Mientras en el PRD y el PAN hay vida y movimiento, en el PRI domina el silencio y la inmovilidad de los cementerios.

Mientras en la oposición hay conciencia de que el país ya no puede seguir como está, que el sistema político y forma de gobierno han llegado a la peor etapa de su agotamiento y que enfrente hay un populista mesiánico, con un estilo fascista que pretende imponer en el país un régimen autoritario, en el PRI hay inconsciencia, soberbia y arrogancia.

Mientras perredistas, panistas y movimientos independientes buscan construir alianzas o frentes que les permitan ganar candidaturas con prestigio, aceptadas por la sociedad, en el PRI, a la usanza del medioevo más oscurantista, se tomó la decisión de imponer candidato a la Presidencia de la República.

Para decirlo con todas sus letras: la dirigencia nacional del Partido Revolucionario Institucional y elites que la acompañan intentan secuestrar el proceso de elección de la candidatura presidencial para, en su momento —enero o febrero—, implantar, sin la necesaria legitimación, la designación.

Quienes hoy trabajan en ese proyecto se olvidan o pretenden ignorar tres cosas:

Primero. Que el PRI, como en el 2000, está en vías de perder la Presidencia de la República. Que hoy, candidato impuesto es candidato electoralmente muerto. Que el PRI, con los más bajos índices de aceptación de todos los tiempos, no puede arrogarse atribuciones que corresponden, más que nunca, a la democracia interna, a la militancia y a la sociedad.

Segundo. Que pese a críticas, evidencias y videos que mostraron —en el pasado proceso electoral del 4 de junio— la corrupción del partido Morena y de su fundador y dirigente Andrés Manuel López Obrador, el mesías salió más fortalecido que nunca. Que ese es el candidato a vencer y que el PRI está obligado a escoger al más competitivo, no al que más convenga a un grupo político.

Escogerlo a través de un procedimiento creíble y, ¿por qué no?, inédito. Que no sea solo la militancia quien lo elija sino que tenga el aval de líderes sociales, intelectuales, académicos y, sin duda, de la ciudadanía.

Y tercero. En 2018 va a estar en juego y en riesgo el destino de México, sus libertades y el orden constitucional. Quienes hoy se sienten dueños del PRI y pretenden llevar a Los Pinos a un incondicional se están convirtiendo en los mejores promotores del tabasqueño, que busca sentarse en la silla presidencial de manera vitalicia.

Y si, como algunos sostienen, primero debe ser el proyecto y luego el candidato, el problema que hoy enfrenta el PRI es que tampoco tiene proyecto. En los documentos del PRI no hay respuesta a los problemas del nuevo milenio.

Ahí solo hay taxis que trasladan esqueletos, ideas, conceptos, un discurso sin crédito y una forma anticuada de hacer política que ya no sirve al partido, menos al país y tampoco a la sociedad.

Si el PRI quiere mantenerse en el poder, tiene, por fuerza, que librarse de sus captores. O que le digan de una vez a la militancia que la Presidencia de la República ya fue negociada, que a eso se deben tener bajas las persianas y que quienes quieran y gusten puede irse a engrosar otras fuerzas políticas.

Solo así puede entenderse que se insista en arrebatar a la militancia el derecho que tiene a opinar y decidir; solo bajo ese contexto puede tener lógica secuestrar y atrasar el proceso para elegir candidato a la Presidencia de la República.