Lamia Aji Bashar es una joven de 18 años que fue esclava sexual, junto con sus tres hermanas, del ISIS durante 20 meses en los que fue vendida a cinco hombres y regalada a otro. En agosto de 2014, Aji Bashar de 16 años vivía en Kocho, una aldea yazidí en el Kurdistán iraquí, que fue tomada por el Estados Islámico.

Llevaron a todos los habitantes a la escuela y les separaron en grupos: varones, embarazadas, mujeres mayores y jóvenes solteras. “A los hombres y a las mujeres con más edad los mataron y enterraron en una fosa común. A nosotras nos trasladaron en autobuses a Mosul y luego a la zona de Alepo bajo control del ISIS. Allí había muchos hombres, de países distintos”, confesó a El País.

Un día, el emir del grupo, que era saudí, exigió a una de sus hermanas y a ella a convertirse al islam, ante su negativa la tomó del cuello y la levantó del suelo: ¡Mi hermana le imploró que me soltara, le besó los pies hasta que lo hizo. Entonces gritó: ‘¡Así que no se quieren convertir!’, y nos violaron a las dos”.

Aji Bashar es yazidí, un grupo etnoreligioso kurdo de medio millón de personas que profesa una de las primeras religiones monoteístas y que ha sido tradicionalmente acusado de adorar al demonio por venerar al ángel caído Taus.

La joven cuenta que en el sitio a donde fue llevada estaban cautivas alrededor de 250 chicas, algunas de ocho años de edad. “Llegaban los miembros del ISIS y nos elegían: ‘quiero esta’, ‘yo esta’. En el tribunal de la sharía (la ley islámica) había un papel en el que aparecía mi foto y, debajo, mi precio. Cinco veces me compraron y una más me regalaron a otro hombre”.

Añade que uno de sus “dueños” la obligó a confeccionar chalecos para atentados suicidas y montar bombas para coches. Relata que en ningún momento sintió compasión hacia ella o una señal de humanidad: “eran animales en cuerpos de personas. Cada uno peor que el otro. Intentaba hablar con ellos, pero eran animales”.

En abril de 2016, después de cuatro intentos fallidos, Aji Bashar logró escapar gracias a unos contrabandistas pagados por su familia. En el escape la acompañaban otras dos yazidíez: Almas, de 8 años, y Katherine, de 20. Desafortunadamente las dos murieron al  atravesar un campo de minas. “Sus gritos antes de morir son lo peor que he oído en mi vida”. Aji Bashar perdió la vista de su ojo derecho y su rostro muestran las heridas de la explosión.

“Me sentía feliz de estar viva, aunque en mi cabeza estaba fatal pensando en el sufrimiento del resto de mujeres y niños cautivos”. El Estado Islámico permite el asesinato de hombres y la violación de las mujeres que son consideradas infieles.

En mayo, su aldea (Kocho) fue liberada de la ocupación del ISIS. “Ahora es todo escombros, tumbas, fosas comunes”.

La Organización de Naciones Unidas estima que más de 3 mil yazidíes, en su gran mayoría mujeres y niños, permanecen en manos de los yihadistas. La joven relata su historia para concienciar de una tragedia por la que han pasado miles de mujeres y se define como una simple “mensajera”. Pide que el ISIS sea juzgado por la justicia penal internacional, que las víctimas reciban tratamiento psicológico tras su liberación y que el mundo ayude a los refugiados.

Actualmente, Aji Bashar vive en Alemania y el pasado diciembre recibió el Premio Sájarov. Espera convertirse en maestra y algún día regresar al Kurdistán.