Frida Kahlo dijo: “Nunca pinté sueños ni pesadillas, pinté mi propia realidad”. ¿Cuál era su realidad? La condición de víctima, del dolor físico y espiritual, que se convirtió en su vida misma, hasta hacer de su sufrimiento algo cotidiano. Y aprendió aceptarse como un ser quebrado por la existencia, dividida entre la muerte y la vida, mientras vivía hizo autorretratos, con un ingrediente que los hicieron universales, la conciencia del sufrimiento, una condición inseparable para la humanidad, se nace, se vive y se muere en este mundo con dolor que se convierte hasta cierto punto en soportable, por lo cotidiano, al igual que ciertos malestares en el cuerpo, dolores musculares, etcétera, o situaciones que nos rodean en el diario vivir, que nos transforman en lo físico y psicológicamente, un accidente o algunas costumbres de beber alcohol, consumir sustancias psicoactivas, como le sucedió a Kahlo en alguna época, y un ejemplo muy claro es el autorretrato Pensando en la muerte, donde observamos una calavera con los huesos cruzados sobre la frente, un signo del veneno en la cabeza producido por el alcohol y algunas sustancias tóxicas que consumía, pero la calavera sobre la frente tiene otras características: nos observa con cierta malicia, o cinismo, su sonrisa es irónica, mientras se le ve pensativa. Es una especie de recordatorio, que nada permanece, que todo cambia ante la ilusión de eternidad que nos produce la vida cotidiana. Y se obsesiona ante sus pensamientos, hasta darles forma o representarlos en pinturas como Las dos Fridas, Viva la vida, Unos cuantos piquetitos, Diego en mi pensamiento, en cada una de estas obras simboliza lo desconocido, lo olvidado, la muerte de todo lo que sentimos, vemos, decimos, a través del tiempo. Busca la eternidad —sabe que seguirá cambiando su vida fragmentada, incompleta física y mentalmente— expresándose en sus lienzos como un arquetipo del victimismo.

Y actualmente a los ciento diez años de su nacimiento (seis de julio de mil novecientos siete), sigue vigente ante el mundo como la más grande pintora mexicana, porque supo plasmar la clase de psicología que siempre la abrumó, la de víctima del dolor.