Los estudiosos de las estadísticas y los actuarios comentan con regocijo que existen tres tipos de mentiras: las grandes, las chicas y las estadísticas, lo recordé en días pasados al conocer los supuestos resultados; ya no quedó claro si de un sondeo de opinión o de una estadística que perfilaba un ganador para el 2018.

Si bien es cierto que siempre se defienden los encuestólogos, cuando fallan sus “pronósticos” con la trillada frase de que solo era una radiografía del momento en que se levantó la muestra, cada vez son más recurrentes las equivocaciones de las encuestas respecto de los ganadores de los procesos electorales; y no solamente en México sino en todo el mundo.

Recién observamos cómo fallaron respecto del plebiscito a que sometió el proceso de paz en Colombia con las FARC, en que todos pensaron que la aprobación para alcanzar la paz, después de sesenta años de guerra civil, sería mayoritaria y la población votó por el no. O en Inglaterra, el denominado brexit, que consistía en votar por la continuidad o salida de la Comunidad europea y la gente por salir, contrario a las tendencias de los levantamientos estadísticos.

Y al abundar en el tema, en las elecciones de Estados Unidos, al final de los comicios las encuestas revelaban un triunfo apretado, justo, pero favorable a Hillary, y ganó Trump.

Aquí en México, la verdad sea dicha, hemos usado y abusado en el uso de esta herramienta, de esta ciencia y hemos desvirtuado su función, convirtiéndola en arma propagandista de partidos y candidatos. Un tiempo atrás, reciente, pulularon como hongos tras la lluvia las encuestadoras patito y todos los partidos contaban con sus encuestadoras, entonces inició una era de “guerra de encuestas” en la cual la competencia era quienes tenían más a su favor y estas se realizaban por encargo. Lo cual desprestigió a las consultorías y casas encuestadoras serias por igual.

Tanto los sondeos de opinión como las encuestas se efectuaban, y en algunos casos se sigue realizando, sin los mínimos de calidad, sin tamaños adecuados de muestra, por teléfono, sin deciles de edad, ingresos y otras muchas más variables que les otorga rangos de credibilidad y certeza.

El caso es que a partir de los resultados de algunas de estas encuestas hay quienes se sueñan ganadores y, entonces, sí les gustan las encuestas. La reacción del resto de los suspirantes es ordenar sus propias encuestas y sondeos de opinión para aparentar que están mejor posicionados al interior de su propio partido, frente al resto de precandidatos y desde luego respecto del único candidato visible.

Y no olvidemos que también se encarga como en una panadería encuestas que “bajen” a los adversarios, todo se adereza con artículos y opiniones de plumíferos a sueldo y ya está. Voy ganando, soy la mejor opción y es urgente que sea ungido para poder iniciar la campaña y no llegar retrasado a la competencia.

En conclusión, los tambores de la guerra de 2018 ha comenzado a sonar al ritmo del tam-tam de las encuestas.