Han pasado más de 20 años desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en el que México, Estados Unidos y Canadá conforman una zona comercial con cerca de 480 millones de consumidores y, de acuerdo con la American Chamber, anualmente intercambian cerca de 2,600 millones de dólares en bienes y servicios; sin embargo, desde su inicio de operaciones en 1994 el acuerdo no se ha actualizado.

Es indudable que el TLCAN ha impulsado el crecimiento económico en México, ha elevado los volúmenes de comercio, ha generado empleo y atraído inversiones; ahora bien, con la llegada de la actual administración en Estados Unidos, el tema de la renegociación es toda una realidad que empieza a tomar forma, y los tres países se preparan para regresar a la mesa de negociaciones y llegar a acuerdos que beneficien a todas las partes y expandan aún más los alcances logrados en más de dos décadas.

Recientemente, México llegó a un acuerdo con Estados Unidos respecto al conflicto comercial del tema azucarero; estas negociaciones sin duda fueron la antesala de lo que se espera que puedan ser el estilo de renegociación para medir las fuerzas de cada país, por lo que se debe hacer un trabajo de profunda conciencia y análisis, todo un check-up económico que nos permita saber cómo nos encontramos, para saber a dónde nos dirigimos y no negociar a la defensiva, sino con fortaleza.

México cuenta con una posición geoestratégica muy importante, única, con Estados Unidos; tenemos una relación de vecinos, de socios, somos amigos. Aunque exista una coyuntura con el actual gobierno, a ambos pueblos nos une no solo la frontera, sino también las familias, aspectos culturales y una larga historia de acercamientos.

El TLCAN no debe y no puede regresar a temas de aranceles y cuotas, hay que preservar la apertura comercial para seguir creciendo. Los tres países deben poner sobre la mesa temas de tercera generación, en el comercio electrónico, la economía digital, la transferencia tecnológica, temas de migración, patentes, inversiones, reglas de origen, intercambio cultural entre otros.

Tenemos que reconocer que en su momento México no hizo el trabajo pertinente de diversificar su mercado para tener hoy mayor fuerza de negociación, nos quedamos en una zona de confort, pese a contar con acuerdos comerciales con más de 40 economías en el mundo, concentramos el mercado exportador con Estados Unidos en casi 83 por ciento, mientras que en el porfiriato este porcentaje era del 70 por ciento.

El apetito por la globalización nos llevó a una apertura indiscriminada, pasamos de ser una nación dependiente del petróleo a una centralizada en las manufacturas, con énfasis en la industria automotriz y gradualmente nos convertimos en maquiladores, importando una gran cantidad de insumos de lo que exportamos.

No hay soluciones mágicas, México debe empezar a trabajar en un proyecto de largo plazo y construir un mercado administrado, en el que las ventajas competitivas y comparativas tengan un mayor alcance y cuyo proyecto nos permita que en no más de 10 años la relación comercial con Estados Unidos fuera 70 y 30 por ciento con el mundo y que en 25 años fuera de 60 a 40 por ciento con el resto del planeta. Además, debemos crear cadenas productivas y contar una política industrial flexible y holística.