Por su antigüedad, la corrupción va de la mano con la prostitución, como dos de los fenómenos sociales más viejos del mundo. Hace 169 años, Carlos Marx y Federico Engels publicaron en Londres su famosa obra El manifiesto comunista, cuyas primeras líneas dicen: “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa (hace más de siglo y medio ya era vieja), se han unido en santa cruzada para acosar ese fantasma: el Papa (entonces y ahora ese personaje continúa en primera línea), el Zar (bendita sea su memoria, ya que Vladimir Putin trata de remedarlo aunque le pese al zafio Donald Trump), Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”. Por el momento, el “coco” comunista ya no asusta a nadie, ni el de Pekín, que de comunista solo le quedó la “dictadura”, aunque el extravagante mandatario norcoreano se pasa de listo queriendo hacerlo con el (nuclear) “petate del muerto”. Un día sus propios vasallos se la cobrarán cara.

Bien, ahora el fantasma que recorre el mundo es el de la corrupción, desde el cono austral hasta los dominios árticos del planeta. La corrupción es peor que el Sida. Este, si no se alivia por lo menos se atenúa, mientras que la corrupción llega hasta el hueso y afecta hasta los más famosos políticos de la Tierra. Para muestra con dos o tres botones recientes basta: Luiz Inacio Lula da Silva que aunque ya fue sentenciado a 9 años y seis meses de cárcel, todavía no se le demuestra su culpabilidad: el peruano Ollanta Humala, que ya está tras de las rejas junto con su esposa: Nadine Heredia. Solitos se entregaron a las autoridades. Y el actual presidente de Brasil, Michel Temer, que todavía no salva su Impeachment, pese a que fue el sustituto de Dilma Rousseff que también fue expulsada del palacio presidencial de Brasil.  Y, Cristina Fernández viuda de Kirchner, que anda en líos de barandilla, y otros, como los anteriores mandatarios guatemaltecos (presidente y vicepresidenta) que ya purgan pena de cárcel.

Por no obviar, recuerdo que al gordinflón ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, hubo que extraditarlo de Guatemala donde escapó para tratar de burlar la “justicia” mexicana. “Javiercito ya está en la cárcel, no sé cuándo saldrá”, reza el tango. En el caso del expresidente peruano Humala, hay que agregar que sus tres antecesores han sido inmiscuidos en acusaciones judiciales por corrupción. Solo a la brasileña Dilma Rousseff no se le pudo acusar de corrupta aunque sí de hacer maniobras ilegales con el presupuesto, lo que aprovecharon sus enemigos para sacarla del poder. Qué líos.

Como coincidencia, vale decir que la primera quincena de julio fue una de las más negras de los últimos años para varios gobernantes y ex mandatarios sudamericanos. En Perú, el martes 11 el fiscal provincial Germán Juárez Atoche interpuso una orden de prisión preventiva contra el expresidente Ollanta Humala y de su esposa Nadine Heredia, acusados por los delitos de lavado de dinero y asociación ilegal para delinquir, al presuntamente haber recibido tres millones de dólares de la constructora brasileña (especialista en corromper funcionarios públicos en buena parte del planeta) Odebretch, para financiar su campaña electoral en 2011.

La trama financiera la confesó Jorge Barata, que era el representante de Odebretch en Perú. Dijo a fiscales que lo interrogaron en Brasil, que fue su propio jefe, Marcelo Odebretch quien le ordenó realizar donaciones a Humala para su campaña electoral. Esta versión fue confirmada por Odebretch a la justicia brasileña con la que pactó ciertas garantías por informar de todos los chantajes que hizo su compañía con funcionarios de muchos gobiernos de Hispanoamérica, y de muchas otras partes del mundo.

La información recabada por el fiscal peruano incluye documentos sobre el traspaso de dinero entre la cuenta del Partido Nacionalista de Perú y la de Nadine Heredia, que era la presidenta del partido que apoyaba a su marido. De ahí que la acusación por lavado de dinero ilícito no sólo sea contra el ex presidente, sino también en contra de su esposa.

Esto no es todo, sino que Marcelo Odebretch también aceptó ante la justicia de Estados Unidos –que también investiga toda la trama de corrupción de la compañía brasileña– que entregó 29 millones de dólares entre 2005 y 2014 en Perú para que le adjudicaran obras públicas, en un periodo que comprende los gobiernos de Alejandro Toledo (2001-2006), Alan García (2006-2011) y Ollanta Humala (2011-2016).

