La activista Suzanne Sholte, quien ha trasladado a Washington a supervivientes de tragedias humanitarias, se lamenta ante Blaine Harder, autor del libro Evasión del campo 14 de que “Los tibetanos cuentan con el Dalai Lama y con Richard Gere; los birmanos, con Aung San Suu Kyi; los habitantes de Darfur con Mia Farrow y George Clooney… Los norcoreanos no tienen a nadie así”.
Corea del Norte, país de dos caras: la de la perpetua sonrisa de quienes celebran entre danzas y hermosos hanbocks (típica prenda femenina norcoreana) los aniversarios de sus líderes máximos, y el de la solemnidad que oculta, entre otras cosas, temor, hambre, incertidumbre. Harden, quien ha colaborado en prácticamente todas las revistas y diarios importantes en Estados Unidos, el New York Times, entre otros, ha tenido oportunidad de ingresar a prácticamente todos los países en conflicto. Cuando intentó hacerlo en Corea del Norte casi no se le permitió salir del hotel ubicado en las afueras de Pyongyang, la capital, a menos que fuera escoltado por cinco funcionarios del gobierno y a bordo de un autobús. A los turistas no se les permite emplear cámaras, mucho menos hablar con algún peatón. Naturalmente se prohíbe el paso a periodistas, especialmente si son americanos. Quienes ingresan tienen que inventarse otra profesión y permitir que su uso de internet sea supervisado en todo momento. Blaine Harden jamás hubiera podido escribir este libro si no hubiera contactado a Shin Dong-hyuk, quien, de entre los escasos –y célebres– fugitivos norcoreanos, es de los muy pocos que logró la impensable hazaña de escapar del infrahumano Campo 14.
Harden señala que teniendo prácticamente listo y terminado el libro sobre la experiencia de Shin, que él ya había relatado ante diversos medios de comunicación y dirigentes políticos y de asociaciones protectoras de los derechos humanos, su protagonista le llamó desde Corea del Sur, donde actualmente reside, para confesarle que había modificado la realidad de los hechos. No se trataba de algo que alterase, o de plano destruyese la historia que Harden ya había escrito, pero Evasión del campo 14 (Bolsillo Kailas, España, 2017, traducción de Alfredo Blanco Solís) expone tanto la versión inicial como la real, así como las justificaciones de Shin para omitir algunos detalles, más relacionados con un conflicto de conciencia que con la objetividad. A diferencia de otros fugitivos, Shin no conocía otro estilo de vida que el Campo 14, donde nació, se educó y permaneció hasta los veintitrés años. Tenía un padre y una madre que se conocieron en el campo y, por decirlo de algún modo, fundaron una familia. De esa unión nacieron dos hijos, siendo Shin el menor. La misma dinámica del campo no permitía vínculos amistosos ni amorosos entre los prisioneros, y en cambio incentivaba a quienes delataran cualquier movimiento sospechoso por parte de sus compañeros de encierro, a diferencia de los campos de concentración nazis donde la solidaridad entre los prisioneros judíos atenuaba su situación, como bien señalara Eugene Weinstock, prisionero en Buchenwald en 1943, “La supervivencia solo podía ser un logro social, no un accidente individual”. Shin nunca albergó ningún sentimiento especial hacia sus padres, y en particular su madre, a la que en su versión modificada admitió haber odiado, cosa que antes de salir al mundo le parecía normal. La mujer no se portaba mejor con él que los guardias, y lo golpeaba a la mínima provocación. Cosa curiosa, nunca tocó a su hermano mayor, a quien incluso le reservaba las mejores raciones de comida. Cuando Shin, accidentalmente, escuchó a su madre y a su hermano planear una fuga que no los incluía ni a él ni a su padre, no lo pensó para denunciarlos. El problema es que Shin no se dirigió a la persona correcta, quien se adjudicó el logro de descubrir el plan de la mujer y su hijo, condenados, como todo aquel que expresara en voz alta su deseo de huir, al paredón. En Corea del Norte los fusilamientos son una práctica especialmente sádica en la que se obliga a los familiares a presenciar la ejecución en primera fila. Los condenados son atados a una estaca donde se les llena la boca de piedras para que no maldigan al régimen, y posteriormente tiroteados en tres zonas clave: estómago, pecho y cabeza. Shin vivió un auténtico infierno tras confiar en la persona equivocada, aunque tras unos meses se revela la verdad y el ya muy maltrecho niño queda exento de las torturas a las que es sometido ante la simple sospecha de haber sido cómplice de los fallidos planes de su madre y hermano.
Evasión del campo 14 narra paso a paso cómo fue la existencia de Shin al interior del campo; el instante en que experimenta la urgencia de abandonar aquel infierno, dispuesto a morir en el intento y su aventura para alcanzar la frontera con China, padeciendo más en su trayecto al río Tumen, que divide a ambos países, que para cruzar, cosa que le resulta absurdamente fácil. Ningún destino puede ser más infortunado que nacer al interior de un campo norcoreano… pero una vez afuera, a Shin Dong-hyuk pareció seguirlo una buena estrella, sin demeritar su natural inteligencia. Actualmente, Shin se desempeña como periodista y activista de los derechos humanos. Evasión del campo 14 no solo es un libro emocionante y conmovedor, narrado con aliento literario. Además nos muestra de cuerpo entero a la sociedad y al régimen norcoreanos.