En la política, como en todo espacio del acontecer humano existe la buena suerte y también existen los milagros. La buena suerte sería sacarse la lotería comprando el boleto premiado. El milagro sería sacársela sin siquiera comprar boleto.

Traslademos este ejemplo al acontecer político mexicano de los años recientes. Felipe Calderón ganó la elección presidencial, entre otras razones, porque tuvo buena suerte. Primero, que Vicente Fox no supiera tejer la trama para la sucesión de su favorito. Segundo, que Santiago Creel encontrara dificultades para triunfar ante el panismo interno. Tercero, que un PRI dividido hasta el encono, facilitara su propia y estrepitosa derrota, transfiriendo a Calderón votos gratuitos. Cuarto, que López Obrador no contara con la suficiente estructura de representación y vigilancia. Quinto, que el doctor Simi le quitara al Peje los pocos pero determinantes votos de victoria.

Pero, además de esos prodigios, Calderón había comprado su boleto. Determinó su estrategia, formó sus cuadros, se apartó de Fox, se deslindó del gabinete, trabajó su elección interna, propuso un discurso electoral sencillo, ganó el primer debate, pudo sortear el golpe del hildebrando y hasta otras cosas que se dicen pero que a mí no me constan. Todo eso muestra que quería ganar. Y ganó.

A diferencia de ello, la victoria de Ernesto Zedillo fue un auténtico milagro. No era un salinista genuino. Sus cargos en el equipo de Salinas se debieron siempre a José Córdoba no a Carlos Salinas quien, incluso, llegó a sospechar y más tarde a comprobar su deslealtad. Murió Colosio, la Constitución se interpuso a los deseos salinistas en cuanto a suplencias, los opositores que siempre fueron obsecuentes al presidente le voltearon la cara cuando más los necesitaba, su temperamento le traicionó el cerebro y  se decidió a favor de lo impensable. Zedillo no compró ningún boleto sino que el destino se lo llevó a las manos.

Un viejo chiste cuenta que un creyente le rezaba a su dios para que lo socorriera con el premio de lotería que ya mencionamos. Su altísimo lo escuchó y quiso complacerlo pero antes le ordenó que comprara un boleto del sorteo.

Por eso, el político debe comprar-el-boleto para, con algo de suerte, vencer la pobreza, la delincuencia, el desempleo, la injusticia y la desesperanza. Pero no puede esperar los milagros necesarios para, sin hacer nada, remitir la corrupción, la ingobernabilidad o el desprestigio.

Todo esto nos lleva, en el terreno de la política real, por cierto la única en la que creo, a facilitar nuestras decisiones ciudadanas y hasta las gubernamentales. Nunca vamos a recuperar Texas ni California. Pero sí podríamos recuperar Monterrey y Acapulco. Nunca llegará una nave mexicana a la Luna pero sí podemos llegar al bienestar necesario. No vamos a ganar el mundial de futbol pero sí podríamos ganar dignidad, seriedad y credibilidad.

Y, al final de cuentas, es más importante lo que podemos ganar, con  nuestro boleto y algo de buena suerte, que lo que podríamos esperar de los milagros.

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