Siguen las “coincidencias”. El miércoles 12 de julio, al día siguiente del caso peruano, un juez brasileño, encargado de la Operación Lava Jato (que trata de los sobornos habidos en la empresa petrolera de Brasil, Petrobras, desde hace tres años), Sergio Moro, dictó una sentencia según la cual el expresidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva debería pagar nueve años y seis meses de cárcel, acusado de corrupción y lavado de dinero.

De hecho, esta sería la primera condena contra el famoso líder brasileño de las varias que tiene abiertas en el marco de la citada “Operación”, y la primera ocasión en que un expresidente de la República de Brasil es condenado por “corrupción”. Moro halló culpable a Lula –en primera instancia– de haber aceptado un departamento (que reformó) de tres plantas en la zona costera (Guarujá) de Sao Paulo con un valor de 3,7 millones de reales (aproximadamente un poco más de un millón de dólares), de parte de la constructora OAS a cambio de contratos públicos. Según los investigadores de Moro, el legendario líder metalúrgico brasileño y fundador del Partido de los Trabajadores (PT), el “regalo” era un claro soborno de la constructora OAS, compañía implicada también en el escándalo de corrupción de Petrobras.

En la sentencia, Sergio Moro –que algunos califican como enemigo personal de Lula–, razonó: “La responsabilidad de un presidente de la República es enorme y por lo tanto, también su culpabilidad cuando comete delito”…Por lo mismo también determinó que Luiz Inacio no puede “ejercer cargo o función pública” durante el doble del periodo de la condena; 19 años.

Sergio Moro, el juez que para una parte de Brasil es un héroe anticorrupción y para otros es un “juez estrella” que persigue al Partido de los Trabajadores con feroz saña (y que en realidad representa a círculos políticos de la derecha), no dispuso el encarcelamiento de Lula, por lo que éste podrá recurrir la sentencia en libertad para evitar ser condenado en segunda instancia.

El expresidente Lula tiene pendiente otras cuatro sentencias en manos del magistrado Moro, sin duda su más enconado rival, y aunque pueda recurrirlas todas a una instancia superior, también corre el riesgo de ser inhabilitado y no poder presentarse a las elecciones del próximo año, como es su pretensión.

Sin embargo, el jueves 13 de julio, el ex mandatario (que fue reelegido en su cargo), proclamó su intención de presentarse a los comicios presidenciales de 2018. Anuncio que le da otro giro a la dilatada crisis política brasileña. “Si alguien quiere sacarme de juego con esta sentencia, tiene que saber que sigo en el juego” aseguró en tono combativo. Al negar todas las acusaciones y considerándose víctima de una “cacería” judicial, Lula no dio un paso atrás: “Quiero decir a mi partido que hasta ahora no lo había reivindicado, pero a partir de ahora voy a reivindicar al PT el derecho de colocarme como postulante a la candidatura”. Al referirse a sí mismo en tercera persona, con el arrojo que tuvo al enfrentar la dictadura militar de 1964 a 1985, dijo: “Lula, con 71 años, cerca de cumplir 72, está decidido a pelear de la misma forma que cuando tenía 30 años…El único que tiene derecho a decretar mi fin es el pueblo brasileño”. Dicho no exento de bravuconería.

Lula sabe la influencia que tiene sobre la clase pobre del país; en su gobierno logró que 30 millones de brasileños salieran de la pobreza. Calcula muy bien sus pasos y el de sus contrarios. Moro no lo mandó encarcelar porque sabe que esta decisión podría incendiar al país. Y tuvo que asumir: “Considerando que la prisión cautelar de un ex Presidente de la República no deja de implicar ciertos traumas, la prudencia recomienda  que se espera el juicio en la Corte de apelaciones”. El hecho es que, de momento, la condena caldea el ambiente es un escenario político marcado por la inestabilidad desde hace meses, con el gobierno de Michel Temer –otro pájaro de cuenta–, a punto de caer, también por corrupción.

No hay duda, un fantasma recorre la parte austral de Sudamérica: el fantasma de la corrupción. VALE.