Por Javier Vieyra Galán

 

El mito de la televisión se erige como una utopía para los mexicanos y para sí mismo. La pantalla, ícono innegable de modernidad, remplazó y mejoró la función social que, nos dice Amado Nervo, era monopolio de los billetes de lotería en el siglo pasado: el comercio de la ilusión efímera.

Lo mejoró porque le hizo masivo, universal, cotidiano y también corporativo. El último termino no es necesariamente perverso, pero en la teoría política es sinónimo de una compleja estructura de poder elitista, cuyo funcionamiento es secreto  a los ojos de los simples mortales. Por supuesto, el secreto se nos vuelve irresistible.

Héctor Toledano es un escritor “detective” fascinado por ese obscuro universo paralelo. Y a través de Lara nos entrega el extremo del hilo que desenmaraña ese laberinto de recónditos nudos.

Mediante una narración profusa, cruda y absorbente, Toledano nos lleva  a mirar a escondidas a Lara, un hombre que se encuentra en ascenso dentro de una empresa televisiva y comienza a sucumbir a las diferentes tentaciones de la fama, el dinero, el supuesto prestigio entre sus superiores y el sexo; pero todo, al igual que el billete de lotería, es un dulce castillo de humo.

Lara, al tiempo que comienza a renunciar paulatinamente a su voluntad e ideas, guiado por la corrupción de su compañía y otras esferas de poder, también descubre de manera inquietante sus más profundas perversiones y se humaniza hasta un punto de no retorno en que el lector puede sentir que la novela ha pasado de una intriga política a una suerte de thriller desconcertante y perturbador.

Al ser Lara un personaje complejo en que podemos encontrar lo mismo la empatía con el hombre común, el intelectual, el soberbio y la persona, nuestro autor abre una infinidad de vertientes de identificación y diálogo con los lectores; cosa nada de sencilla de lograr y muy meritoria en obras  con temas tan políticamente incorrectos como los de Toledano. Es decir, con Lara podremos vernos al espejo y lo mismo sorprendernos que aterrarnos.

Se nos entrega una atractiva propuesta en el sentido literario, pero es indudable su enorme contenido simbólico de protesta e indignación; pero, más que parecer moralista, es una invitación a sembrar una duda personal y, posiblemente, escabrosa de resolver.

Al final se puede intentar ser héroe de causas perdidas y tener la conciencia tranquila. Aunque venderle el alma al diablo tiene como única desventaja no dormir bien; al fin y al cabo, la vida es muy corta. Lara puede ayudar a apresurar la respuesta.