Siento un íntimo gusto cuando un lugar que fue edificado en el pasado para cumplir ciertos objetivos y que, posteriormente, se desdeñó, sea revitalizado para cumplir otro objetivo. Éste es el caso de la estación de trenes de Puebla que desde 1988 se volvió el Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos. El sitio resignifica locomotoras y vagones especializados, como el del bar, el restaurante, los dormitorios… Pero, además, se ha vuelto un centro cultural en el que exponen artistas de diversos géneros. En este momento, llama la atención la exposición (que estará abierta hasta el 27 de agosto) de una pintora de origen italiano radicada en México que muestra su trabajo bajo el título de Trayectos. La curaduría estuvo a cargo de José Manuel Springer, que presenta de manera temática los trayectos por los que la pintora ha navegado desde hace quince años.
Silvia, una encantadora mujer de 90 años (no digan que les dije su edad, me mataría), llegó a México en 1953. De padres franceses, nació en Italia de donde tuvo que arrancarse para ir con sus padres a Argentina a los 12 años. Su pasión por la pintura nació desde temprana edad, lo que la ha empujado a pintar durante 8 horas diarias. En Río de la Plata estudió el dibujo de la figura humana. En la Universidad exploró a fondo el color para transmitir sensaciones y emociones, y con Kandinsky e Itten se adentró en la expresión espiritual. Ya en México, casada con un psicoanalista mexicano, la pintora trabajó algún tiempo con David Alfaro Siqueiros. La relación de empatía de la pintora con los campesinos y la gente sencilla fue honda. Ella tenía el cabello oscuro trenzado y su tez era bronceada, lo que hacía que la población la aceptara con simpatía. Creó la Escuela Libre de Arte para jóvenes, con la que participó en muestras internacionales. Comenzó a exponer en el círculo de pintores inmigrantes, como en el Salón de la Plástica. Su creación lírica habla de la alegría, la luz, el color, la tierra, los paisajes, y las pequeñas cosas que en general pasan desapercibidas, pero también de una experiencia sensorial del mundo que encierra un misterio espiritual.
En la muestra Trayectos, atrae la luminosidad gozosa de los cuadros: los colores vivos, intensos, que contrastan con los blancos, para hablar de temas como un “Entierro” o de “La expulsión”. La pintura abstracta, con toques casi cubistas, es como el trasfondo confuso y complejo de figuras humanas que se delinean imperceptiblemente como diciendo, aquí estoy, formo parte de un todo vibrante. Por su parte, las pinturas de trenes, como “La escalera”, hacen pensar inevitablemente en los migrantes
centroamericanos que intentan atravesar nuestro país para llegar a lo que aún piensan que es un ideal de vida o para, simplemente, subsistir, al mismo tiempo que tienen un dejo de nostalgia.
El colorido gozoso de las pinturas de Silva H. González y el uso tenue de texturas, que debe ser contemplado y leído abierta y atentamente, habla de la relación, a veces hostil y cómplice, del pasado con el presente (por ejemplo, ese pasado de trenes resignificados), pero sobre todo del todo cósmico que envuelve y acoge la fragilidad del ser humano dentro de una ola vital que trasciende los límites de la muerte en un canto jubiloso que me hace escuchar la Primavera de Vivaldi.
Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que recuperemos la autonomía alimentaria, que revisemos a fondo los sueños prometeicos del TLC y que haya honestidad valiente en las elecciones del Edomex.
@PatGtzOtero

