La condición única de paz es aquella en que no hay un solo derecho mermado.

José Martí

Este pasado 15 de julio, en la Plaza Giordano Bruno, un entusiasta grupo de vecinos de la colonia Juárez, de la delegación Cuauhtémoc, rememoraron los 150 años de la entrada de don Benito Juárez García a la capital del país, y con ello la restauración de la república y de la capitalidad del Distrito Federal como sede de los poderes de la Unión.

Los residentes de esta centenaria colonia hubieran querido celebrar esta efeméride con una taquiza en la Alameda Central, tal y como la organizó don Juan José Baz, presidente provisional del ayuntamiento republicano; pero si en aquel 1867 a él el agua le echó a perder el ágape, hoy al entusiasmo vecinal lo aguó la incomprensión burocrática que actualmente impera en la “acróstica ciudad color de rosa”.

El restablecimiento de los poderes federales en la capital de la república fue un acto fundamental para el trajinado presidente Juárez, para Lerdo de Tejada, para Iglesias y Mejía, integrantes de su gabinete que acudieron a recibir al presidente a la altura de la fuente de Belén de las Flores, en donde abordaron un austero carruaje landó que, al trote de un par de caballos, emprendió el camino por la vieja calzada de Chapultepec y se incorporó al Paseo Nuevo (hoy Bucareli), siendo ahí recibido por el Concejo Municipal Provisional encabezado por Baz y por don Antonio Martínez de Castro, quienes le entregan un laurel de oro, para luego continuar su camino hacia el Zócalo por la calzada del Ejido (hoy Av. Juárez), por San Francisco y Plateros hasta desembocar en la plaza mayor de la ciudad, en donde el benemérito izó una bandera mexicana en el mástil colocado al centro del trunco monumento de Santa Anna.

El fuerte chubasco impidió llevar a cabo la comida prevista en la Alameda, pero ello no amainó el ánimo popular ni el de los republicanos congregados en torno a quien mostró una entereza, prudencia y generosidad que aún hoy pasa inadvertida a muchos mexicanos.

A pesar de que el 21 de junio el general Ramón de Tavera entregó la plaza de la capital al ejército comandado por Porfirio Díaz, el presidente determinó pausar su regreso a petición del propio ayuntamiento provisional, cuyos integrantes solicitaron un lapso razonable para organizar la solemne restitución de la república en la capital.

Así mismo, Juárez consideró oportuno mantenerse en Chapultepec unos días, en tanto el juzgado militar determinaba la suerte del general Santiago Vidaurri y, manifestando su respeto por los revolucionarios franceses de 1789, no ingresó en el centro de la capital el 14 de julio, fecha conmemorativa de esa gesta fundamental.

Alejado de pasiones insanas y con la mira puesta en encaminar “todos nuestros esfuerzos a obtener y a consolidar los beneficios de la paz”, Juárez pronunció al día siguiente uno de los más trascendentales discursos de la historia universal; pieza que rubrica con la frase que le ha inmortalizado y con la que nutre la sabia mente de otro latinoamericano universal, pues para José Martí el que la paz exista implica la condición de que no haya ningún derecho mermado.