dos mejores fichas en materia financiera. Pell, resulte o no culpable, tiene pocas posibilidades de volver. La pederastia se volvió en el talón de Aquiles del Vaticano.

Al último, pero no el menos importante, el sábado 1 de junio otro cambio de mando en uno de los departamentos más importantes de la Santa Sede, cimbró la Basílica de San Pedro y sus alrededores, en las 44 hectáreas que ocupa el Vaticano: la Congregación para la Doctrina de la Fe (el antiguo y temible Santo Oficio).  Muy a la manera de la Compañía de Jesús, Francisco decidió cortar por lo sano y no renovó el encargo al prefecto de la Doctrina de la Fe, el cardenal germano, casi septuagenario, Gerhard Müller, situado en la línea más conservadora y contrario a las medidas  aperturistas del Papa, especialmente en temas de familia.  En su lugar, el pontífice designó a Luis Francisco Ladaria Ferrer (Manacor, Mallorca, 1944) arzobispo jesuita español, que ocupaba la secretaría de la propia Congregación.

Como es sabido, la Doctrina de la Fe es una congregación clave del Vaticano. Es la que custodia y regula la “correcta” interpretación de las cuestiones de la fe. Su importancia se pone de relieve al saber que fue prefecto durante un cuarto de siglo, nada menos que Joseph Ratzinger antes de ser elegido Papa. Las razones del cambio se desconocen, pero el alemán no era muy afín al Papa argentino y sus ideas.

Con esas piezas juega el Papa Francisco. VALE.