En política, lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno.
Konrad Adenauer

A poco más de 230 días de la elección presidencial los actores políticos, casi sin excepción, están ocupados en apelar a las emociones de los potenciales votantes, una práctica común en todas las democracias.

Cuando hablamos de los actores políticos nos referimos a dirigentes partidistas, a aspirantes a candidatos, a los grupos de presión que legítimamente actúan en la sociedad, sean por intereses económicos o político electorales, y, claro, entre ellos contamos a las organizaciones de la sociedad civil.

Todos saben que lidian con una sociedad escéptica, en algunos casos hostil, pues desde hace tiempo, más del que se reconoce, se realizan esfuerzos para sembrar la irritación y la desconfianza hacia las autoridades y hacia las instituciones.

No nos sorprendemos, pues, como se dijo arriba, es una práctica política casi milenaria.

La sintetizó aquel publicista que convenció a Richard Nixon en 1967 a buscar otra vez la candidatura presidencial. “Las campañas se conducen en la televisión”, le escribió, “y recuerde que quien se sienta a ver la televisión lo hace después de una jornada de trabajo. Es un error apelar a su razón y exigirle el esfuerzo de pensar, es más fácil y ventajoso apelar a sus emociones”. Y sugirió el lema que llevó a Nixon a la presidencia: “ley y orden”, un lema que caló en una sociedad asustada por las manifestaciones estudiantiles y desórdenes callejeros.

Un ejemplo son las narrativas de las organizaciones de la sociedad civil formadas para intervenir en el proceso de construir el Sistema Nacional Anticorrupción. Son narrativas propias de los tradicionales grupos de presión.

Tiene que aceptarse que, guste o no, las ONG llegaron para quedarse, se ubicaron ya en el paisaje de la política y nada logrará sacarlos.

Como todo grupo de presión, algunas representan concretos intereses económicos, otras, intereses políticos, y el resto, los intereses y proyectos personales de sus dirigentes.

Insisto, es inútil satanizarlas, llegaron para quedarse, pero tampoco hay que idealizarlas, pero sus dirigentes, al ubicarse en los terrenos de la política, deben aceptar los riesgos que ello implica para su imagen. Deben tolerar críticas.

Hay mucho que corregir en nuestra sociedad, fundamentalmente combatir la corrupción que la corroe, pero las organizaciones de la sociedad civil no pueden pretender ser la autoridad moral de la república.

Tal actitud podría convertirlos en comités de salud pública, como aquel que encabezado por Robespierre, en aras de preservar la pureza de los principios de la Revolución Francesa, originó lo que históricamente se conoce como la época del terror, y su resultado fue facilitar la llegada al poder de Napoleón, el emperador.