Por: José Pagés Rebollar

 

Yo me hubiese quedado días enteros escuchando a ese hombre vital, definidor. Cada palabra suya tenía un sentido exacto y cuando hablaba, de su boca salían las frases como luces de bengala. Se lengua era un látigo que restallaba cuando calificaba a un hombre o definía un situación:

¡Éste es un pendejo!

¡Aquel es un ratero!

¡Ese es un gran tipo!

Yo lo conocí en Los Pinos, una mañana que acompañé a mi padre. Íbamos a salir a Europa al día siguiente, y Díaz Ordaz quiso despedir con desayuno al director de Siempre!

Seco, dientón, con actitudes solemnes que no encuadraban bien a su físico, el hombre me empezó a caer bien cuando al hablar de un ex ministro de López Mateos dijo:

“Ese es capaz de robarle el biberón a su propio hijo”.

Pero hubo un capítulo de esa charla que me produjo calosfríos. Fue cuando Díaz Ordaz le preguntó a Pagés Llergo “cómo estaba el general Cárdenas”.

“Hace dos semanas que no lo veo, pero me imagino que está bien de salud”, fue la respuesta.

Díaz Ordaz dijo:

“Es un mexicano extraordinario, un patriota de excepción, un héroe al que tenemos en un monumento arriba de un caballo…

Hizo una breve pausa y concluyó:

“Pero que no se me baje del caballo porque con la policía lo vuelvo a  subir…!

¡Besos de lengua, no!

Volví a verlo en Los Pinos al final de su mandato. Atendiendo a una súplica de su amigo, el embajador de cuba don Joaquín Hernández Armas, mi padre llevaba la comisión de “sondear” al presidente de la República. La plática fue directa, sin preámbulos.

“Vengo a proponerle –dijo Pagés Llergo- una visita a Cuba para pagar la que hizo a México el presidente Oswaldo Dorticós”.

Díaz Ordaz le cortó la palabra con un rápido movimiento de la mano:

“¡Voy!”, gritó. Y tras una breve pausa agregó:

“Voy con dos condiciones: primera: si Fidel quiere una nueva apertura con algún país de Sur América, yo me comprometo a gestionarla. Dos: si Fidel quiere ablandar la tensión con Estados Unidos yo hablaré personalmente, si es preciso, con Johnson. Pero si se trata de que los dos no hagamos pendejos, Fidel hablando de las excelencias de la Revolución Mexicana y yo de las excelencias de la Revolución Cubana, a eso no me presto. No vamos a darnos besos de lengua a estas alturas”.

La última vez lo vi en Chapala. Allí era feliz, como en ningún otro sitio, jugando golf con un grupo de amigos que lo querían gratis, que nada le pedían. Juan Gil Preciado, Medina Ascencio, el chata Reynaga, Julio de la Peña, Luis Cuevas, Carlos Mendoza, le hicieron olvidar tradiciones y amarguras. Los residentes de Chula Vista iban al campo a verlo jugar y cuando pegaba un “drive” de doscientas yardas al centro del fairway se sentía más orgulloso que en cualquiera de sus aciertos como presidente de la República.

Una tarde me invitó a su modesta casa de Ajijic. Sólo tenía vodka y entre trago y trago vaciamos una botella. Me atreví a preguntarle:

“Por qué, don Gustavo, eligió usted a don Luis Echeverría como sucesor suyo en la Presidencia de la República?”

El hombre lanzó una ruidosa carcajada:

“¡Por pendejo, Pepe. Por pendejo!”.

Y agregó:

“Pero lo he pagado bien caro, porque todas las mañanas, cuando me veo en el espejo para rasurarme, me doy de cachetadas. ¡Por pendejo, por pendejo!”

¡Sabe morir!

Hace un par de meses, llegó a la redacción nuestro compañero y amigo Norberto Aguirre. Traía un recado del licenciado Díaz Ordaz para Páges Llergo:

“Dice don Gustavo que no se olvida que tenía una cita para desayunar contigo el mismo día que fue llevado de emergencia al Hospital Inglés. Me pide que te diga que ha hecho todo lo humanamente posible por cumplirla, pero que le es imposible. Que está herido de muerte, a plazo fijo. Pero quiere que sepas que morirá como un hombre, como un ex presidente de México. Que no se pegará un tiro. Y que este recado que te traigo, es una despedida…”

Yo no sé qué dirá la historia de él. Ni me importa su juicio. Yo sé que fue un gran mexicano, que fue un patriota, que fue un amigo, que fue un Hombre.

***

Hace algunos días, mi querido amigo y paisano Javier García Paniagua, fue comisionado por le presidente López Portillo para visitar en su nombre al licenciado Díaz Ordaz e indagar por su salud. Yo conozco parte de esa plática.

“Dile a tu padre (Marcelino García Barragán) que sé lo que él tiene y él sabe lo que yo tengo. Que si hay otra vida más allá de ésta, allá nos veremos pronto…!”

Guardia del presidente López Portillo al ex presidente Díaz Ordaz

Víctima de una falla cardiaca ocasionada por el padecimiento de un cáncer de páncreas, el pasado día 15, a las 13:45, falleció el licenciado Gustavo Díaz Ordaz, quien fue presidente de México durante el sexenio 1966-1970. Con la serenidad y entereza que fueron características en él. Díaz Ordaz esperaba la llegada del momento final de sus vida. En la capilla ardiente instalada en una funeraria de la calle Félix Cuevas, el presidente de la República, licenciado José López Portillo hizo acto de presencia para rendir homenaje ante su féretro a quien fue uno de sus antecesores en el mando del país.

>>Texto extraído del número 1361 publicado el 25 de julio de 1979<<